Capítulo 6: Excusas

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Jordi

"Indestructibles", La habitación roja.

<<Y es que, a pesar de todo, aún no sé qué es lo que pasó. Si tú y yo éramos tan felices>>

Podría excusarme en el alcohol, pero lo cierto era que mi cerebro había aprendido a relajarse para no ser tan impulsivo. Pero todo cambiaba si el motivo de mi nerviosismo era Elena; ella parecía dar con la tecla exacta para que algo dentro de mí perdiera el control.

— ¿Estás bien?

La pregunta de Cristina me sacó de mis propias preguntas sin resolver. ¿Elena seguiría siendo la misma chica que hacía tantos años? Todo el mundo cambia, o al menos, evoluciona. Cambia en pequeñas cosas, pero algo dentro de mí gritaba que Elena seguiría siendo la misma chica de siempre, solo que cinco años más mayor, más madura.

— Sí, estoy bien. ¿Por qué no iba a estarlo?

Contesté terminándome la tercera cerveza de un solo trago, ¿o era la cuarta? Cristina y Asher intercambiaron otra mirada de preocupación. Jodida Elena, que me hacía parecer inseguro aún sin estar delante.

— Es mi ex-novia, como cualquier otra. Creo que soy bastante capaz de saber que está aquí y seguir pasándomelo bien con mis amigos, ¿no?

Dios, la manera de hablar, el tono... Me estaba odiando mucho a mí mismo. Tenía que tranquilizarme, reponerme de haberla visto.

— Tío, ¿seguro qué estás...?

— Sí, estoy bien. Perdonad.

Salí del bar solo, para poder fumar tranquilo. Y para seguir torturándome con mis preguntas: ¿Qué hacía ella aquí? ¿Por qué había vuelto? No lo sabía y se suponía que debía darme igual, que no debía importarme lo más mínimo. Pero algo dentro de mi pecho amenazaba con salir y sin darme cuenta, empecé con mi bucle personal: ella fue quién rompió todo al final, quien no quiso volver a intentarlo aún viéndome como me vio... Fue su culpa.

Al menos eso era lo que me decía cada vez que me ponía los cascos y sonaba alguna canción que tuviera su nombre. Cada vez que mi hermano pequeño hacía alguna broma y yo solo podía pensar en su risa, cada vez que pensaba en ella como lo que fue, la persona que me marcó de por vida.

A veces, el tiempo no cura las heridas, solo las enfría, esperando el momento oportuno para poder volver a arder. 

Y mi herida seguía escociendo, abierta, sangrando. Yo odiaba que lo hiciera y a la vez la odiaba a ella, tanto, que sabía que aún seguía queriéndola. Así que, con la inmadurez emocional de un tío de veintitrés años que acaba de descubrir que su herida aún no se había curado y con tres cervezas de más; le escribí. Sin pensar en otra cosa que provocarla, porque la conocía lo suficiente como para saber sus puntos débiles, como para saber que decir. Y me odiaba por hacer esto, por tener la necesidad de hacer daño, de acercarme a ella, aún habiéndome jurado no volver a hacerlo. Pero no podía evitarlo.

Escribí el mensaje deprisa, sin darme tiempo a arrepentirme y guardé el teléfono antes de que Cristina pudiera verlo y se enfadará por ello. Y con razón. Cristina era una chica con un carácter fuerte, parecido al mío, pero en el fondo, era un amor de persona. Pero eso nunca la frenó para decirme todas las verdades a la cara, sin endulzarlas. Y yo siempre agradecí aquello, pero en este momento, no necesitaba que alguien me dijera lo que yo ya sabía: que era idiota.

— ¿Ya lo has hecho? —Asher se acercó a mí por detrás, encendiéndose un cigarro.

— ¿El qué?

— Vamos, Jordi. No soy imbécil.

Asher, de carácter mucho más tranquilo que el de Cristina y el mío juntos; pero que siempre estaba atento a todo. Aunque a veces parecía que no te escuchaba, siempre lo hacía, incluso cuando no decías ni una palabra.

Suspiré, dándole una última calada al cigarrillo.

— No se lo digas a Cristina.

— ¿Crees que no lo sabe? Puede que seas bastante cerrado para decirnos lo que has sentido al ver a Elena después de tanto tiempo, pero somos tus amigos y te conocemos.

— Lo sé.

— Pues a veces no lo parece.

Asher fumó a mi lado en silencio porque a veces no hace falta hablar ni decir nada para entenderte con alguien tan importante en tu vida, como él lo era para la mía.

— ¿Qué le has dicho?

— La he provocado. —admití, sintiéndome avergonzado.

— Eso me lo imagino, pero ¿qué le has puesto?

No tenía fuerzas para responder, así que saqué el teléfono, desbloqueándolo y se lo di. Como siempre antes de dar su opinión, estuvo callado un momento, desviando su mirada entre el mensaje, el cigarro y yo.

— No vais a cambiar nunca, ¿verdad? Luego no vengas diciendo que no la soportas, porque siempre empiezas tú. —fui a rechistar, pero Asher siguió hablando. — Jordi, nunca borras nada, ni una mísera conversación. Dime que si no busco en nueve años de relación, no encontraré la prueba de que siempre eres tú quien empieza.

Nueve años... Dios, ¿cómo había pasado tanto tiempo? Y lo peor, ¿cómo nos las habíamos ingeniado para estropearlo todo tanto? Conocí a Elena cuando tenía catorce años, y desde entonces siempre había tenido la sensación de que ella iba un par de pasos por delante, en absolutamente todo. Elena era más pequeña que yo, en edad y en altura, pero siempre fue mucho más grande.

— No puedo evitarlo. —admití más para mí mismo que para él.

— Lo sé. Y esto solo puede acabar de una forma.

— A ver, sorpréndeme —intenté sonreír un poco, quitándole importancia.

— Pues, en realidad puede acabar de dos formas: Destrozándoos más de lo que ya estáis, haciendo que os odiéis más aún, si es que eso es posible; o...

— O enamorándoos más de lo que ya estáis. —la voz de Cristina sonó desde la puerta del pub.

Vi como ambos se sonreían, los vi juntos y por una milésima de segundo, los odié. Porque se tenían el uno al otro y porque los quería con toda mi alma.

Y porque tenían razón, también.

Nunca olvides que te quiseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora