25. La Hija del Provecto

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El desierto de Dondalia era una tierra formada por vastas extensiones de arena, alcanzando algunas de sus dunas, alturas impresionantes. El clima era extremadamente árido y las temperaturas que durante el día eran abrasadoras, por las noches descendían al frío igual de exagerado. Ciertamente era un entorno desafiante, cuyos pobladores eran igual de extremófilos que su rara fauna.

Los dondalienses, quienes habían desarrollado una profunda conexión con estas áridas tierras y sus recursos naturales, vivían en tribus nómadas que se movían por el yermo junto a sus rebaños de cabras acorazadas, ovejas y llamas del desierto. Estas últimas eran utilizadas como monturas.

La economía tradicional se basaba principalmente en el comercio del aceite de escoloescorpión, el producto de su ganadería nómada y la recolección de materiales alquímicos, tanto con los pueblos alineados del continente como con Puerto Payán y las tierras altas de Riscalion.

Los zocos eran bulliciosos lugares llenos de colores, aromas y sonidos exóticos dónde se llevaba a cabo el comercio con los mercaderes extranjeros. Allí podían encontrarse una amplia variedad de productos, desde especias, telas, joyas, etc. El regateo y las negociaciones informales determinaban las transacciones. Era en esos lugares donde iban las tribus a negociar su mercancía.

Aisha se había criado en una de estas tribus. Cuando partió escondida en un barco corsario apenas rozaba la veintena.

La noche en la que se embarcó no había luna. Lo había planificado así para evitar ser vista mientras se escabullía. Aún podía escucharse el ruido de las panderetas, tambores y castañuelas de las celebraciones nocturnas del mercado desde el puerto, dónde la chica burlaba la guardia de uno de los buques riscalienses para infiltrarse.

No sabía bien por qué escapaba. Su familia no tenía especiales carencias ni tampoco había sido maltratada. Simplemente quería conocer una vida diferente. Se resistía a emular a su madre. Quería descubrir algo más allá del desierto. Quería ver con los ojos de un corsario. Su huída, sin embargo, fue efímera. La descubrieron en el muelle de Puerto Payán y fue puesta a disposición de las autoridades locales. Viajar como polizón era considerado un acto de robo y se solía castigar de manera severa para disuadir a las personas de intentar evadir los correspondientes impuestos o tarifas y para mantener el orden público y la seguridad en la ruta del Leviatán. Aquel acto representaba una violación a la ley y se trataba como tal.

Damian era el hijo mayor de los Adamantios. La mañana en que conoció a su futura esposa, hacía su camino de rutina hacia la academia (estaba empezando sus estudios en legislatura payanense). Al escuchar el alboroto en el puerto, se acercó para ver de qué se trataba.

Allí estaba la joven de piel azabache y porte altivo cuyas ansias por conocer el mundo se detendrían en aquella costa mágica. Encontraría el amor en esas playas que también adoptaría como suyas y le daría a Puerto Payán una hija cuya belleza, mezcla de dos culturas tan distintas, sólo sería comparable con la determinación que la caracterizaría.

Aquellas mismas playas por las que años más tarde, Leonte Albicornio y Lyra Adamantios, pasearían conversando acerca del mundo.

***

—¿Qué pasará ahora? —le preguntó Ladyola al general Sirago.

—Seguramente el rey Gerolt será informado acerca de la derrota de Costa del Martillo y sobre la imponente arma mortífera de Marca Verdenia. Lo que venga después de ahí, sólo el tiempo lo dirá. No creo que a la Corona le queden ganas de efectuar otra incursión tan precoz como la de esta mañana. ¿Cómo está Crystala?

—Sigue dormida. La madrugada fue bastante movida. Me dijo que no cree que pueda volver a convertirse por ahora.

—Bueno... Lo importante es que nuestros enemigos no se enteren de ese detalle. No le comenten eso a nadie más. Estos son tiempos convulsos en los que cualquiera intentará sacar ventaja de las circunstancias.

Crónicas de IrindellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora