Capítulo 13

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19 de junio


Llevo un buen rato dando forma a las muecas del techo, desde las 6:43 para ser más exactos. No puedo dejar de darle vueltas al lamentable acontecimiento de ayer y al mismo tiempo no puedo evitar el querer repetirlo. De tanto pensar, me he autoconvencido de que, cuando haces deporte, se descansa un día y tiene sentido que ese día fuese ayer. Y, si no me he inventado este dato a causa de la desesperación, hoy podría encontrarme con Harry.

Intento levantarme en un solo movimiento, pero un calambre generalizado me lo impide y vuelvo a caer sobre la cama. Tengo agujetas, lo cual era de esperar, puesto que mi mayor momento de actividad en el día a día es sacar las bolsas del coche cuando voy con la abuela a comprar al mercado; pero no me había dado cuenta hasta ahora porque no me he movido más que para mirar la hora en el móvil.

El dolor me complica bastante el día, pero aún hay esperanza.

Lo vuelvo a intentar, esta vez más lentamente, y consigo salir de entre las sábanas a duras penas. Me pongo el mismo pantalón de ayer, pero con otra camiseta, me acicalo en cinco minutos, le dejo una nota a la abuela avisando de que he salido a correr y me dirijo hacia el pueblo.

Con cada paso siento como centenares de agujas se me clavan a lo largo y ancho de las piernas, escalando hasta los cachetes, pero es un dolor soportable. El tempo de mis pasos va en aumento conforme me voy acercando a la orilla y, cuando por fin llego, empiezo a correr. Hoy no hay música, principalmente porque se me han olvidado los auriculares con la prisa, así que solo estamos las olas del mar y yo, nadie más.

La cancha de baloncesto está cada vez más cerca y eso hace que el corazón se me acelere ligeramente, aunque también puede ser por el cansancio, que llevo ya un kilómetro al trote. Un grito se escapa de entre los barrotes del lugar, y entonces se materializan los restregones de la goma de las zapatillas contra el asfalto y los golpes de la pelota impactando contra el suelo. Están ahí. La pregunta ahora es: ¿estará Harry?

Sigo corriendo, ajeno a todo, como si no estuviera a punto de vomitar por la amalgama de nervios y agotamiento, pero echo un vistazo rápido, despistado, casual; un vistazo como el que echaría cualquier persona que pasase por allí al recibir tal cantidad de estímulos sonoros; pero no es suficiente. Son demasiados y no paran de moverse, así es imposible identificar a nadie. Echo otro vistazo, esta vez más largo, parece que están a punto de encestar, lo cual me facilitaría mucho las cosas. Devuelvo la vista al frente y entonces, el grito, la celebración y otra mirada. Están abrazándose, parece que han ganado, y entre el equipo de ganadores le veo a él, con su sonrisa esculpida, con ese pelo del color del oro que ahora está más oscuro debido al sudor, con un torso desnudo que podría lamer solo para hidratarme. Y sonrío, pero no dejo de correr porque este encuentro es una casualidad; estoy haciendo deporte, justo como él el otro día y, en algún momento, nos encontraremos como si estuviera destinado a ser; destinado a ser con ayuda de un servidor. De nada, Harry.

Llego hasta el final de la playa, justo hasta donde empieza el otro cerro de La Herradura, y me paro a respirar unos segundos. El último tramo lo he hecho andando porque no podía más. Me siento en la orilla, espero a que una ola se acerque lo suficiente y me refresco la cara. Si me encuentro con él no quiero que sea al borde del colapso. Recupero el aliento a duras penas y vuelvo a la carga porque me niego a que todo este esfuerzo haya sido en vano.

Para cuando quiero darme cuenta, estoy llegando de nuevo a la cancha de baloncesto, la cual está vacía. No me preocupa, sin embargo, porque Harry está parado en la orilla, justo en el lugar por el que tengo que pasar, y me mira fijamente con una sonrisa de oreja a oreja.

Cuando aprendí a quererteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora