Capítulo 23

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25 de junio


He vuelto a activar el piloto automático. Y lo sé porque estoy parado en mitad del mercado, entre gritos y olores que me sé que me desagradan, y no sabría describir cómo he llegado hasta aquí. La abuela está cotilleando con Paquita en la frutería, contándole que me quedé dormido en la playa y que le di un susto de muerte, pero esto no lo sé porque la esté escuchando, sino porque ya me dio la charla ayer cuando llegué a casa. El resto del día está algo borroso. Sé que me pasé gran parte de la tarde en la cama, comprobando cada cinco minutos que Harry me hubiera escrito, que se disculpara por lo estúpidamente hombre que había sido. Pero, para sorpresa de nadie, no pasó.

En cuanto al tema del piloto automático, bueno; me pasa más a menudo de lo que me gustaría y estoy intentando luchar contra ello de la mejor manera que sé. Pero se me empieza a hacer bola. Cuando entro en este estado, me siento Damon [45] apagando su humanidad para no sentir. Y es que, cabe la posibilidad de que, lo que ahora mismo se siente como una maldición, en realidad, sea mi gran superpoder: apagar el sistema operativo cuando alguien me hace daño, como si de un virus se tratase, para que, así, duela menos. Soy consciente de que no es lo más sano, y de que trece de cada diez terapeutas no lo recomendarían de ninguna manera, pero, a mí, evadir la realidad me resulta absurdamente efectivo.

—Niño —me apelan, trayéndome de vuelta a la frutería.

Con mucho pesar, levanto la mirada (perdida), sin prisa, pero la abuela no es capaz de esperar hasta que yo enfoque del todo y añade:

—Que te está sonando el móvil, mira a ver si va a ser tu madre que luego se preocupa —refunfuña—. Yo no sé para qué quieren tanto teléfono... —susurra para Paquita, como si yo no estuviera a metro y medio.

Ajeno a frases tópicas de la tercera edad, saco el teléfono con desgana. Se me había olvidado que lo tenía con sonido. Supongo que lo puse por si me escribía... bueno, él. Y parece que fue una buena idea, puesto que tengo sin leer cuatro mensajes de Harry.


Harry: Buenos días, Rod!

Harry: Tengo un descanso en media hora

Harry: Te da tiempo a llegar?

Harry: Tenemos que hablar



«Tenemos que hablar», resuena en mi cabeza con su voz.

Esa frase nunca trae nada bueno, pero toca apechugar.


Claro

¿Me pasas ubi?



He intentado sonar seguro de mí mismo, como sino tuviera el corazón latiendo a mil revoluciones por segundo, escalofríos, goterones de sudor escurriéndoseme por la frente y unas ganas de vomitar que me van a llevar por delante. Claro que, parecer seguro en un mensaje es la parte sencilla; ahora me toca enfrentarme a la conversación sin una pantalla que camufle el vibrato nervioso de mi voz.


Harry: «Ubicación»

Cuando aprendí a quererteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora