Capítulo 8

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Abro mis ojos, aturdida y vuelvo a cerrarlos, llevando mi mano a mi cabeza. Toco un barrote de metal detrás de mí y abro los ojos de golpe. El corazón empieza a bombearme con fuerza contra el pecho y empiezo a entrar en pánico. Estoy en una jaula, literalmente. Es perfecta para mi tamaño sentada, como si la hubieran hecho para mí. Me pongo sobre mis rodillas y agarro los barrotes, examinando todo a mi alrededor.

Estoy en una casa de ladrillos. La chimenea está encendida y solo se escucha el sonido de la madera quemándose. Hay un caldero cerca, quizás para cocinarme. Un sofá viejo se encuentra debajo de una ventana. Una mesa de madera contiene un plato con restos de hueso y hay varias estanterías con pequeños frascos y algunos no tan pequeños.

Dedos y ojos se encuentran en algunos de ellos y aguanto las ganas de vomitar. Me toco. Estoy bien, no me falta ninguna extremidad, pero si la espada, y la capa. Solo me han dejado con el vestido.

La jaula, por suerte no está tan lejos del suelo, pero, aun así, está alta y se mueve con mis movimientos.

Intento respirar hondo una, dos y tres veces, pero fracaso.

He sido secuestrada por una bruja, o por varias, no lo sé, pero estoy temblando. Probablemente Zadkiel hubiera visto la trampa que yo no vi, incluso Darren, pero yo no, por supuesto y menos con un lobo siguiéndome la pista.

¿Sería ese lobo Darren? ¿Sabe que estoy en apuros?

—Ya te has despertado.

Dejo de respirar y escucho el sonido de unos tacones dar contra el suelo de madera. La chica de ayer, la de la posada. Ahora su pelo rizado y negro, está suelto. Sus labios siguen pintados en rojo sangre y su vestido negro sigue siendo escotado, pero esta vez, hasta su ombligo. Lleva una llave colgada al cuello, quizás la de mi jaula.

—Sé quién eres.

Adiós.

—¿Quién soy?

—Sangre real corre por tus venas —se acerca a la jaula, que le llega por encima de su cuello— Pude olerlo ayer en la posada. Tuve suerte de que todo el mundo allí estuviera tan borracho como para no oler otra cosa que a ellos mismos.

—No tengo sangre real.

—¿No enseñan a una princesa a no mentir? —Alza su perfecta ceja delgada hacia arriba y sonríe— Me pregunto por qué la princesa de Prinnecia ha escapado a Rilikya —se acerca a la estantería de frascos y toca varios de ellos con sus uñas largas— Ah, sí... La maldición —coge un frasco—. Nadie quiere morir. Tú no ibas a ser menos, ¿verdad?

Se acerca al caldero y echa algunas gotas del frasco.

—¿Cómo sabes quién soy? —Quiero saber.

—Haces muchas preguntas... —Murmura moviendo con gran cazo lo que se encuentra en el caldero.

—¿Me vas a comer?

Suelta una carcajada que me da terror y me alejo lo que puedo de los barrotes, poniendo la distancia que puedo.

—Me gusta más la sangre que la carne.

Me va a sacrificar. Le interesa mi sangre para no sé qué cosa y me doy cuenta que a lo mejor mi destino es morir de esa manera. He escapado de la muerte dos veces, una tercera ya sería demasiado. Sin embargo, miro el gran candado que cierra mi jaula deseando que se abra por arte de magia.

—¿Vas a beberte mi sangre? —Le pregunto mientras vuelvo a examinar toda la casa buscando una manera para escapar, o quizás de atizarle con algo si se acerca.

Me asusto cuando veo a alguien en la ventana, pero mi corazón bombea con fuerza cuando veo a Darren. Él está sonriendo y me mira divertido con los brazos cruzados. Se está riendo de mí porque al final sí que necesito su ayuda.

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