Capítulo 41: Acercarse

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Jordi

"La puesta", Alice Wonder.

<<Sé que no puede durar, es un espejismo>>

Elena se había ido y a mí me había dejado un vacío enorme. Creí que no me afectaría tanto, pero visto lo visto, me equivocaba. La verdad era que esperaba que Elena me escribiera, ya fuera para decirme que ella solo quería ser mi amiga o para mandarme a la mierda. Aunque en el fondo, esperaba que me dijera que nunca podría ser solo una amiga para mí.

Esperé un día. Varios. Una semana. Y el silencio me estaba matando. Es cierto que yo estaba bastante liado porque me había pasado una semana entera, la que estuvo aquí Elena, sin contestarle a los mensajes a Fran. Mi manager y además, mi primo. Y Fran tiene la tendencia a exagerarlo todo quizás demasiado.

— ¿Qué tal? — pregunté al descolgar el teléfono, tras ver las cinco llamadas perdidas.

— ¡Hombre! Por fin revives. ¿Dónde demonios has estado?

— En casa...

Me gustaba chincharle, esa era la verdad.

— Jordi, joder, tío. Que he estado llamándote una semana y no has podido dar señales de vida. Ya te vale, ¿no?

— Lo siento, es que ha estado Elena por aquí y necesitaba desconectar un poco de todo. Perdona.

— ¿Elena ha estado allí? — contesté que sí y Fran, de repente cambió el tono de voz. — ¿Has escrito?

— Pues, sí. Una canción. Pero no sé si es buena ni si voy a grabarla como es debido.

— Bueno, al menos no has estado una semana sin hacer nada. Pásamela, me gustaría leer lo que hayas escrito.

Fran veía oportunidades en todos lados, era algo que me gustaba de él.

— Bueno, ¿me vas a decir ya porque casi me fundes el teléfono a llamadas?

— ¡Se me olvidaba! Ya tenemos fecha oficial para el concierto en Huelva. He conseguido cuadrarlo todo con la boda.

— ¿Qué boda?

Fran se quedó en silencio unos segundos, esperando que algo en mi cerebro hiciera 'click' y me acordara. No pasó.

— ¡Jordi, joder! Que se casa mi hermana.

— ¡Hostias! Es verdad. Se me había olvidado.

— Eres un desastre...

— Bueno, para eso estás tú. Eres mi calendario personal.

Fran se quejó un rato por lo de ser mi calendario, alegando que debía ser más responsable y acordarme de las cosas importantes. Razón no le faltaban pero es que si Elena estaba cerca... Se me nublaba el juicio. Me recordó que la boda era el día cinco de agosto, en a penas una semana, y que el concierto sería el siete. Nos daba tiempo a estar con María, mi prima y la novia que se casaba, descansar un día y dar el concierto.

— ¿Ya has elegido las canciones que cantaras?

— Sí, te mando la lista ahora cuando te cuelgue.

— Mejor mándamela ya y así te digo si está todo bien.

Le mandé la lista de canciones, oí como las leía en voz alta y como al final, suspiraba.

— Falta una.

— No, creo que no.

Sabía a que canción se estaba refiriendo, y sí, la había quitado a drede a lo largo de la semana. Si Elena venía al concierto no me apetecía cantar precisamente esa canción. Y más si aun no me había escrito.

— Jordi, la vas a cantar. Y no pienso discutirlo.

Antes de que pudiera negarme, Fran colgó. Tardó exactamente dos minutos en escribirme por WhatsApp, mandándome de nuevo la lista, pero con la canción incluida.

Me pasé el día hablando con mi madre sobre el vuelo de ida a Huelva, sobre la boda y la ropa que nos pondríamos, sobre el día de vuelta, dos días después del concierto. Con mi madre era fácil hablar de cualquier cosa y tenía cierto talento para saber cuando uno de sus dos hijos se estaba callando algo.

— ¿No me lo vas a preguntar? — dijo, al final de la tarde.

— ¿El qué?

Mi madre me miró, esperando que me armará de valor e hiciera la pregunta que ambos llevábamos evitando decir en voz alta las dos horas que estábamos hablando.

— Visto que no lo vas a preguntar, lo diré igualmente. Sí, Elena viene a la boda. Le pregunté hace un mes a María y me dijo que le confirmó su asistencia casi en el mismo momento en el que le llevó la invitación.

— Genial.

Encendí el teléfono para ver si tenía alguna notificación, pero no había nada. Noté como mi madre seguía mirándome, esperando.

— ¿No quieres saber si viene acompañada?

David; su nombre pasó por mi cabeza. Fue como si su existencia se me hubiera olvidado a lo largo de la semana y ahora volviera de repente.

— Me lo vas a decir aunque no te pregunte...

— Viene sola. — Alba sonrió, algo que muy lejos de tranquilizarme, me puso nervioso. — Al principio dijo que iba a ir con un amigo, pero hace dos semanas llamó a María para decirle que al final venía ella sola.

— Mamá, parece que la estás acosando.

Ella se rio, levantándose del sofá para ir hasta la cocina, abrir la nevera y beber agua. Al volver al sofá, seguía sonriendo.

— Es que si yo no pregunto, nadie en esta casa lo hace.

— Quizás si no pregunto, es por algo.

— Sí, porque eres idiota. — contestó, sentándose a mi lado. — ¿No vas a hablar con ella?

— Elena tiene su vida allí, mamá.

— Pero se vendrá a Barcelona. En menos de lo que te esperas, estará viviendo aquí.

— ¿Y qué?

— A veces parece que seguís teniendo quince años. ¿No crees que deberíais hablar?

— Elena no quiere hablar sobre nosotros. Lo intenté en el aeropuerto, le dije que si quería que fuéramos amigos, me lo dijera.

— No creo que en un aeropuerto de tiempo a hablar las cosas como es debido.

Ahí tenía que darle la razón. Pero Elena tenía mi número de teléfono, podríamos hablar si ella quisiera.

— Además, — siguió insistiendo — ¿tú quieres que seáis amigos? Una vez me dijiste que no podrías serlo, que siempre habría algo más entre vosotros. Algo que os uniera de manera diferente.

— Recuerdo lo que dije, mamá. Pero es la única forma de estar presente en su vida.

Mi madre se calló, acariciándome la cara en un gesto cariñoso. Suspiró e intentó sonreír.

— No quiero que te hagan daño, Jordi. Lo has pasado mal, y por mucho que quiera a Elena, eres mi hijo. Si no podéis estar juntos y crees que no podéis ser amigos, no insistas. Al final pertenecer a su vida te hará más daño que alejarte.

— ¿Entonces qué hago? ¿Desaparecer de su vida?

— Hablar con ella. Y si no puede ser, no puede ser y ya está. Pero no alarguéis algo que os hace daño.

Mi madre se marchó a su habitación y yo me quedé pensando en el salón. Y a la única conclusión que pude llegar, era que mi madre tenía razón. No podía ser amigo de Elena porque nunca podría soportar verla con alguien más, nunca podría sentirme orgulloso de sus logros sin tener la necesidad de besarla. Pero hablar con ella me aterraba, porque las únicas opciones que nos quedaban, era confiar en que saldría bien o dejarnos ir para siempre.


Nunca olvides que te quiseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora