Capítulo 31

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-Hola cariño-mi madre entró en mi piso, aparentemente risueña y con una serenidad que me asustó.

Me acerqué a saludarla, últimamente las cosas no andaban bien entre nosotras. Tuvimos demasiados problemas y en todos acabábamos discutiendo. Me lo cuestionaba todo, hasta porque había decidido ponerme x tipo de calzado.

-Hola mamá-le di dos besos y caminé de vuelta al salón. Descalza para su desgracia y teniendo mi hogar algo alborotado-, la abuela está durmiendo-informé.

Por decisión propia, mi abuela decidió venirse a vivir conmigo en cuanto la sacaron del hospital. Hablé poco del tema con ella, pero me dio a entender que mi madre la agobiaba y aunque estuviera mal, ella quería disfrutar de su libertad. Y a mí me encantó tenerla conmigo, me sirvió para recuperar el tiempo perdido y poco a poco fui recordando todos los momentos que vivimos juntas.

-¿Ha venido Leire?-preguntó haciendo referencia a la enfermera.

-Sí, vino esta mañana. Hace aproximadamente una hora que se fue-me dejé caer en el sofá.

Mi madre se acomodó a mi lado y se quedó mirando la tele. Frunció los labios al ver que estaba viendo un partido de fútbol. Aunque no fue uno cualquiera, el partido que se disputó aquella noche fue el primer partido del barça de la temporada. Jugaron en el Camp Nou contra el Osasuna.

-¿Qué haces viendo esto?-espetó de una forma muy desagradable.

-Que más te da lo que vea-agarré un cojín y lo abracé.

Necesité descargar la ira por algún lado y aquella fue la única forma que tuve de contenerme ante las desaprobaciones de mi madre.

-Así no vas a superar a ese chico-dijo ella, una vez más fue incapaz de pronunciar su nombre.

Por un momento pensé que ella cambió y que le había cogido cariño a Pedri. Pensé que nos apoyaba y que lo admitía en la familia, pero una vez más me equivoqué. Solo estaba demostrando que era una brillante actriz que supo disimular en todas las ocasiones que coincidimos. Estuvo esperando el momento para decirme "te lo dije". Aunque luego no me ponía pegas a mis encuentros con el canario, solía llevármela a mi terreno y pareció ser que acabó desistiendo.

-Evitar un problema no te hace superarlo-dije encarándola con la mirada.

-¿Acaso tú lo has superado?-preguntó alzando la ceja derecha.

-Si, pero creo que tú no. Sigues con la misma hostilidad de siempre-me crucé de piernas y relajé la postura.

-Nunca me gustó ese chico-se hizo el pelo hacia atrás-. Por cierto, mañana tenemos cena con los Montoya.

-No voy a ir-no la miré y eso la cabreó.

-¿Por?

-No pinto nada allí y no me gusta su hijo. Que sea de una familia rica es lo de menos. Así que más vale que no insistas-me centré en el partido poniendo a prueba la paciencia de mi madre.

La escuché respirar hondo, controló su histeria, trató de tranquilizarse antes de volver a hablar.

Mi madre se empeñó en que tenía que encontrar pareja y casarme lo más pronto posible. Se volvió una aristócrata del siglo XVI y en menos de una semana ya tenía una lista con todos los candidatos. Me sentí en plena Edad Moderna y para ser sincera, me hizo gracia la situación. Yo no quería casarme y menos con un tío que sabía que no me iba a aportar nada. El físico era lo de menos, la mayoría tenían unos ideales de persona promedio del medievo. Que yo la llegué a entender, pero algo tan importante como era aquello quise recalcar mil veces que era decisión mía.

365 días para recordar ▪︎ PEDRI GONZÁLEZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora