XXIII☆彡El Oro de la Corona

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     —PUEDO PREGUNTAR ENTONCES, ¿DÓNDE ESTÁ TU ARMADURA? —Harlen cuestionó con voz severa después de escuchar la idea de Aegon sobre montar un inminente ataque a Rocadragón sí Rhaenyra se negaba a doblar la rodilla—, ¿O las de los presentes en este consejo para variar?

    Aegon se removió incómodo en su asiento en extremo de la mesa y estiró su mano hasta su copa de vino, mirando de reojo su abuelo en busca de ayuda.

    No llevaban ni cinco minutos sentados en esa mesa, cuando Harlen ya comenzaba a sentirse exasperado por la indecisión. Su figura en la armadura negra y la capa de un verde brillante en sus hombros había silenciado al Consejo Privado del rey. Aemond y la reina madre también habían estado presentes para sentir el evidente cambio del aire de la habitación con la presencia de hierro del Príncipe de los Siete Infiernos y su mirada crítica.

    Otto Hightower se aclaró la garganta—Aún no hemos entrado en una guerra formal, príncipe Harlen.

    —Pero sí ya estamos alistando los ejércitos, mi lord Mano—recordó Harlen mirando a cada miembro de la mesa—. ¿No es por eso que estamos aquí? Es la razón por la que los cuervos no han dejado de salir de la capital hacia cada punta de los Siete Reinos, incluso a Dorne, tan ajeno como feliz de ver como la casa del dragón está destrozándose desde adentro.

    —Los cuervos han sido para saber quién es fiel a la corona y quién es un traidor—Alicent corrigió—, es una política. ¿Sabes de políticas de guerra, Harlen? Porque antes de enviar hombres a morir, nos gustaría evitarlo.

    El pelinegro posicionó sus dedos sobre sus labios de manera contemplativa, aunque sus ojos se desviaron a la figura del príncipe tuerto, quien observaba el panorama silencioso y reflexivo.

    —Los aliados son imagen y fuerza—concordó Tyland Lannister.

    —Al carajo con la imagen—Harlen siseó—, de nada nos servirá si sus ejércitos no están aquí para cuando Caraxes y Syrax sobrevuelen los muros para quemarnos hasta las cenizas. Con Rhaenys fuera, incluso podrían estar aquí en cualquier momento, ya que a ella no le faltan las palabras para querer nuestras cabezas.

    —La princesa Rhaenyra está embarazada, sus hijos son jinetes inexpertos. Apenas hay dos dragones con jinetes hábiles en el bando de los Negros, el rey Aegon tiene a cuatro de su lado—se mofó Jasper Wylde con poca credulidad sobre la amenaza que podía ser la primogénita del fallecido Viserys I.

    —¿Y cree que un embarazo detendrá a mi sobrina? —Harlen tamborileó sus dedos contra la mesa, negando con una sonrisa socarrona al apodado Vara de Hierro, pues tras cuatro matrimonios había engendrado veintiún hijos.

    —El Conquistador sólo necesito un dragón para casi fundir Harrenhal, lord Wylde—Aemond recordó frunciendo sus labios con desdén—, sus jinetes podrán ser muy jóvenes o muy viejos, pero un dragón sigue siendo un arma a considerar, aun cuando nosotros nos enfrentemos a ellos.

SINNERS ─── Aemond TargaryenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora