Capítulo 16

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Escucho repiqueteo de la fuente del jardín mientras espero a Darren. El día es caluroso y no parece que haya empezado el otoño. Pensé que aquí había verano interminable al igual que en el Refugio del Eco reina el frío y la niebla. Un invierno sin fin.

¿Cuánto tardarían en caerse las hojas? ¿Y en llegar el frío?

Giro mi rostro hacia el sol con los ojos cerrados porque tengo una mala sensación y necesito disfrutar de esto cuánto pueda. ¿Y si Darkos decide no ayudarme? ¿Y si Zadkiel no ha dado señales de vida? ¿Qué haré?

No puedo volver.

No he podido pegar ojo en toda la noche porque el camino se acaba hoy. Las aventuras de Sophie y Darren van a terminar dentro de unas horas y yo no sé qué haré si al final todo mal porque solo serán las aventuras de Sophie en Rilykia, un lugar en el que los humanos no pueden entrar.

Y yo he avanzado más de lo que cualquier humano probablemente haya avanzado desde que las fronteras se cerraron; todo gracias a Darren, por supuesto.

—¿Disfrutando de la vitamina D?

La voz del guerrero hace que me gire y lo observo. Se está comiendo una manzana y no ha decidido probar otro color de ropa hoy. El negro gobierna sobre él.

—Sí, ¿qué tenías que hablar conmigo? —Pongo las manos detrás de mi espalda y él se para en observarme de arriba abajo.

Llevo otro vestido que ha aparecido esta mañana en mi cama después de darme un baño, pero esta vez verde. Hubiera preferido unos pantalones, pero dudo que tengan algo de mi talla aquí. ¿Se visten las hadas con pantalones? ¿O solo van con vestidos?

—Ese color te sienta bien.

—Gracias.

—La historia que me contaste ayer no tiene ni pies ni cabeza, pero he decidido creerla.

—¿Y eso se debe a...? —Me apoyo en el borde de la fuente y me cruzo de brazos.

—A que es la historia más creíble que has contado hasta ahora. Creo que el sitio al que tengo que ayudarte a llegar, es el punto de encuentro si algo no salía como esperaba. Ningún elfo se arriesgaría a ocultar a una humana —muerde la manzana—. Hay reglas muy estrictas —dice con la boca llena— Reglas que, si se rompen, lo único que queda es la muerte.

—Tú me has ayudado.

—Digamos que soy la excepción. Así que, he pensado en ayudarte. Conozco a mucha gente —vuelve a morder la manzana— que quizás puede ayudarte con el tema ese de la maldición —mueve su mano.

—¿Quién?

—Un hechicero famoso en la Región de las Sombras. Trabaja para el reino y me debe algún que otro favor.

Me quedo callada mientras él se termina la manzana y espera a que decida hablar. Él me ha ayudado hasta ahora y no tengo motivos para desconfiar de él, pero ir al Refugio de las sombras es arriesgado, aunque ya estar aquí, lo es.

—¿Y crees que él puede ayudarme?

—Creo que sí.

—¿Y por qué quieres tú ayudarme? —Camino con paso lento hasta quedarme frente a él. Mis brazos siguen cruzados debajo de mi pecho y lo miro con el ceño fruncido.

—Porque me caes bien, Sophie. Además, he hecho muchas cosas malas en mi vida y...

—¿Soy tu obra de caridad?

Se ríe y me esquiva para dejar el hueso de la manzana en la mesa de cristal. Él se sienta en una de las sillas que se encuentran alrededor y pone las piernas encima de la mesa.

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