5. Alea iacta est

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A la mañana siguiente Ladyola y Crystala continuaron su camino bien temprano. Decidieron hacer caso a Odräsyl, evitar la Costa de los Espejos y bordear Marca Verdenia.

El puente que une al pueblo con los límites del bosque Lóbrego debía tener por lo menos quinientos años. Había escapado a la destrucción durante la guerra del Ocaso. Era parte de los caminos del Escoloescorpión que unían El desierto de Dunas de Dondalia con la original Ciudad de Bastián, antigua capital del reino, al oeste del volcán Yaxtal, destruída tras una serie de cataclismos al parecer producto de la ira de esta misma montaña, pero cuyos detalles ya se encuentran perdidos en la noche de los tiempos.

Siglos después de su construcción, estas rutas continuaban uniendo los pueblos alineados al norte de las dunas con la nueva Bastián, actual capital del reino.

El desierto escondía infinidad de misterios, incluídos muchos de los materiales alquímicos que se utilizaron en la guerra y que los matadragones usaron como armas arcanas. Los pobladores de esas áridas tierras eran en su mayoría nómadas que vivían del comercio de las especias, las piedras preciosas y los materiales que extraían del interior del yermo donde pocos ciudadanos del norte se atrevían a adentrarse.

Justamente del mercado de Dondalia, donde iniciaban los caminos, venía el traficante con el que se toparon las fugitivas al cruzar el puente.

La carreta tirada por un único robusto caballo alazán rodaba cargada de toneles de vino, sacos de nueces del desierto, pieles de brasolagartos y la mercancía más importante, la que dio desde antaño el nombre a estos caminos: Garrafas conteniendo aceite de escoloescorpión.

Las muchachas se quedaron pasmadas al ver que el vehículo se detenía a su lado. No sabían si en Marca Verdenia habría orden de búsqueda y captura para ellas.

El conductor, un hombre de unos sesenta años, las miró desde arriba.

—¿Hacia dónde van? —preguntó con marcado acento bastiano.

—Hasta los montes de las dagas... A las colinas del sur. —dijo la dracónica todavía suspicaz.

—Acomódense entre los toneles. Llevo ese rumbo, puedo darles el empujón.

Ladyola lanzó una mirada inquisitiva a Crystala.

—Vamos, está bien. —La tranquilizó la dragona.

Las dos jóvenes se sentaron en el borde trasero de la carreta, con los pies colgando y mirando el polvo que se iba levantando. Los cascos del caballo retumbaban sobre las piedras del camino cuando de repente pararon en seco.

Ladyola asomó la cabeza hacia adelante para ver qué ocurría.

—¡Deténganse en nombre del Regente de Marca Verdenia! —Un guardia con la espada en alto gritaba estas palabras, mientras otros tres examinaban con la vista la carreta.

—Sólo soy un mercader que quiere llegar con sus dos hijas a Bastián del Oeste para entregar esta modesta carga —dijo el conductor.

—¿Sus hijas? —preguntó Ladyola en voz baja. —¿Dijo "sus hijas"? —repitió incrédula.

—Eso dijo, sí —le contestó Crystala.

—Bájense los tres. Inspeccionaremos la carreta —el guardia pronunció estas palabras mientras se acercaba seguido de sus compañeros a la mercancía.

—Estamos jodidas —susurró la humana.

—No necesariamente. Tal vez no ha llegado orden de captura a este pueblo —contestó la dracónica.

Los tres se bajaron del vehículo, mientras los guardias revisaban la carga.

—Hay muchos de estos aquí —dijo el guardia portavoz, quien evidentemente era el jefe del grupo, mientras sostenía una garrafa de aceite. —Espero que tenga todos los papeles en orden —continuó.

Crónicas de IrindellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora