Capítulo 10

139 31 10
                                    

17 de junio


El sonido de las olas me hace estremecer. Creo que es uno de mis sonidos favoritos, lo cual parece mentira teniendo en cuenta que llevo cuatro días aquí y esta es la primera vez que me he dignado (o más bien me han obligado) a acercarme al mar. Pero, lo cierto es que, a veces, me cuesta hacer cosas, ponerme en marcha, tener iniciativa, dar el primer paso. Una vez en movimiento, me alegro de haberlo hecho, como ahora, pero necesito el empujoncito.

Me he descalzado para sentir las piedrecitas en las plantas de los pies, que dicen que es bueno, y he colgado las zapatillas en la mochila, anudando los cordones a las asas. La cámara ya está preparada para la acción, pendiendo de mi cuello y descansando, apacible, sobre mi pecho. Pero antes, tengo algo que hacer.

Saco el móvil del bolsillo y entro en la conversación de Milo, la cual lleva en stand-by desde ayer. Doce mensajes pendientes, vamos allá.

Pulso el primer mensaje y la voz de Milo, pastosa y errática, se materializa en los auriculares:

"Eres un cabrón. Coges la maleta, me mandas un mensaje de mierda y te vas tres meses, así, sin más. Y yo aquí, abandonado, sin mi mejor amigo todo el verano. Te parecerá bonito -una pausa-. Te quiero mucho, Rodri. Vuelve ya."

Sonrío algo apenado al recordar lo mal que me estoy portando con él, y entonces salta el siguiente mensaje.

"Bueno, o no vuelvas, haz lo que sea mejor para ti, pero, por favor -suena a súplica-, háblame de vez en cuando, hazme saber que estás bien. Me tienes preocupado."

Soy una auténtica mierda. Siguiente mensaje.

"No sé si lo que estoy diciendo tiene sentido, espero que sí. Es que han puesto nuestra canción y me he acordado de ti, ¿sabes? Espero que estés mejor."

Su voz desaparece y se hace un silencio. El siguiente mensaje es un vídeo. En él sale Milo, con sus facciones perfectas, con su cara fina y alargada de rasgos afilados, con los ojos de color miel brillando entre los flashazos de la discoteca y con esos hoyuelos que solo le salen al sonreír. Me está mirando fijamente mientras suena de fondo "I'm Only Me When I'm With You", o lo que es lo mismo, nuestra canción.

Los ojos se me empañan, pero agito la cabeza para evitar que se escape ninguna lágrima; anoche ya tuve bastante. Y entonces reproduzco otro audio.

"Tengo malas noticias -empieza, y enarco una ceja casi sin darme cuenta-. Me he vuelto a liar con este. Sé lo que me vas a decir y tienes mucha razón, así que ya puedes bajar la ceja que te van a salir arrugas -bajo la ceja al instante y me río-. Es que como si te estuviera viendo."

—Eres un desastre —le reprimo en un susurro.

Otro audio.

"¿Ves? Sin ti soy un desastre -y otra risa más-. Tenías que haber estado tú ahí, conmigo, bailando en Cuenca para impedirme que hiciera otra de mis tonterías. En serio, vuelve."

Y otro más.

"Bueno, me vuelvo dentro -una pausa-. Mañana te cuento qué tal termina la noche. Échame de menos, ¿vale? Yo no paro de pensar en ti."

La voz de Milo se deshace entre el sonido de las olas y busco la pantalla. El resto de mensajes son escritos.



Milo: Oficialmente la he cagado

Milo: Acabo de salir de casa de este

Milo: Yo no sé si es que no voy a
aprender nunca o si es que
soy gilipollas

Milo: En fin, buenos días, supongo

Milo: Hablamos cuando puedas <3


«Hablamos cuando puedas», se me queda grabado como si lo escuchara. Porque la única verdad es que podría haber respondido mucho antes, podría haberle hecho saber que estaba bien, o que no, pero haberle dejado formar parte de esta narrativa.

Suspiro en silencio, trago saliva y trato de buscar las palabras adecuadas antes de pulsar el botón de grabar.

—Hola nene —así nos llamamos entre nosotros—, soy consciente de que lo he hecho fatal desapareciendo de esta manera; soy una mierda y lo sé. Estos días han sido una montaña rusa y, entre llegar, asentarme, ayudar a mi abuela con cosas de la casa, madrugar todos los días para ir al mercado y pretender que Lucas no me ha dejado una tarita de recuerdo, pues se me está complicando la vida —suspiro e inhalo toda la sal del mundo—. En fin, sé que suena a justificación mala y no es lo que pretendo, así que lo siento —una ligera pausa—. Dicho esto, me ha hecho mucha ilusión que te hayas acordado de mí escuchando nuestra canción, aunque menudo ciego llevabas, desgraciado, que me he tenido que sacar un máster de lingüística para entender los audios —y me río, no sé si de verdad o por quitar hierro al asunto—. No te sientas mal por haberte liado con el gilipollas de Carlos, la carne es débil y lleváis no sé cuántos años ya con esta dinámica. ¿Que creo que te vendría bien cortarla por lo sano? Sí. ¿Que soy consciente de que no es tan fácil? Pues también. Y si encima le sumas que ibas trifásico pues, se complica un poco la vida —otra risita forzada—. Bueno, que eso, que no le des más importancia de la que tiene. No te sientas mal por esto, no merece la pena.

Y envío el audio, así, tal cual, porque sé que no estoy diciendo nada sustancial, que no le estoy ayudando o cambiándole la vida, pero es que tampoco hay mucho que pueda hacer por él. El gilipollas de Carlos y Milo llevan follando desde que se conocieron en una fiesta de Halloween en primero de carrera. Por aquel entonces, Milo todavía no se había enterado, pero la verdad es que el muy desgraciado tenía novia. Bueno, tenía y tiene. Llevan juntos desde los doce años y claro, eso explica muy bien que hayan construido una relación de fantasía en la que lo único real es la cornamenta que lleva la pobre Sofía. Pero yo ya he decidido no meterme ahí, mi única aportación a esa historia es escuchar a Milo, que sigue atrapado, evitar que se sienta mal por caer en la tentación constante que es Carlos y, bueno, dentro de lo posible, ayudarle a salir de ahí.

Vuelvo a pulsar el botón y empiezo otro audio.

—En cuanto a mí, bueno, estoy mejor de lo que me esperaba. Quiero decir, anoche me dormí a las tantas llorando como un imbécil —y me callo un momento—, pero supongo que es parte del proceso, ¿no? El estar entretenido me está ayudando mucho, y la compañía de mi abuela todavía más. Creo que es la que mejor me entiende de toda mi familia. La echaba de menos. Pero también te echo de menos a ti, así que —alargo mucho la última vocal—, se me acaba de ocurrir que podrías venirte para alguna fiesta. Sé que está lejos y que trabajas este verano, pero podemos preparar algo a largo plazo, para el mes que viene o lo que sea. El verano es muy largo, así que piénsatelo y ya me dices, ¿vale?

Corto el audio, pero en mi cabeza resuena un «yo también te quiero mucho, Milo», pero no lo digo porque me cuesta verbalizar esas cosas, porque me siento ridículo, expuesto, como un pez fuera del agua.

Otra cosa más en la que trabajar este verano, supongo.

Me acerco un poco más a la orilla y dejo que el agua me acaricie los pies. Está fresca y eso me gusta porque me ayuda a concentrarme; en este caso, en esas cosas que quiero cambiar de mí mismo, en lo que me gustaría resolver en este verano de retiro, en este año de cambio en el que he decidido que voy a comportarme como el main character de mi propia vida.

Así que abro las notas del móvil y escribo:

Olvidar a Lucas
Tomar la iniciativa
Prestar más atención a la gente a la que quiero
Expresar mis sentimientos
Enamorarme

Cuando aprendí a quererteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora