Ya se había vuelto rutina. Todas las mañanas Crystala subía desnuda a lo más alto del acantilado, se agachaba en el borde y se preparaba para el cambio. Acto seguido su piel se transformaba en escamas verdes tornasoladas hacia un cobalto brillante. De su frente brotaban dos cuernos negro azabache, sus ojos se volvían esferas rojas que encerraban una pupila vertical, los pies y las manos se convertían en garras y de su espalda surgían dos alas cuya envergadura era imponente. Una larga cola reptiliana daba el toque final a la transformación.
Con su nueva forma cruzaba el enorme mar interior que separa la tierra de Irindell de las costas del continente de Arga. Todos los días hacía este recorrido para visitar el mercado de Mirandul y encontrarse con su amada.
Desde la Guerra del Ocaso, Irindell estaba separada del plano existencial del resto del mundo. Sólo los dracónicos gracias al manejo de la magia arcana podían entrar y salir de la isla a voluntad. Si un navegante se topaba con esta, solamente vería niebla y bruma, y la protección lo haría bordear la tierra prohibida.
Habían pasado más de doscientos años desde que se estableciera la paz. Todo este tiempo había ayudado a que las historias se volvieran leyendas, y a que los habitantes fuera de Irindell llegaran a pensar que la isla y sus habitantes no eran más que mitos.
Los dragones tenían prohibido salir de la isla, esta les brindaba todo lo que necesitaban y la magia (esencial para su supervivencia) aparentemente sólo emanaba allí. Mucho no les interesaba tampoco salir. Las tierras exteriores estaban llenas de "criaturas inferiores" (así entendían la mayoría de los dracónicos a los humanos) que luego de la extinción de las hadas, quedaron como mayoría. Crystala pensaba de manera diferente; desde niña se interesó por las historias de antaño, le fascinaban las leyendas de humanos.
La primera vez que se aventuró a cruzar el mar interior lo hizo llena de temor. No era pionera en adelantarse a tal aventura, pero la mayoría de los que atrapaban intentándolo terminaban mal. Salir de Irindell estaba terminantemente prohibido, y lo que los viejos siempre decían es que aún si pudieran sortear el cruce, las tierras exteriores estaban plagadas de guerreros de la Orden del Archiduque, los matadragones, armados con espadas y flechas de acero de hadas que eran capaces de acabar con la vida de un dracónico al toque.
La verdad es que los linajes de matadragones han estado en decadencia desde el fin de la guerra. Muchos se hicieron mercenarios, otros se dedicaron a actividades como la herrería o el trabajo de la tierra, y el gremio se fue diluyendo en la memoria colectiva. Poco queda de aquellos días.
A lo lejos, Crystala divisó la cabaña en la costa que le servía de refugio al concluir su viaje. Allí tenía ropa y calzado humanos con los que pasaba desapercibida en el pueblo. Descendió y se sentó un momento para reponerse antes de vestirse y acercarse al mercado de Mirandul.
El centro del pueblo no quedaba muy lejos de la cabaña. La dracónica hizo (como diariamente) el trayecto a pie. Ya no podía recurrir a sus habilidades especiales.
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Crónicas de Irindell
FantasyUna dracónica. Una humana. Una épica aventura en una tierra de Fantasía. https://www.pinterest.com/cronicas_de_irindell/ https://www.instagram.com/cronicas_de_irindell/ Diseño e Ilustración de portada: Ash Quintana.