Capítulo 27

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Tocaron a la puerta, fruncí el ceño y miré la hora, pero una vez más supe que no esperaba a nadie tan pronto. Me levanté de la cama y me puse unos pantalones de lino. Si algo me recalcó mi madre una y otra vez fue que aprendiese a recibir a la gente vestida y no en bragas. Me arreglé el pelo y abrí la puerta no muy convencida de ello. Al otro lado de la puerta apareció Ferrán, arrugué la nariz y lo miré de forma dubitativa.

-¿Hola?-me aclaré la voz.

-¿Puedo pasar?-preguntó él impaciente.

-Me temo que no-dije cerrándole el paso-. No puede entrar nadie en mi habitación sin una autorización previa-aquello me lo inventé, pero su mirada no me dio buena espina.

Ferrán se pasó el dorso de la mano por la boca y me miró de arriba a bajo. Su mirada me desconcertó, me hizo sentir incómoda. Quise cerrar y refugiarme en las cuatro paredes de aquella habitación, pero por alguna extraña razón no fui capaz de hacerlo. Sabía que era amigo de Pedri, muy buen amigo, y que a pesar de todo lo que había pasado con el valenciano, Pedri le seguía teniendo estima. Ferrán se vio involucrado en varias movidas por culpa de su novia, movidas en las que fue cancelado en más de una ocasión, ya fuera por racismo, discriminación o machismo. Nunca me gustó culpar a las chicas, pero su novia estaba tan mal de la cabeza que fue la culpable de arruinarle la carrera. Ferran vivía a su merced y poco a poco se iba consumiendo.

-No me gusta echar a la gente, pero creo que deberías marcharte-susurré con temor.

-¿Quieres que me vaya?-lo noté ofendido.

-Sí-por primera vez fui sincera con alguien.

En ese preciso momento, las puertas del cielo se abrieron y bajo mi ángel. Rosy, la madre de Pedri, apareció y Ferrán la miró con desaprobación. Miré a Rosy casi rogándole que se quedara al no saber cuales eran sus intenciones. El valenciano, al ver que no tuve intención de querer hablar con él acabó rindiéndose y se marchó por el pasillo refunfuñando.

-Menos mal que has aparecido-susurré-. Ya no sabía que más hacer para que se fuera-me froté la frente dejando todo mi peso sobre la puerta.

-¿Podemos hablar?-me preguntó y yo asentí.

La invité a pasar dentro de la habitación. Comencé a sudar de los nervios. Rosy tenía una intención muy clara aquella noche y era hablar conmigo.

-¿Quieres tomar algo?-intenté ser cordial con ella.

-No, gracias-esbozó una ligera sonrisa que me tranquilizó.

A pesar de aquella sonrisa de afecto, me percaté que no venía con buenas intenciones. Quiso hablar conmigo y no dudó en acudir a mí en cuanto tuvo un momento. Por miedo, supongo, me senté sobre el sillón que se situaba enfrente de la cama y la miré. Su expresión facial denotaba enfado y no comprendí nada. Al final fue Pedri que el hizo las cosas mal para que la relación se rompiera y a mí no me quedó más remedio que aceptar mi destino.

-Casilda-mi nombre salió con dureza de su voz. Levanté la cabeza para mirarla, fue la primera vez que la vi tan seria y eso que nunca fue una mujer de mostrarse feliz al mundo-, yo solo quiero pedirte que te alejes de mis hijos.

Asentí con la cabeza, desviando la mirada, pero intentando comprender cual era su intención. Yo cumplí y me alejé, es verdad que Pedri me bloqueó de todos lados menos de Instagram, pero en los cinco meses que estuvimos separados no me puse en contacto con él. Quise, por supuesto que quise, pero no lo hice para no hacerle más daño. Intenté vivir mi vida lo mejor posible y traté en todo momento de borrarlo de mis pensamientos. Y aunque costó, puedo afirmar que conseguí mis propósitos.

365 días para recordar ▪︎ PEDRI GONZÁLEZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora