Capítulo 3

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14 de junio

La voz de la abuela Gris me despierta antes de que los primeros pájaros se atrevan a graznar. Son las seis de la mañana y toca ir al mercado a por alimentos frescos para pasar el fin de semana. No me quejo. A fin de cuentas, para eso he venido. Para dejarme atrapar por las costumbres del pueblo y desconectar de la ciudad. Al menos, en la medida de lo posible.

Me levanto todavía con los ojos pegados por las legañas y el espejo del armario me deleita con una descripción de lo que soy al despertarme: tengo el pelo aplastado (con un par de mechones rebeldes que han quedado hacia arriba), sigo tan escuálido como siempre y tan solo me cubre un bóxer blanco que es incapaz de esconder la erección de por la mañana. Supongo que levantarme a las seis es lo segundo más duro en lo que llevo de día.

Cojo lo primero que pillo de la maleta (que todavía no me he dignado a colocar en el armario) y me lo pongo. Un pitillo negro (que me cuesta abrochar por culpa de la maldita erección), una camiseta blanca y las Converse negras, para no perder la esencia; me pongo una gorra oscura, a juego con el resto de la ropa, para no tener que peinarme y listo. Así de sencillo es para mí salir de casa.

Cojo el móvil de la mesita y tengo una notificación.

Es de mi madre.




Mamá: Buenos días!

Buenos días para
quien los tenga





Supongo que ya estará de camino al trabajo, así que no espero respuesta hasta la hora de comer. Probablemente me regañe por mi irritante tendencia a la negatividad y el sarcasmo, pero es que no lo puedo evitar; me he criado en Twitter.

La abuela me está esperando al final de la escalera, buscando algo entre refunfuños en el interior de un bolso negro.

—¿Qué se te ha perdido ya? —mi voz suena ronca, inconsistente, es evidente que la acabo de usar por primera vez.

Se sorprende al escucharme y me sonríe con la mirada.

—Las llaves del coche —se queja—. No sé dónde narices las he metido.

Tuerzo el gesto, divertido.

—¿Esas llaves del coche?

Señalo con desgana hacia un recibidor de roble, sobre el cual, en un cuenquecito de madera oscura, reposan las llaves que está buscando.

—Si no tuviera la cabeza pegada a los hombros, la perdería.

—Si te sirve de consuelo —digo regalándole una sonrisa—, a estas horas yo no sé ni cómo me llamo.

—Me sirve, sí —y nos reímos.


Ya en el coche, me hago un ovillo en el asiento como un niño pequeño. Debe de haber hecho mucho frío en la montaña durante la noche porque está helado.

El motor se enciende en un chasquido que viene acompañado de un chorrito de aire caliente que huele a sal. La abuela coloca el teléfono en el manos libres mientras la pantalla de navegación termina de abrirse y, cuando por fin está todo listo, me sorprende con sus palabras.

—Siri —llama a su teléfono—, pon la nueva canción de Taylor Swift, por favor.

Los ojos se me abren como un resorte.

Lo había olvidado por completo.

—¿Cómo lo has...? —le pregunto, pero Siri me corta.

—Reproduciendo You Need To Calm Down de Taylor Swift en Spotify.

—Te sigo en Instagram, cariño.

Lo dice evidenciando algo que ya sabía, pero que se me había olvidado por un instante: la abuela es de otro mundo. Desde que las redes sociales empezasen, ella siempre quiso formar parte de nuestro siglo y me pidió encarecidamente que le enseñase a utilizar todas y cada una de ellas. Cada vez que sale una nueva aplicación, me escribe para que le cuente de qué trata y, ya de paso, para que le haga algún tutorial rápido de cómo funciona. Si no me equivoco, tiene hasta TikTok.

Entonces me acuerdo de la cantidad de historias que subí anoche hablando de Lover, del single y de todo lo que había pasado antes de dormir. Ahora tiene sentido.

El primer beat de la canción retumba en los altavoces del coche, provocando que mi mandíbula caiga hasta el suelo. Su voz tarda en aparecer unos segundos y, cuando lo hace, me desencajo en el sitio.

—¿¡QUÉ!? —es todo lo que puedo gritar.

La abuela me mira sonriente, agitando el cuello al ritmo de la música mientras que yo sigo sin reaccionar. No quiero imaginar la cara que tengo que estar poniendo. Y entonces llegan los coros del estribillo.

—Oficialmente, he muerto.

Me dejo caer sobre el asiento mientras Taylor continúa atropellándome sin piedad. La letra está cargada de mensajes contra el odio, el ciber-bullying, la homofobia y la misoginia, desde una perspectiva súper sarcástica y divertida; quiero decir, está todo bien. Pero entonces llega ese verso.

"'Cause shade never made
anybody less gay." [3]

—Oh wow, ella realmente lo dijo.

—Les está destrozando —entiende mi abuela, y sonríe.

El estribillo vuelve a explotar, con sus coros, con su epicidad, y la abuela y yo lo damos todo como si nos fuese la vida en ello. Y es, en ese preciso instante, cuando comprendo que, por mucho tiempo que pase, nunca me voy a olvidar de este momento.


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3. "Porque el shade nunca hizo a nadie menos gay." Letra de You Need To Calm Down de Taylor Swift.

Cuando aprendí a quererteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora