Capítulo 39: Alejandro

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Año 2019, 16 de noviembre

Jordi


Nunca pensé que tuviera que despedirme de nadie para siempre o que al menos, esa persona no pudiera oírme. Siempre creí que las despedidas eran bonitas, incluso en las que están llenas de lluvia y lágrimas encontraba algo a lo que aferrarme, algún recuerdo con el que quedarme. Siempre creí que las despedidas eran meditadas, que sabías que estaban a la vuelta de la esquina porque eran preparadas.

Por eso no estaba preparado para una despedida que llegó de golpe, que lo arrasó todo y a todos con ella. Creo que nadie está preparado para un golpe de realidad que nunca debió pasar.

Nadie está preparado para oír el teléfono sonar, descolgarlo y escuchar al otro lado una frase que te romperá por dentro para siempre. Para crearte una herida que nunca cicatrizara del todo.

Fue como si el mundo entero se me parase en aquel instante, y a día de hoy tengo que hacer grandes esfuerzos para dejar de oír el teléfono y todo lo que conllevó después.

16 de noviembre, no deja de oírse el teléfono.

Alargo la mano para contestar y oigo la frase que me quebrará: <<Alejandro ha fallecido>>. Y así, sin avisar, una persona desaparece de tu vida, como si nunca hubiera formado parte de ella.

Durante un par de minutos no oí nada más que aquella frase retumbando en mi cabeza, que me parece una farsa; una mentira porque no podía ser cierto.

Pero lo era.

Había hablado con Alejandro aquella misma tarde, hacía un par de horas atrás; había reído con él sin saber que iba a ser la última vez. Le había visto por última vez. Y yo solo podía pensar que no había aprovechado el momento. Pero es que se suponía que no iba a ser nuestro último momento juntos.

La muerte llegó con una caída desafortunada que no solo cambió una vida, sino la de muchos.

Si hoy me concentro, aun puedo percibir el olor del hospital, aun puedo oír el ruido de las máquinas que retenían a Alejandro con nosotros unos minutos más. Aun puedo escuchar el silencio que reinaba entre nosotros en la sala de espera.

El silencio ante una verdad enorme: que no estábamos preparados para nada de aquello. Que nadie suele estar preparado para la muerte de un ser querido.

Pero es que la muerte es una autentica mierda porque en muchas ocasiones llega en silencio, haciendo que nos confiemos, y en cambio, se va haciendo todo el ruido del mundo. Al igual que se va haciendo daño, más de lo que muchos podríamos aguantar.

Recuerdo que en aquella sala de espera había mucho silencio, como si el hecho de no hablar, de no materializarlo no fuera a hacerlo cierto. Era un silencio que se colaba por todas partes y que no te dejaba pensar; era como si el mundo entero se hubiera callado y no quisiera hablar, pero al final; solo era un reflejo de lo que sentíamos en aquel momento.

Y nosotros hicimos lo único que pudimos hacer con un matojo de sentimientos: llorar mucho y enfadarnos con el mundo.

Durante el tiempo que estuve en el hospital, no podía dejar de repasar cada uno de mis momentos con él: todas las tardes en aquel parque, sentados sin la necesidad de hablar de nada. Sus miradas sinceras, con las que parecía que no necesitaba palabras, el calor de su risa, su voz... Intentaba retener dentro de mi cabeza todos y cada uno de nuestros momentos, porque sabía que con el tiempo, los recuerdos pueden llegar a sentirse diferentes, a difuminarse e incluso a desaparecer.

Pero nos prometimos que aquello nunca pasaría. Que nunca olvidaríamos a Alejandro, que hablaríamos de él, lo llevaríamos en nuestra piel y le recordaríamos para siempre.

Parece sencillo de decir porque creo que aun no lo habíamos digerido del todo, no lo habíamos asimilado. Había muchas cosas que no sabíamos, como por ejemplo, como reaccionar. Pero es que nadie aparece con un manual del duelo debajo del brazo, algo que te dijera cual era la mejor forma de reaccionar; porque no hay ninguna correcta.

Había personas que no lloraban hasta incluso pasado un año, otras no paraban de hacerlo hasta desgastarse. Algunas se abrían con todo el mundo, buscando una respuesta y yo, desafortunadamente, no fui uno de ellos.

Lloré, claro que lloré. Era uno de mis mejores amigos y de un momento a otro, ya no estaba. Me tatué con Cristina lo que todos habíamos acordado. Salí con ella, con Asher y Lara. Escribí canciones para él, algunas más bonitas que otras; mientras que en algunas descargaba toda mi rabia. Intenté hacer como si ya hubiera pasado todo lo malo, pero la verdad era que estaba reteniendo el dolor.

Y de un día para el otro, el dolor explotó y me encerré en mi mismo; enfadado y triste. Destrozado. Sin saber que hacer, que decir o como reaccionar.

Pasaron los meses y mi pozo seguía bajando, supongo que fue el dolor, que me nubló el juicio. Sentí que todo el mundo seguía con su vida, que lo superaban. Aunque la realidad era que cada uno lo llevó como pudo; Cristina y Asher se acercaron mucho más después de aquello, se unieron. Otros del grupo acabaron separándose, quizás porque ya no era lo mismo o porque maduraron y se alejaron poco a poco sin saber como volver. Lara se quedó donde siempre, intentando sonreír aunque le doliera.

Y yo, ciego por la expectativa falsa de que todo el mundo lo había superado, me enfadé. Empecé a dejar de salir, de contestar a los mensajes, dejé de hablar con todo el mundo. Incluidos Elena, Asher, Cristina y Lara.

Hablaba con mis padres porque vivía con ellos, sino, no dudo que también me hubiera enfadado con ellos.

Entré en un bucle muy tóxico de trabajar, irme a casa a dormir y seguir enfadado con el mundo. Me enfadé con mis amigos por superarlo, por olvidarse de Alejandro; aunque aquello solo estuviera en mi cabeza. Me enfadé con Elena, por no saber lo que se sentía cuando se perdía a alguien cercano a ti, me enfadé porque no nos veíamos, porque no hablábamos, aunque fuera yo quien la evitara.

Creo, que con quien estaba enfadado, en realidad era conmigo. Por no saber gestionarlo, por no saber llorarlo delante de la gente que podía entenderme, de la gente que me apoyaba.

Aquel bucle siguió durante meses; donde Cristina me escribió un par de veces para quedar y hablar. No contesté a los mensajes. Meses donde Asher me llamó al teléfono, insistiendo. Tampoco contesté. Meses donde por primera vez, empecé a pelearme con Elena por tonterías, porque a la mínima saltaba. Meses donde le eché en cara muchas cosas, donde nos íbamos a dormir enfadados porque a mí se me terminaba la paciencia. Y a ella también. Meses donde mis padres se enfadaron porque dejé a la mitad un curso que había empezado un par de meses antes de aquel 16 de noviembre.

Meses donde me derrumbé, donde no veía la salida y todo se me volvió muy oscuro. Donde me obcequé por quedarme solo, por aislarme de todo el mundo porque sentía que nadie podía entender mi dolor. 

Cuando la realidad era muy distinta. Pero aun no estaba preparado para verlo, y el final, solo pudo ser de una manera.

Nunca olvides que te quiseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora