27. El Cónclave

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Los senos de Ladyola apuntaban hacia el cielo como suaves colinas mientras su amada le besaba el abdomen. La muchacha se estremecía cada vez que los labios de la dracónica se posaban sobre su cuerpo. Crystala se tomaba su tiempo. Iba bajando por el vientre de su novia poco a poco hasta llegar a su destino. Aquella sensación siempre era infinitamente placentera. Ambas disfrutaban la una de la otra como si se exploraran por primera vez, descubriendo nuevas sensaciones cada vez que se devoraban.

Siempre terminaban abrazadas, extenuadas esperando juntas el inicio de un nuevo día con las incógnitas que eso significaba. Así vivían ellas, al día. Así se disfrutaban, como si no existiera la certeza de otra oportunidad para tenerse. Así las encontró la mañana en el campamento del Loto Negro; abrazadas en su tienda, dispuestas a enfrentar otra jornada.

Las jóvenes habían regresado del Alcázar a continuar con su entrenamiento. Ladyola había mejorado mucho su combate cuerpo a cuerpo aunque había desistido del arco y flecha. Mientras tuviera una ballesta (arma que se le daba bastante bien) no sentía la necesidad de perder el tiempo intentando mejorar en aquella "práctica prehistórica", como ella misma le había llamado.

—¿No has pensado en tu familia? —Preguntó Ladyola mientras aún se abrazaban en la cama.

—Todo el tiempo. No pasa un sólo día sin que los recuerde.

—¿Qué crees que piensen? ¿Cómo se sentirá tu padre por tu partida?

—Me imagino que decepcionado... Aunque no estoy muy segura. Creo que nunca esperó mucho de mí. Sé que nunca fui la hija que quería.

—No entiendo cómo tú no podrías ser suficiente para alguien.

—Eso es porque no conoces a mi padre. Y ahora menos. Ahora soy una proscrita. Los dracónicos son severos con los que salen de la isla. Si regreso, seguro enfrentaría la Justicia.

»Treskor, por otro lado, sí me apena. A él sí siento que lo decepcioné. Siempre me hacía saber que yo tenía mucho potencial... Una pena.

—Pero no estoy entendiendo. ¿Pierdes dignidad por irte de Irindell?

—Es que no lo comprenderías. Mi pueblo menosprecia a tu gente y luego de la guerra del Ocaso se llegó a la decisión de separarnos completamente del plano existencial de ustedes.

—¿"Mi gente"?

—Los humanos.

—Ya veo... nos ven como seres inferiores.

—Yo no. Tú lo sabes. Pero así piensan allá. Estoy segura que si saben que estoy contigo me verían como una paria.

—Vaya... No tengo muchas ganas de conocer a tu familia.

—Nunca intentaría justificarlos, pero es que esa es la cultura en la que han vivido.

—Suerte que no tratas de justificarlos... De todos modos esa también es tu cultura... ¿Por qué entonces tú no piensas como ellos?

—Porque yo siempre me interesé por investigar más. Siempre me llamaron la atención los humanos.

—Pués ellos no tienen excusa.

—Por eso dije que no trato de justificarlos.

—Sí, lo dijiste. Justo antes de hacerlo.

—Lo siento. Lo importante es que sepas que yo no pienso así en lo absoluto.

—Eso espero.

»Mejor levantémonos. Ya hay que encarar el día —dijo Ladyola mientras se ponía de pie. Crystala guardó silencio.

Crónicas de IrindellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora