17. ¡Viva la patria!

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—¿Estás intentando hacerme un golpe de estado, Caravill? —preguntó Leonte, frente a lo que ocurría a su alrededor.

—Lo está haciendo usted mismo, dándole refugio a una prófuga de la corona y enfrentando a una comisión real —contestó el Cuervo.

—Esto me confirma que es cierto todo lo que se ha rumoreado siempre sobre ti... sobre tu ambición y tus ganas de gobernar la ciudad por encima de la familia regente... de mi familia.

»Me pregunto si también será cierto que te "ocupaste" de mis padres, porque entendías que yo era mucho más fácil de controlar.

Los soldados reales guardaban silencio y Horton tenía plantada una sonrisa en toda la cara. Aquella sonrisa psicópata que le brotaba cuando presentía que se acercaba un momento excitante para él.

—¿Y qué hay de los otros rumores? —continuó el regente. —¿También son ciertos? ¿No tienes granos? Creo que ese es el rumor más acertado de todos. Siempre te han faltado los cojones para enfrentarnos directamente. Para enfrentarme a mí. Te faltan los cojones que a mí, a mi corta edad, me sobran. —Al decir estas palabras, Leonte desenvainó la espada.

Caravill Bachio estaba rojo de la ira. Odiaba a aquel joven tanto o más de lo que había odiado a su padre. Tanto o más de lo que odiaba al resto de aquella familia.

Los soldados reales inmediatamente se pusieron en guardia, ante el movimiento del muchacho.

El matadragones se sorprendió, pero no dejó de sonreír ni de apartar la mirada de Ladyola.

—Esta vez no los detendré —Masculló el Mirlo cargado de odio.

—No hará falta. ¿Crees que mis hombres me traicionarán? —Detrás de Leonte, una hueste de soldados del alcázar se había posicionado en atención.

—Los verdences son fieles a la casa Albicornio, desde mucho antes que a la corona de Bastián. Si tienen que elegir entre vivir por un rey extrangero, o morir por su rey conciudadano, no dudarán un segundo —sentenció el muchacho.

Leonte sabía que luego de pronunciar estas palabras, la suerte estaba echada. Si a los soldados reales les quedaba alguna duda, había sido seguramente disipada por ese escueto discurso.

—Ahí lo tienen, señores. Es una clara insubordinación —dijo con marcada satisfacción, Caravill.

El líder de la guardia del alcázar de Marca Verdenia era el General Sirago. Durante su vida había servido a tres generaciones de Albicornio. Estaba parado, espada en mano, detrás de su regente. A este soldado, se refirió el Mirlo:

—Lo único sensato por hacer aquí es entregar al rebelde sin derramar sangre. Usted es una persona pensante. No condene a sus hombres por el desacato de un niñato desobediente, General.

—Pagarás por esas palabras, escoria —le contestó Sirago al ayudante del regente.

En medio de toda esa tensión Horton decidió adelantarse hacia Ladyola y tomarla por el brazo:

—Basta de palabrerías. Yo me llevo a esta por orden del Rey.

Inmediatamente, Leonte le lanzó un cintarazo con la espada, hiriéndole debajo de la muñeca.

Esto desató la refriega.

Uno de los soldados reales atacó a Leonte, sólo para encontrarse con la espada de Sirago. El General bloqueó el golpe y lanzó un contraataque fulminante.

El choque de las espadas de los guardias del alcázar contra los soldados reales retumbaba en toda la estancia. El viejo mirlo se fue echando para atrás, mientras veía como los enviados de la corona eran superados por los verdenses.

Crónicas de IrindellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora