Día seis: Primer día enfermo.

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Los personajes son de Mojito uwu el fanart no me pertenece

Inconsolable, así se encontraba su pequeño Anubis en estos momentos.

Lloraba, se quejaba, no paraba de moverse de lado a lado y él estaba al borde de arrancarse los cabellos. ¿Qué le pasaba a su niño? Llevaba casi diez horas sin pegar ojo porque cada que se recostaba el llanto de su cachorro lo despertaba.

Lo peor no solo era que su humor estaba agriado por completo si no que Anubis parecía estar sufriendo y él no tenía idea de lo que pasaba o por dónde empezar para arreglar lo que fuera que estuviera mal en él.

Los últimos días su hijo parecía estar bien. Era un poco quisquilloso con la comida, pero sacando eso, no parecía incómodo o molesto, lo que lo dejaba tranquilo. Sin embargo, hoy estaba totalmente inconsolable y eso estaba pasando factura, tanto a su bebé como a él.

Anubis tenía el rostro rojo de tanto llorar y él horribles ojeras por pasar todo el rato balanceándolo, mimándolo y hasta rogando que por favor se calmara aun sabiendo que eso era completamente inútil.

Su hijo no hacía esto porque quería, sino porque algo le estaba pasando, solo que no sabía el que.

Se masajeó la sien ante el inminente dolor de cabeza que se estaba formando en él. Respiró hondo y volvió a pararse, tomando al infante de su cuna – ¡al fin pudo comprar una cuna! – acomodándole contra su pecho para pasear por todo el apartamento.

—Por favor Anubis, dile a papá que está mal—Rogó, balanceándose con él en brazos, esperando que por algún milagro su niño usara la cantidad de palabras que había comenzado a recitar desde ese primer "papá" para explicarle porque se sentía tan miserable.

Estaba pidiendo mucho, lo sabía. El cachorro aun no era tan dominante en el arte del lenguaje y estaba totalmente estresado para pensar en formas de comunicar lo que le pasaba, él por su parte estaba al borde de ponerse a llorar porque todo era demasiado.

No había dormido, comido o descansado, lo que lo estaba dejando irritable, incómodo, molesto y agotado. Solo quería dormir un poco, pero no podía hacerlo con su hijo sonando como si estuviera a punto de ir al matadero.

—Anubis, por favor...— Sus ojos ya picaban con lágrimas producto de la frustración y el cansancio. Quería llorar porque necesitaba, realmente, un momento. Ni siquiera cuando su cachorro era un recién nacido lo había llevado a tal límite.

Había intentado todo lo que le se vino a la mente para calmarlo.

Darle sonajeros para que se distrajera, el anillo de dentición por si eran más dientes, su propio cabello para que jugara, cantarle canciones por muy vergonzoso que eso fuera, llevarlo en el fular.

Cuando distraerlo no funcionó probó otros métodos.

Un baño – que fue un error. A diferencia de todos los baños que Anubis había recibido, este no le trajo ningún tipo de relajación, más bien todo lo contrario. Fue como meterlo en agua hirviendo. Dejó salir un chillido infernal que provocó que lo sacara tan rápido como pudo – masajes con loción para bebés, cambiarle a nueva ropa para que estuviera más cómodo, darle papilla fría por si eran encías dolidas de nuevo.

Nada sirvió.

Su cachorro seguía llorando, estresado, rojo e incómodo. Igual que él.

—Por favor, haré lo que quieras...—Odiaba como se oía. Rogando de una forma tan débil, le recordaba demasiado a esa vez pero realmente se le agotaban las opciones. No tenía más ideas y se estaba desesperando, no solo por él también por los vecinos. — ¿Tienes un poco de hambre?

Desabrochó su camisa lo suficiente para que su pecho estuviera expuesto y guío al niño hacia él. Por unos minutos se prendió y pareció calmarse. Lo que lo hizo suspirar de alivio ante un segundo de total silencio.

No duró mucho.

Unos minutos después, el cachorro empujó sus manitas para alejarlo, iniciando otra vez el llanto estridente.

Hizo una mueca, si ni siquiera eso funcionaba era hora de ir al hospital. Algo estaba pasando y si los métodos comunes para mitigar el dolor no estaban funcionando, entonces era algo más grave.

La idea le aterró ciertamente.

Llamó al taxi más cercano a la par que envolvía a Anubis de pies a cabeza en mantas e intentaba colocarle un chupete para que al menos estuviera más callado durante el viaje.

Funcionó medianamente bien.

Cuando llegaron a la sala de emergencias, rellenó el maldito formulario antes de volver a levantarse para mitigar, aunque fuera un poco, el llanto de su bebé.

Casi lloró de alivio cuando lo llamaron para la revisión, alivio que duro poco cuando tuvo que desnudar a su pequeño y dejarlo en una camilla fría. ¿Por qué una camilla fría? ¡Era un bebé!

Se tragó su furia mientras esperaba pacientemente un diagnóstico, rogando que no fuera nada grave.

—Infección de oído, algo muy común en niños pequeños. — La pediatra explicó, colocando unas gotitas en el oído de su hijo, quién pareció calmarse un poquito. —Es la razón de tanto llanto. Tiene el oído inflamado, lo que le duele. Esa es otra razón por la que ha rechazado el alimento y si ve aquí...—se acercó un poco, viendo la orejita de su nene. Estaba roja. —esta roja. Implica no solo la infección, sino que el pequeño Anubis se ha estado jalando la oreja. Pero no se preocupes papá, con estas gotitas en una semana estará como nuevo. Y las mismas menguarán el llanto. Haré la receta.

Cuando la mujer salió, rápidamente vistió a su pequeño, mirándole al fin callado aunque totalmente despierto.

Posiblemente por el agotamiento o la frustración – no podía decirlo – comenzó a llorar mientras apachurraba al infante contra sí, besando su frente pidiéndole perdón

¿Cómo no notó algo tan obvio? Definitivamente aun le quedaba mucho por aprender, pero ahora que sabía dónde buscar no pensaba repetir el error dos veces.

—Listo. Ya pueden irse, aunque no dude en volver si la situación empeora. —dio un pequeño asentimiento, tomando la receta para irse de nuevo a casa, estaba tan agotado que sentía que en cuanto llegara se desmayaría.

Cosa que hizo.

Una vez en la seguridad de su departamento, con Anubis durmiendo en su cuna, se recostó en la cama. Le mandó un mensaje de texto a Jesuda para que lo cubriera en el trabajo y en cuanto recibió la confirmación, simplemente se desmayó.

Los días de enfermedad eran demasiado pesados para los padres, de eso no cabía duda. 

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