Capítulo 10: Arrancar la tirita de golpe

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"To build a home", The cinematic Orchestra.

<<Me subí a un árbol para ver el mundo, cuando las ráfagas vinieron para derribarme me agarré tan fuerte como tú me abrazaste>>


Después de comer en el restaurante italiano, nos fuimos andando hasta el hotel para descansar, darnos una ducha y vestirnos para salir por la noche. Sin saber cómo ni en qué momento, Ainara había conseguido entradas para una discoteca que no estaba muy lejos del hotel.

Pensé en negarme, pero creo que las tres necesitábamos desahogarnos y desconectar de todo un poco. ¿Cómo era que aún sin nombrar a Jordi en voz alta estaba tan presente? ¿Cómo podía sentirlo tan dentro de mí? Entré en la habitación mientras Ainara se metía en la ducha y Kenia se tiraba en la cama boca abajo.

— ¿Sigues enfadada?

— Sabes de sobra que no estoy enfadada, Elena. Solo preocupada por ti.

— Lo sé.

— Es que no entiendo que os sigáis buscando cada vez que tenéis la oportunidad.

Quise recriminarle que no estaba siendo justa, quise de todo corazón poder decirle que no era verdad. Pero, ¿a quién quería engañar? Jordi entró en mi vida rápido, de la misma manera de la que se fue; y por mucho que me doliera, la culpa fue siempre de los dos. La primera vez que se marchó, lo hizo sin hacer ruido y ahí debió quedar nuestra historia. En un momento adolescente, en un amor de verano que se termina con el cambio de estación, en un "casi algo". Pero él volvió, repitiendo la huida una y otra vez y ahí, en ese instante compartimos la culpa: él por irse de nuevo y yo por permitírselo.

— Creo que es algo que no podemos evitar. —intenté excusarme.

— Pues explícame el por qué, Elena, no lo entiendo. Sois un bucle, ¿lo sabes? Habéis tenido un principio que se ha repetido más de una vez; os veis después de años, os enamoráis aún más si es posible, pero volvéis a cortar. Y otra vez a la casilla de salida. Has tenido con él muchas primeras veces, en más cosas de las que te gustaría. Has llorado por y con él. Sabéis que no os hacéis bien... Y aún así, aquí estamos.

— No puedo explicar por qué no puedo acabar con esto. Simplemente, no puedo. —y ahí, en la intimidad de la habitación de un hotel, empecé a llorar sin darme cuenta.

Kenia me abrazó, acariciándome la espalda.

— Elena, creo que aún no os habéis despedido del todo, y me refiero a una despedida de verdad. La última vez que os visteis a penas pudiste hablar.

El agua de la ducha cesó, la puerta del cuarto del baño se abrió y Ainara salió envuelta en una toalla gris. Al vernos en la cama, abrazadas, se sentó a nuestro lado sin necesidad de preguntar nada.

¿Jordi y yo no nos habíamos despedido? Yo creía firmemente que sí, que hace cinco él se plantó por última vez en nuestra placita y se desahogó. Se vacío por dentro, gota a gota, lágrima a lágrima... El problema era, que yo no me había vaciado, me había dejado dentro un montón de preguntas, de disculpas, de rabia, de pena, de amor. Un montón de sentimientos que siguieron alojándose en mi pecho, resguardándose del daño que siempre tuvo el poder de hacerme.

Después de llorar, me metí en la ducha y después fue el turno de Kenia, quien al salir de la ducha nos encontró a Ainara y a mí en la misma posición que cuando se había ido. Y en ese momento, nos echamos a reír. No porque hubiera algo de lo que alegrarse, sino porque nos permitimos ser sinceras.

Kenia nos contó que su padre la había llamado después de tantos años sin saber nada de él, y nos confesó en voz baja que no se alegró al escuchar su voz. Tenían una relación complicada y al confesarnos que no quería volver a ver a su padre, se le escaparon un par de lágrimas. No porque le doliera, sino porque sentía que era una mala hija por no querer verle.

¿Pero era una mala persona por no querer volver a tener contacto con un hombre que la había abandonado? No. Su padre se marchó cuando ella era muy pequeña a Estados Unidos, dejándola sola con su madre, quien después de un par de años, también se marchó a España. Kenia pasó de una casa a otra, hasta casa de una de sus tías, donde pasó probablemente los peores años de su vida. Y cuando viajó a España para quedarse, ya tenía dieciséis años y era una mujer. La obligaron a madurar demasiado deprisa, la obligaron a abandonar la ilusión de ser una niña, porque o crecía o el mundo terminaría por olvidarse de su existencia.

Y ojalá estuviera exagerando.

Ainara también nos contó que tras salir de la visita a la universidad, había hecho una llamada rápida al centro de desintoxicación para saber como estaba su madre. Le confesaron que la recuperación sería larga y lenta, pero que se la veía muchísimo mejor. Más dispuesta a poner de su parte.

— ¡Ya basta de temas serios! —Ainara se giró hacia mí con cierta sonrisa que me ponía los pelos de punta. — ¿Y tú con David qué tal vas?

— David y yo somos amigos.

— ¿Solo amigos? ¿Y eso él lo sabe?

— Sí, solo amigos... Nos llevamos bien.

— Pero... —empezó a cuestionarse Kenia.

Antes de que pudiera seguir preguntando, mi teléfono sonó y di gracias en voz baja. Salvada por la campana, fue lo que pensé. Hasta que vi el nombre de la persona que me llamaba y se me bajó la tensión en menos de dos segundos: era Cristina.

Y si he de ser sincera, descolgué porque Ainara le dio al maldito botón verde por mí.

— ¿Elena? Hola. ¡Cuánto tiempo! —al oír su voz después de cuatro años, me dio un vuelco el corazón. — Oye, sé que no debería meterme donde no me llaman...

Cristina dejó de hablar un segundo, porque se escuchó un ruido; un fuerte golpe al que le siguió una carcajada.

— Pero, ¿quieres quedar? —continuó.

— ¿Quedar? ¿Contigo? —lo repetí en voz alta, para que Kenia y Ainara se enteraran mejor.

— Sí. Conmigo, Asher, Lara y... Con Jordi.

El ruido de fondo dejó de oírse, aunque por un segundo lo cierto es que lo único que escuché fue el nombre de Jordi. Creo que Cristina se dio cuenta que no estaba reaccionando, porque siguió hablando.

— Elena, tengo ganas de verte, en serio. Pero también tengo ganas de que esto se acabe, ¿tú no?

— ¿Acabar? ¿El qué?

— El mal rollo. El no poder verte porque siento que es como si traicionara a Jordi, y ya sé que no es el caso. Pero, ¿no crees que sería más fácil si hacéis esto ya? Ya sabes, quitaros la tirita de golpe.

Kenia y Ainara, que estaban pegadas a mí para poder oír la conversación, se miraron algo preocupadas.

— ¿Qué hago? —les susurré.

— Creo que deberíamos ir. —concluyó Kenia.

Ambas me miraron, porque sin darme cuenta estaba negando con la cabeza. Muy rápido.

— Cristina tiene razón, Elena. ¿Por qué no vamos un rato, os veis? Y a la hora o así nos vamos. Fácil y sencillo.

— ¿Elena? —preguntó Cristina por el teléfono, al ver que no obtenía respuesta.

— Vale. ¿A las diez dónde siempre? —pregunté, recordando todas las noches de verano qué pasé en aquel bar...

— ¡Genial! Que ganas de verte.

— Yo a ti también, Cristina.

Ella colgó y yo me dejé caer en la cama de espaldas, pensando en sí había hecho o no lo correcto. Sería ir, estar un rato para normalizarlo todo e intentar que no fuera incómodo. Luego pondríamos cualquier excusa y nos marcharíamos.

Fácil y sencillo, ¿no? Entonces, ¿por qué sentía esa presión en el pecho?

Nunca olvides que te quiseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora