2. El Matadragones

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El primero en llegar a la casa de Ladyola fue su padre. Había pasado la mañana trabajando en el huerto y al llegar al hogar se sorprendió con el estado en que se encontraba el jardín. Cuando entró a la morada y vio a la vieja Raela, le traicionaron las fuerzas.

En cuestión de media hora, la casa estaba atestada de gente. La noticia del crimen se esparció como la pólvora y el mercado se vació casi por completo. Obviamente, los comentarios especulando sobre artes arcanas no se hicieron esperar. Toda la propiedad parecía un páramo compuesto de cenizas y el cuerpo de la viuda era el culmen de toda la situación.

Quién caería en cuenta de la desaparición de las dos chicas sería Igmur. Inmediatamente empezaron las conjeturas sobre quién era la misteriosa compañera de Ladyola. Muchos recordaban haberlas visto juntas pero nadie podía ubicar la procedencia de la morena. Mirandul no era un pueblo grande. Las teorías se apresuraron en surgir. La más recurrente era la que afirmaba que se trataba de una criatura cambiaformas que se había alimentado de la energía vital del lugar, había asesinado a la pobre anciana y raptado a la joven para mantenerla como esclava al servicio de sus más bajos instintos.

Sólo unos pocos preferían creer que ambas muchachas eran víctimas de un depredador. No entendían cómo una persona tan bella podría ser capaz de tan abominable hecho.

Con los primeros indicios de la puesta de sol llegó un asomo de verdad entre los discursos de los curiosos. Fue el viejo Semprano quién pronunció las palabras que marcarían el inicio de la teoría que prevalecería sobre las demás.

—Fue un dragón —dijo el anciano luego de atravesar lentamente el jardín y acercarse al interior de la casa donde unas horas antes había estado el cuerpo sin vida de Raela.

—Sólo los dragones son capaces de un desastre como este —continuó Semprano—. Mi abuelo me contaba que alimentaban su poder de la tierra. Durante la guerra contra las hadas, largas extensiones de terreno quedaron reducidas a escoria... No cabe duda de que esto es producto de un dragón. El regente debería llamar a un matadragones.

Sin embargo no quedaban linajes de matadragones en Mirandul. La última familia había emigrado del pueblo hacía muchos años. No obstante al día siguiente al crimen, el despacho del regente estaba colmado de personas exigiendo al líder que encontrase a alguien que pudiera lidiar con la situación.

Iango Treferis llevaba veinte años como regente de Mirandul, tomó el cargo teniendo cuarenta al morir su padre luego de toda una vida como líder del pueblo. Había tenido un mandato relativamente tranquilo (al igual que su progenitor), pero ahora las cosas se veían bastante complicadas. Mientras la multitud se agolpaba fuera de su oficina, trataba de conciliar las ideas con las manos en la cabeza, a la vez que escuchaba a su asistente y amigo de toda la vida, Kartos Lodos, tratar de ayudarlo a encontrar una solución.

—Están empecinados en que el asesino es un dragón. Sé que suena absurdo y es muy probable que así sea, pero si los hace sentir más tranquilos un matadragones, consigamos uno.

—¿Y de dónde vamos a sacar un matadragones? Hace demasiado tiempo que se extinguieron. Ya esas artes fueron olvidadas y los descendientes ahora son herreros, verduleros, o pordioseros. —Iango no encontraba alivio en las palabras de su amigo.

—Tengo entendido que en la Costa del Martillo aún sobrevive un individuo de la estirpe de los Fuegosanto. En el pueblo lo tienen como un desquiciado porque no hace otra cosa que comportarse como un obseso con el tema de los dragones. Supuestamente anda por las calles ataviado con ropajes de matadragón y vive en la espera de que aparezca alguno que le dé sentido a su vida. Sobrevive con lo que le queda de la herencia que le dejaron sus antepasados y estoy seguro que estaría dispuesto a venir a Mirandul a investigar la situación. No creo que resuelva nada, pero por lo menos tranquilizará al pueblo, en lo que se investiga la verdad de lo ocurrido. —Mientras Kartos disertaba, El regente lo escuchaba absorto, mostrando un escaso asomo de esperanza.

Crónicas de IrindellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora