Vaho sale de mi boca por el frío que hace. La niebla se va disipando poco a poco cada vez que avanzamos y ninguno ha hablado apenas desde hace horas.
Darren sigue caminando a un ritmo más lento y agradezco que haya puesto una cuerda atando nuestras muñecas, pero no puedo estar toda la vida dependiendo de que alguien me salve.
Miro los trazos de tinta que tengo aún en la palma de mi mano y chasqueo la lengua.
— ¿Tendremos que dormir de nuevo aquí hoy?
— Probablemente.
— ¿Hay otra cueva?
— No que yo haya descubierto.
— ¿Y dormiremos a la intemperie?
— Lo más seguro.
La idea me aterra, pero no digo nada. El día está más oscuro que ayer y tengo un mal presentimiento, aunque, a decir verdad, no se me ha quitado desde que puse un pie en Rilikya.
Cuando decían que era un lugar oscuro y siniestro, no se equivocaban. Teniendo nosotros o no la culpa, no es un bonito lugar para vivir.
Ladeo mi cabeza y miro a Darren, que mira al frente con su rostro serio. Tiene una mandíbula bien definida. Tiene una pequeña cicatriz en su mejilla y otra en su ceja.
—¿Participaste en la guerra? —Le pregunto.
—Sí.
—¿Te hiciste eso ahí? —Quiero saber y me mira— La cicatriz en tu ceja y la mejilla.
—No, peleas de bar.
—Oh —me río— ¿Te metes mucho en pelea?
—Solo lo suficiente, aunque últimamente me estoy metiendo bastante a menudo en ellas —me mira de soslayo.
—Deberías decidir mejor con quien te juntas.
—Debería hacerlo —chasquea su lengua.
Carraspeo un poco porque quiero tocar un tema que me da demasiada. Tengo recuerdos vagos de la noche anterior, pero sí recuerdo a él quitándome la ropa y su calor.
—Me quitaste la ropa sin mi consentimiento.
—Estaba mojada.
—Podría haberme calentado junto al fuego, me desnudaste.
—¿Sabes lo que es la hipotermia?
—Por supuesto.
—Bien, estaba al borde de ella. Necesitabas calor corporal, hice lo que tenía que hacer, de nada.
—Ya te di las gracias, es solo que...
—Te he visto desnuda —termina la frase—. No te preocupes, no tienes nada que no haya visto antes.
Hago un mohín y dejo el tema ir porque no me apetece hablar de sus aventuras sexuales con brujas, lobas, fantasmas o hadas.
Él se para y pone su mano rodeando la muñeca en la que tengo la cuerda. Paro también y lo miro. Frunzo el ceño y veo que él está mirando hacia el frente. No escucho nada, pero parece que él sí.
—No te muevas —susurra.
Me quedo quieta como una piedra cuando escucho pisadas desde mi lado derecho. Aguanto la respiración cuando lo veo. Me quedo completamente petrificada y es que, aunque quisiera moverme, ni siquiera podría echar a correr porque el miedo no me deja.
Un caballo y su jinete están pasando lentamente a varios metros de nosotros. De la cabeza del jinete salen unos cuernos como si fueran los de un ciervo, su túnica negra tapa todo su cuerpo.
ESTÁS LEYENDO
PRINNECIA
General FictionCada cien años, se enamora un ángel de un demonio. Uno sacrifica su paz y el otro renuncia a su odio.