CAPÍTULO 10 - 365 días con una princesa

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— ¡Casilda! —la voz de Petra retumbó en mis oídos sacándome por completo del trance.

Me levanté de la cama y descalza caminé hasta la puerta. Domingo por la noche, aparentemente no tenía nada que hacer, esperar supongo, esperar a que el tiempo pasara y se hicieran las nueve para poder ver jugar al canario. No hubo otra opción aquella noche, aunque todo cambió con aquella visita que Petra estaba a punto de anunciarme.

— ¿Si? —pregunté al abrir la puerta, ella me miraba con cierta preocupación cosa que hizo que yo también me preocupara —. ¿Pasa algo? —mis ansias no le dejaron hablar.

— Hay un chico que pregunta por ti, está fuera, hasta que no des el visto bueno no quieren dejarlo entrar. No sabemos quién es —arrugó la nariz, su desaprobación era evidente e intuí que ella sí sabía realmente lo que estaba pasando.

— Dame un minuto y bajo —sonreí falsamente.

Ella asintió, me di la vuelta y caminé al armario a por una sudadera. Me puse las chanclas y abandoné mi "zulo", como solía llamarlo mi madre, bueno según ella digamos que no destacaba por ser ordenada, era una habitación grande que siempre estaba hecha un caos, pero dentro de aquel caos yo tenía mi orden y pedí que por favor no la tocaran. La limpiaba y la acomodaba yo, nunca me gustó que entraran en ella, sentía que estaban violando mi intimidad. Puede que suene absurdo, pero siempre estuve llena de manías que solo yo entendía.

Bajé las escaleras y en vez de seguir a Petra, salí a la calle y crucé por fuera, bordeando el Palacio. Hacía bueno, principios de marzo, la noche ya había caído, pero fue muy cálida y acogedora. El frío había decidido darnos una tregua. Caminé segura de mí misma, no supe ver quien estaba allí plantado, la vista no era mi fuerte, no veía de lejos, pero por terca no me pusieron gafas. Conforme me fui acercando pude ver de quien se trataba. Sentí una sensación muy extraña en mi cuerpo, de todas las personas posibles, él fue la última que imaginé ver aquella noche.

— ¿Fernando? —pregunté en cuanto estuve a menos de dos metros.

Él me miró como siempre, de forma desafiante, quizás hasta por encima del hombro. Desconocía sus intenciones, pero si se tomó la molestia de llegar hasta mi casa, algo querría y en aquel momento me torturé la mente pensando en todo lo que podría llegar a pasar si ambos perdíamos los nervios.

— Hola —colocó su mano en mi cintura y me dio dos besos de una forma fría y distante —, siento haberme presentado aquí sin avisar, no tenía intención de hacerlo —se aclaró la voz nervioso —. Ha sido una decisión que he tomado de improviso.

— No te preocupes, pasa —me hice a un lado, extendí mi brazo derecho para que caminara hacia el interior —. Mis padres no están y mi hermana está en su habitación, creo —no estaba segura, pero de todas formas la casa era tan grande que la probabilidad de encontrármela era muy baja.

— Vale, gracias —murmuró nervioso.

Caminamos en silencio, uno al lado del otro, quizás yo un par de pasos más adelantada. Me gustó como el personal se aferró a no preguntar, como bien indiqué un día harta de sus malditas cuestiones. Sabía que igual se lo iban a contar a mis padres, pero solamente a ellos les debía una explicación.

Entramos dentro, no supe muy bien donde llevarlo, estábamos los dos muy nerviosos y sabiendo como era nuestra relación preferí no adentrarme mucho en la comodidad de mi hogar. Por si tenía que salir corriendo, más valía que tuviéramos la puerta cerca.

— Perdona, pero ¿podrías darme un poco de agua? —preguntó avergonzado.

— Claro, ven —sonreí con incomodidad.

365 días para recordar ▪︎ PEDRI GONZÁLEZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora