"Volar sin ti", Andrés Suárez.
<<Tengo un corazón tan leal a ti, que duele>>
Volver a Huelva fue extraño. Era como si tuviera dos vidas completamente diferentes: en Barcelona me sentía más libre, más mujer. Aunque no sabría explicar el por qué. En Huelva; en mi casa y con mis padres, me sentía diferente. Era pisar aquel pueblo y transformarme en una niña insegura. Y no me gustaba esa sensación.
Lo bueno fue, que al volver, mi hermana estaba en casa. Se había venido de sorpresa un par de días con la excusa de cogerse unas vacaciones... Aunque yo sabía que había venido para apoyarme.
El viaje a Barcelona no fue solo para celebrar y tomar decisiones; en cierto modo, también fue una manera de huir. Intenté huir de las consecuencias de mis acciones, del enfado de mis padres, de los cambios que ocurrirían en mi vida si al final tomaba una decisión: que si era sincera conmigo misma, ya tenía tomada pero no asumida. Continuar mi vida en Barcelona, continuar la carrera allí, lejos de mis padres y de mis amigos que había hecho a lo largo de dos años de carrera.
Lucas y Julia.
Con Lucas me pasó un poco como con Kenia, pero la conexión fue inmediata. En menos de dos meses pasábamos una de tiempo juntos quizás excesivo; comíamos todos los días juntos, nos sentábamos en clase el uno al lado del otro, hablamos de todos los temas que se pueden hablar cuando tienes veintitrés años y toda la vida por delante: de la muerte, de libros, del futuro, de la maternidad, de sexo, de fiestas, de amor, amistad y muchos miedos.
Por si alguien se lo pregunta, no. Mi relación con Lucas siempre fue un amor platónico, nos queríamos como si fuéramos hermanos y con él aprendí que sí, que los hombres y las mujeres pueden ser amigos sin necesidad de que interfieran otros sentimientos; más que los de quererse con ganas, de una manera sana y platónica. Aunque lo cierto era que muchas personas de nuestra carrera pensaba que estamos liados, y nosotros lejos de enfadarnos, nos reíamos tirados en el césped de la facultad.
Con él siempre fue fácil hablar, nunca me juzgaba y siempre buscaba que hiciera lo que más me convenía; aunque con ello implicará alejarme de él para buscarme a mí misma en Barcelona.
Con Julia fue diferente. Mi relación con ella se fue formando a fuego lento. Lucas se fue el segundo año de carrera de Erasmus a un país muy lejos de aquí, que ni siquiera sé pronunciar. Tuve mucho miedo de quedarme sola en una carrera que me era complicada; pero durante el primer año de Filología, aunque mi vida social se centrará en Lucas, hice algunas amigas. Y la que siempre destacó fue Julia, una chica morena, de ojos marrones y con una energía brutal.
A raíz de la marcha de Lucas, empecé a hablar mucho más con ella, quedaba en su casa porque estaba muy cerca de mi piso; y sin darnos cuenta, éramos capaces de pasarnos seis horas en su habitación sin dejar de hablar.
Me enseñó a disfrutar de muchas cosas: a estar tumbadas en un parque, escuchando música, escribiendo o cada una con un libro diferente. A llorar sin miedo a que me juzgaran demasiado rápido. A salir de fiesta sin la ansiedad infantil y adolescente de que no podía hacer esto o aquello, porque me estaban mirando.
Te haré un spoiler de la vida: nadie te mira. Y si lo hacen, es envidia.
Me sacó a bailar, a divertirme y quizás, sacó una Elena que nunca había salido con quince años. Aquel año me emborraché un par de veces, me reí como nunca y fui muy feliz con ella. En cierta manera, me enseñó, junto a Kenia, Ainara y Lucas, lo que era la verdadera amistad.
Lo primero que sentí al entrar en casa, fue ansiedad. Sí, que novedad. Pero es que nada más meter las llaves en la cerradura, sentí la presión del recuerdo de la gran pelea con mis padres. Aunque lo cierto era, que en casa solo estaba mi hermana, porque mis padres estaban aun trabajando en la peluquería.
— ¡Hombre! Por fin.
Mi hermana Andrea se levantó del sofá para abrazarme, pero entonces oímos como las patitas de dos perros de agua se acercaban corriendo con intención de comerme entera. Me tiraron al suelo, lamiéndome la cara entera; y cuando decidieron que podían dejarme, me levanté y abracé a mi hermana.
— ¿Qué tal por Barcelona? — preguntó, tirándose en el sofá.
— Pues, bien. Ha sido un viaje normalito...
Creo que ni siquiera yo me lo creí.
— He visto a Jordi. — confesé.
— Menuda novedad, dime algo que no supiera.
— ¿Podrías no reírte de mí?
Me senté a su lado, intentando hacerme la digna.
— No, soy tu hermana mayor. Nací con la única función de burlarme de ti. — contestó, sarcástica.
— Pues, al principio todo fue muy raro e incómodo. Pero después hablamos en quedar como amigos.
— Pasa a lo interesante, Eleni. ¿Te lo has tirado?
— ¡Andrea! — me reí por no llorar. — No.
Andrea me observó con sus ojos marrones, idénticos a los míos. En realidad, era lo único que compartíamos, aunque la gente dijera que nos parecíamos, yo nunca lo veía.
Andrea era mucho más pequeña, pero lo que le faltaba de altura, lo tenía en valentía y fuerza. Era preciosa, atlética y la persona con más ovarios que había conocido en toda mi vida.
— Pero ha pasado algo, ¿no? — dejó la pregunta en el aire, esperando a que contestará.
— Discutimos. Y quizás, solo quizás... Nos liáramos. — mi hermana no dijo ni 'mu', era obvio que esperaba más detalles. — Y quizás, casi nos pusiéramos a follar, sí.
Lo admití, esperando una pequeña bronca, pero Andrea sonrió, aguantándose las ganas de echarse a reír. Justo cuando iba a pedirle algún consejo, la puerta de casa de abrió y entraron mis padres.
Mi padre, al verme, me abrazó y preguntó que tal había ido el viaje. A él los enfados siempre se le iban muy rápido; porque no aguantaba mucho rato sin soltar alguna broma para hacernos reír. Mi madre es otro mundo.
Me abrazó, pero aun muy seria y sin pronunciar palabra.
— La verdad es que me lo he pasado muy bien.
— ¿Has mirado pisos? — quiso saber mi padre.
No sabía si besarle por intentar normalizar la situación o si matarle porque aun era muy pronto para "presumir" de mi nueva vida.
— Ainara y yo hemos visto un par. Y la verdad es que estuvimos en uno que nos encanto, era precioso. Ya hay dos chicas para alquilar y les sobran otras dos habitaciones. No podemos tardar mucho en hablar con el casero.
— Pues habrá que darse prisa. — mi padre sonrió, algo triste, pero al menos lo intentaba.
Mi madre escuchó la conversación y se fue a la habitación. En realidad, creo que gran parte de su enfado era porque creía que me iba por razones equivocadas: Jordi. Sí, llevaba cinco años sin estar con él y en casa nunca, repito nunca, se le mencionaba. Pero todos sabían que era mi punto débil, que lo era desde los trece años.
Pensaba que me iba como un intento de recuperarle, y lo cierto era que si decidía irme, sería solo por mí.
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Nunca olvides que te quise
RomanceHan pasado cinco años desde que Elena le puso fin a su historia de amor. Cinco años que se han pasado volando, donde lo ha superado. Ahora, vuelve a la ciudad que durante mucho tiempo la vio crecer y enamorarse... Y solo tiene un deseo: no cruzarse...