Capítulo 16

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21 de junio


Qué dolor de cabeza.

Acabo de abrir los ojos y ya tengo ganas de volver a cerrarlos, pero, con suerte, para siempre. Supongo que esta es la parte mala de no salir nunca, que no estás acostumbrado y la resaca te mete una hostia de las que no gustan. El nivel de cansancio es tal que ni siquiera la tengo dura, así que puedo salir de la cama sin hacer el tiempo de espera reglamentario.

Es casi mediodía y tardé una hora en llegar a casa, por lo que he dormido menos de ocho horas. No sé funcionar sin mis ocho horas. «Hoy se viene siesta», decido. Me incorporo en la cama y llevo un pie hasta el suelo, a ver si encontrando tierra el mundo deja de tambalearse a mi alrededor. Funciona, pero a medias.

Me quedo un rato con la cara hundida entre las manos, en un esfuerzo sobrehumano por no vomitar y, cuando por fin me veo capaz, cojo el móvil. Tengo un mensaje de mamá, otro de Erwin pidiéndome la Switch prestada, unos cuantos audios de Milo respondiendo a lo que quiera que le mandase anoche y un mensaje de Lisa contestando al emoji que le mandé para que guardase mi número. El tema está en que, ese mismo emoji, se lo mandé también a Harry; pero no, no hay respuesta por su parte.

«No pasa nada —me digo—. Estará aún dormido.»

Harry: en línea.

«O no», y suspiro.

Me levanto de la cama como bien puedo, me pongo el pijama y bajo a desayunar. En la cocina se escucha el traqueteo de ollas y sartenes y, cuando entro, me encuentro a la abuela recolocando estantes.

—Buenos días —soy capaz de decir en un ronquido gutural.

Se sobresalta levemente, pero no se queja.

—Uy, qué carita... —y sonríe, lo cual no entiendo muy bien.

Sin respuesta, me dejo llevar hasta la mesa donde me está esperando un delicioso desayuno (aunque a mí ahora me apetecen macarrones o un trozo de pizza) y, antes de sentarme, le doy un sorbo al café. Está frío y eso me encanta.

—Eso quiere decir que te lo pasaste bien —continúa la abuela ajena a todo.

—No estuvo mal —y pienso en Harry.

—¿Llegaste muy tarde?

—Sobre las cuatro.

La abuela saca una caja del armarito que hay sobre el frigorífico, coge un vaso, lo llena hasta la mitad y deja caer algo dentro. Entonces, se dirige hacia mí.

—Toma, que te va a sentar bien.

El agua está burbujeando y en el fondo del vaso bailotea, con cierta gracia, una pastilla. Es un paracetamol.

—Muchas gracias —lo cojo regalándole mi mejor sonrisa.

—Nada, hijo —me acaricia el pelo.

Elijo un cruasán que tiene una pinta espectacular y le pego un bocado que me llena toda la boca. No era consciente del hambre que tenía hasta ahora mismo. La abuela, como si nada, se sienta frente a mí con gesto curioso.

lo que eztáz fenzando —digo con la boca llena.

Ella está a punto de quejarse porque no se ha entendido absolutamente nada, pero yo ya me he dado cuenta de eso, así que levanto un dedo para mantenerla en espera mientras termino de masticar, le doy otro trago al café para que baje y vuelto a intentarlo.

Cuando aprendí a quererteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora