Capítulo 22: Verdades

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"Raro", Alba Mbengue.

<<Tengo que borrar to' lo que te escribo, porque luego no puedo enseñártelo. Y eso solo me hace daño a mí.>>

Después de ducharnos nos fuimos directas a la calle, anduvimos por el parque de la Ciudadela y comimos en un pequeño bar de pinchos. Cuando estábamos a punto de volver al hotel, a Ainara la llamaron para ir a ver un par de pisos.

— ¿Me acompañáis? —nos pidió.

Ainara no tardaría mucho en mudarse a Barcelona y quería nuestra opinión para elegir el piso en el que se quedaría. Aunque en realidad, había otro motivo para acompañarla.

— Esté es bonito. ¿Os gusta? —preguntó Ainara, aunque sus ojos estaban puestos en mí.

El piso contaba con dos cuartos de baño con bañera, cuatro habitaciones de estudiantes, un salón unido con una cocina estilo americana.

— Es bonito, pero seguro que caro también, ¿no?

— Tengo la beca de estudios y he estado trabajando en verano desde que cumplí dieciséis. Tengo dinero ahorrado. Y claro, luego está la herencia que dejó mi padre.

Hacía muchísimo tiempo de la muerte del padre de Ainara y aunque ahora estaba bien -todo lo bien que se puede estar cuando te falta una parte importante de tu vida- Ainara lo había pasado muy mal. Murió cuando ella era demasiado pequeña como para comprender porque una persona puede estar un día desayunando contigo, riéndose y al día siguiente sencillamente desaparecer.

— ¿Cuántas habitaciones tiene ahora mismo disponible?

— Ahora mismo solo dispongo de dos habitaciones, el resto las tengo ya alquiladas para el curso que viene.

Ainara no pudo evitar mirarme con la respuesta del posible casero y no hacía falta que ella preguntara. Suspiré al pensarlo, porque hacia mucho aquel había sido mi sueño.

Mi hermana y yo nacimos aquí, pero al cumplir los cuatro años nos mudamos con mis padres a Huelva porque mi madre echaba muchísimo de menos a sus padres. Por eso y porque querían alejarse del bullicio de una de las mayores ciudades de España. Pero yo allí sentía que no encajaba, siempre quise venirme a estudiar a Barcelona y luego, conocí a Jordi y aquel sueño se incentivo.

La primera vez que volví a Barcelona, me enamoré como una loca: de sus calles, sus olores, sus colores. Me enamoré aún más fuerte de Jordi, de sus padres y su hermano, de sus amigos; pero desde hacía cinco años, aquel amor por Barcelona había disminuido. Aunque creo que no era por la ciudad en sí, sino por los recuerdos que albergaba.

Pero entonces, hace un par de años decidí ir a terapia y poco a poco, la idea de estudiar en Barcelona vino de nuevo a mí. Rebeca, mi psicóloga, me hizo darme cuenta que mi vida no podía depender de una persona que no fuera yo y mucho menos de mis miedos.

Por ello, empecé a fantasear con marcharme a Barcelona, empecé a mirar pisos, el campus... Lo mantuve en secreto hasta que un día, Ainara cogió mi ordenador y vio mi carpeta de Barcelona y tuve que explicárselo.

— ¿Quieres irte?

— Creo que sí. Necesito hacer cosas por mi cuenta, vivir experiencias que siempre quise pero que nunca hice por miedo. Y creo que es el momento.

Ainara no tardó en unirse al plan, a ella Huelva la asfixiaba, la quemaba por dentro. Y gran parte de ese fuego que le hacía daño, era su madre, por mucho que le doliera admitirlo. Así que al final, acabamos buscando piso las dos juntas, pero aún no se lo había comentado a nadie, ni siquiera a Kenia porque odiaba tener que separarme de ella. Se había convertido en mi mejor amiga, prácticamente en mi hermana.

Era consciente que estaba alargando el momento de decírselo, pero lo que no sabía era que ella también estaba alargando una conversación conmigo muy parecida.

— Me he enamorado de ese piso, os lo juro.

— Pues si lo tienes tan claro, ¡adelante! —la animó Kenia.

— Quiero pensarlo un poco más antes de decidirme. —contestó Ainara, por no decir que tenía que esperar a que yo me decidiera.

— ¿Qué queréis hacer hoy? —pregunté.

Nos sentamos en un banco a la sombra para decidir que hacer, pero entonces saqué mi teléfono y vi que tenía un mensaje de Jordi desde hacía casi tres horas.

Jordi:

¿Os apetece que comamos todos juntos?

— No lo había visto. ¿Qué le digo?

— Si quieres dile de quedar más tarde.

Elena:

No había visto el mensaje :( lo siento. ¿Cenamos donde siempre y luego unas cervezas?

Jordi:

Vale. Pero podéis venir a mi casa, no habrá nadie ;)

Les enseñé el mensaje a Ainara y Kenia, se les escapó una sonrisita tonta a las dos y me levanté de un salto del banco. Ellas me siguieron corriendo hasta engancharse cada una a uno de mis brazos, para burlarse por la insinuación de Jordi de que estaríamos solos.

— ¡No se ha insinuado! Vamos a estar todos juntos.

— Si pensando eso duermes mejor... Allá tú.

Después de cinco años, iba a volver a entrar a la casa de Jordi.

Nunca olvides que te quiseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora