22. La Emboscada

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—Aprobaré un ataque desde la Costa del Martillo, Tasio. Ese pequeño traidor no lo esperará... Quiero que me lo traigan aquí para que sea juzgado. Que los demás regentes entiendan que no pueden cometer un acto así en mi contra y salir triunfantes. —Gerolt estaba encolerizado. No terminaba de asimilar el escape de Crystala, cuando le llegaba un emisario con semejante noticia de una de sus regencias.

—Intuyo que deseará negociar con su majestad una salida a su situación. —Tasio Grihma, era comisionado real, entre otras cosas porque su perspicacia no pasaba desapercibida ante la corona. —De hecho, es posible que solicite de una vez por todas, la independencia de Marca Verdenia.

—La única negociación la tendrá con la canasta del verdugo. Allí su cabeza obtendrá la independencia del resto de su cuerpo. Si es necesario que aquella maldita villa sea destruída, que así sea. Arrasaremos toda esa tierra y la sembraremos de papas. Pero debo marcar un precedente.

»Es imperante que traigan de vuelta al matadragones. Lo necesitamos para capturar de nuevo al maldito monstruo que se nos escurrió del calabozo.

»Que se dé el gusto Simaro. Que le arrebate Verdenia al niñato traidor. Por fin saldremos de la estirpe de los Albicorinio.

***

Leonte y Lore estaban atravesando las ruinas de Antigua Payán cuando se suscitó la emboscada.

Un frasco bomba cayó a los pies de Rufian, el caballo de Leonte, detonando al instante y mandando a corcel y jinete al suelo con un estruendoso estallido.

«Mierda, otra vez», pensó el regente desde el piso.

Lore inmediatamente llevó sus dos manos al cinto y sacó sendas metaballestas.

Las metaballestas eran un arma de origen riscaliense y que los corsarios aprendían a usar siendo grumetes. Se necesitaba mucho entrenamiento para adquirir la destreza que requería su uso. El arma consistía en un arco de menor tamaño que el de una ballesta regular, formado por un muelle de hojas superpuestas que le daban contundencia y acierto al disparo. El tablero era corto (al igual que las flechas) y se acoplaba al antebrazo del usuario mediante una abrazadera abierta que salía de este y que se ajustaba automáticamente mediante un sistema de flejes. El método de recarga era lo más complejo, ya que requería una fuerza importante para poder hacerlo sin tocar las saetas. En la parte exterior del tablero sobresalía un peine con seis flechas en reverso que se cargaban al arma contraria al cruzar los brazos.

Las flechas no tenían el alcance de las otras ballestas, pero el saetero disponía de catorce disparos, recargando con un movimiento rápido, lo que convertía a las metaballestas (en manos adecuadas) en letales armas de corta distancia.

Lore divisó a dos cultistas carmesí ocultos tras unas ruinas y les disparó a cada uno con una de las armas. Hizo diana en ambos casos eliminándolos al instante. El que había tirado la bomba, al ver aquello, trató de escapar. El riscaliense cruzó rápidamente los brazos para cargar su arma derecha y disparó una tercera saeta certera.

Todavía en alerta se acercó con el caballo a su compañero caído. Leonte estaba bien, pero Rufián estaba gravemente herido.

—Sabes que no lo logrará. ¿Verdad? —preguntó Lore. Las abrazaderas de las metaballestas permitían que el usuario tuviera libertad de movimiento con sus manos mientras no estaba disparando. Así podía hacerse cargo de las riendas.

—Me temo que no. —El joven regente no podía ocultar la tristeza que le provocaba aquella situación.

—¿Quieres que lo haga yo, o...?

Crónicas de IrindellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora