Capítulo 22

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24 de junio


La música se desliza entre las olas como si del sonido del mar se tratase. Estamos bailando, saltando, disfrutando de la libertad que tanto nos merecemos. Él me mira como si fuera su centro de gravedad, yo le miro porque él es el mío. Poco a poco, siguiendo las leyes de la física, nos vamos acercando el uno al otro. Puedo sentir su respiración acariciando mis labios con delicadeza. Sabe a gloria. Nuestros labios están a punto de rozarse y, entonces...

El graznido de una gaviota me arranca de cuajo de mi paraíso terrenal, sin piedad. Lo primero que siento, nada más despertar, es un aguijonazo en el costado que se encarga de recordarme que hoy no he dormido en una cama. El hedor a sal me incomoda a estas horas de la mañana y puedo notar como se me comprimen los músculos de la cara en un acto reflejo. Abro los ojos sin prisa, intentando acostumbrarme a los buenos días de un sol incipiente que no me deja ver más allá de mi propia nariz, y, cuando lo consigo, me alegro de haber luchado contra las fuerzas de la naturaleza porque ahí, a escasos centímetros de mí, está Harry.

Las facciones se le suavizan cuando duerme, dándole un aire infantil que me obliga a sonreír. Tiene las chapetas coloradas, ya que el sol lleva un rato tostando sus mejillas; el flequillo se mantiene casi intacto, de no ser por un mechón que se le arremolina sobre la frente y que me pide a gritos que lo devuelva a su sitio, pero me resisto y no lo hago; está hecho un ovillo, supongo que porque esta noche debe de haber hecho frío, y respira tranquilo mientras continúa navegando entre los reinos de Morfeo, totalmente ajeno a que yo, mientras tanto, deleito mis sentidos con lo que se ha convertido en mi sueño de carne y hueso.

Good morning, stalker [42].

La gravedad de su voz me obliga a dar un respingo en el sitio e intento disimular lo mejor que sé: cerrando los ojos muy rápido (para que parezca que me acaba de despertar) mientras retozo en el sitio entre quejidos.

—Buenos días —digo como si me costara, estirazándome.

Harry consigue abrir los ojos a duras penas.

—¿Me estabas mirando mientras dormía? —ataca sin piedad.

—¿Qué? —salto como un resorte.

«Claro que sí», me reprocha mi propia voz.

—Claro que no —me defiendo yo.

Él simplemente sonríe.

It was a joke, Rod [43].

—Oh —se me escapa—. Ya lo sabía.

Ajeno a mi excusa, y casi que a mi existencia, se hurga en el bolsillo hasta dar con su móvil. Nada más desbloquearlo, se levanta de un salto entre maldiciones.

Oh, shit, shit, shit! [44]

—¿Qué pasa?

—Llego tarde al trabajo —es todo lo que dice.

Mira alrededor, aún algo confuso, y se abalanza sobre los restos de nuestra borrachera para meterlos en el cubo.

—Déjalo —le pido—. Ahora termino de recoger yo.

—¿Seguro? —pregunta aún en cuclillas.

—Seguro —le confirmo.

Se vuelve a erguir y comprueba el móvil una vez más.

—¿No vienes entonses? —se asegura, ya de espaldas.

—No —niego forzando una triste sonrisa—. Me voy a quedar un rato más, a ver si así me espabilo —dudo que me esté escuchando—. ¿Nos vemos luego? —me sale en un hilo de voz.

Termina de mandar un mensaje y analiza mi pregunta.

—No sé si podré —la indiferencia en su respuesta se siente como una puñalada, una a ciegas, puesto que él casi ni ha levantado la vista del teléfono—. Pero te escribo, ¿sí?

—Sí. Genial —logro decir.

—Hasta luego —añade.

Y acto seguido, sin una sola palabra más, se marcha.

—Hasta luego —digo para mí mismo.

«¿Qué acaba de pasar?».

Me pierdo en el azul del mar y, por la razón que sea, me siento parte de él. Intento hacer un repaso rápido de anoche, de nuestras conversaciones, de nuestros cantos ahogados, de todos los secretos que ahora son compartidos; de nuestra promesa.

«¿Ha sido real?», dudo un momento.

Ha tenido que serlo, porque el dolor es real, porque la lágrima que se me escurre mejilla abajo es real. Pero, quizás, solo ha sido real para mí; tal vez, para Harry no ha sido más que una tontería entre colegas que se han pasado bebiendo. Un error.

«Otro más», escucho.

Lo he hecho sin pensar, pero el sonido del piano ya acompaña a mi melancolía; porque si tengo que llorar, qué menos que llorar en su compañía.


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El sabor a sal me llena la boca con cada palabra que susurro, y puede parecer exagerado, y puede que no sea más que una consecuencia de la resaca, un mal entendido o, tan solo, otro juego despiadado de mi némesis el destino; pero no quiero medir cómo siento, no me apetece ponerme barreras; ahora mismo, no.


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42. "Buenos días, acosador."

43. "Era una broma, Rod."

44. "¡Oh, mierda, mierda, mierda!"

Cuando aprendí a quererteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora