3. El Ermitaño

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La primera visión que tuvo Crystala al abrir los ojos fue de los rayos de sol filtrándose entre las ramas violeta del sauce que guardaba la entrada a la gruta que les había servido de cobijo durante la noche. Esta imagen le trajo un recuerdo de su infancia, de las mañanas en las estancias de su padre, de cuando las cortinas de su habitación dejaban pasar de igual manera la luz del alba. Ese mismo astro que ahora la iluminaba estaba iluminando también Irindell. Estaba iluminando a su padre y a sus hermanos.

—¿Qué estarán haciendo ahora? —se preguntaba mientras observaba las hojas del sauce danzar al viento.

Su madre había muerto poco tiempo después de nacer Crystala. Los dragones eran criaturas resistentes y longevas por lo general, sin embargo eran sumamente vulnerables a algunas enfermedades surgidas luego de la guerra. Enfermedades hechas a la medida de sus escasas debilidades.

Ladyola aún dormía reposando la cabeza sobre el hombro de su novia. Le hubiese gustado no despertarla, pero la dracónica sabía que debían continuar alejándose de Mirandul. Sus enemigos ya para esta altura seguro habían deducido que el bosque había sido su ruta de escape y debían ganar tiempo para poder recuperarse.

No había pensado mucho en qué harían, pero había calculado que tal vez, si se recuperaba lo suficiente podría regresar con ladyola a Irindell. No estaba segura de qué pensarían los dragones al respecto, pero lo que estaba claro era que no se podían quedar en Arga... por lo menos no ella.

—Vamos, debemos continuar —le dijo a la humana mientras se incorporaba y se acomodaba la ropa.

—Tengo hambre... ¿Cómo te sientes? —preguntó Ladyola mientras se estiraba y se restregaba los ojos.

—Hoy estoy mucho mejor, pero todavía no puedo transformarme. Al menos puedo caminar más deprisa.

La verdad es que Crystala dudaba que pudiera convertirse nuevamente a no ser que encontraran alguna fuente de energía.

—Vamos... cazaremos alguna liebre y tumbaremos algunas frutas... yo también tengo hambre —dijo la dragona.

Llevaban cerca de medio día moviéndose a través del bosque cuando Crystala detuvo en seco a su compañera.

—Hay alguien ahí delante... entre esos arbustos...

Efectivamente. Al terminar de pronunciar estas palabras, un jabalí enorme se abrió paso entre la maleza para enfrentarlas furioso. Resopló con fuerza y pateó el suelo antes de embestir a las jóvenes.

Crystala se puso delante de Ladyola y tomó una postura de ataque para tratar de enfrentar la furia del animal. En ese instante, una flecha pasó desde atrás rozando la oreja de la dracónica que veía anonadada como otra intervención repentina del destino las salvaba nuevamente. La flecha entró por el ojo derecho del jabalí y lo neutralizó al instante. El ímpetu que traía lo hizo llegar hasta los pies de la muchacha donde quedó tirado entre una polvareda.

Las dos miraron hacia atrás al unísono para develar una figura anciana pero gallarda que las miraba de pie sosteniendo el arco con el que acababa de cazar al animal.

—Cero... y van dos —dijo el extraño. —Si no mejoran su instinto de conservación no van a durar otro día en el bosque —continuó.

El individuo tenía una especie de túnica negra y un gorro en forma de pirámide con una imagen de un triángulo dorado del que salían unos rayos como una representación del sol.

—No siempre aparecerá un yaguareté o un ermitaño que les salve la situación. Vamos, mi cabaña no está muy lejos de aquí. Sé que están hambrientas y que deben tener sed. El menú de hoy incluye cerveza de arce y jabalí recién cazado... Vamos.

Crónicas de IrindellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora