31. Advenimiento

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—¿Dónde está el padre? —El despacho Real se había convertido en una vorágine de destrucción. Cuando le llevaron la noticia de la fuga a Gerolt, el rey entró en una furia tal que rompió todo lo que pudo y desparramó lo que no. Pidió la cabeza del jefe de la guardia real, lo que le supuso la negativa de Tasio Grihma, el Comisionado Real; quién luego de la sugerencia del monarca de que fuera la suya la que rodara entonces, ordenó que apresaran al oficial. Ahora un poco más calmado, sentado en medio del caos, Gerolt cuestionaba a Tasio acerca del paradero del pobre hombre.

—Fue trasladado al cadalso para su ejecución pública, como usted había ordenado —contestó el Comisionado.

—¿Aún vive?

—Así es, Su Majestad.

—Bien, pues haremos un evento. Lo ejecutaremos junto al incopetente del jefe de la Guardia Real frente a toda la ciudad. Todos sabrán las consecuencias de semejante acto en contra de la Corona. Y cuando la noticia llegue hasta la degenerada de su hija, sabrá que su padre estará muerto por su culpa y la de la bestia que tiene por amante.

—Hay algo, su Majestad... Al parecer la criatura en todo momento estuvo en su forma humana. Tenemos bases para creer que la transformación que sufrió en la batalla contra Costa del Martillo fue algo temporal y que actualmente se encuentra nuevamente imposibilitada para hacerlo.

—Mejor que así sea, porque estoy decidido a borrar Marca Verdenia del mapa. Quiero una reunión con Iango Treferis, Simaro Alamenor y la rata de Laquando Born. Debemos planificar un ataque conjunto para eliminar a los Albicornio de la historia de Arga. Luego de eso cabalgaremos hacia la ciudad amurallada y conseguiré lo que ninguno de mis antepasados pudo.

—Así se hará, su Majestad.

***

—No tenemos casa, Ladyola; la quemaron hasta los cimientos. No sabemos si nuestro padre está muerto o si lo mantienen con vida, y la verdad cuando me pongo a pensar en las cosas que son capaces de hacerle, deseo que ya no esté en este mundo y me odio por pensar eso. Es algo que no puedo comentarle a nuestra madre. Ella no ha parado de llorar desde que nos secuestraron. Aquel guardia que mataste amenazaba constantemente con abusar de ella —Igmur le recriminaba su suerte fuera de la casa de campaña que le habían habilitado para él y su madre.

—Lo sé y lo lamento. No tienes idea de cuanto.

—Si hubiese sabido que este sería el desenlace de ese maldito romance tuyo, nunca te hubiese apoyado. Esa mujer sólo trajo desgracia a nuestra familia.

—Cuando todo esto termine...

—¿Traerás de vuelta a la vida a nuestro padre? ¿Borrarás los malditos recuerdos del calabozo de nuestras memorias?

La muchacha bajó la cabeza y guardó silencio.

—Sí, eso imaginé.

—Si no fuera porque ella sacrificó toda su magia y su libertad de regresar a su tierra para salvarme la vida, yo seguramente estaría muerta.

—Si nunca la hubieses conocido, no hubieses tenido ese problema para empezar. ¿Por qué tenías que buscarte una criatura arcana? En Mirandul hay muchas mujeres. La hija de los Cirocco siempre estuvo enamorada de ti, todo el mundo lo sabía. Si le hubieses hecho caso a ella, no estuviéramos en esta situación. Papá seguiría con nosotros... en nuestra casa. Maldita la hora en que te metiste con ese monstruo.

Ladyola reprimió las ganas de darle una bofetada a su hermano. Sabía que había estado viviendo un infierno desde que fueron a buscarlos y entendía que hablaba desde el dolor y la impotencia. Ella misma se culpaba por la situación de su padre.

Crónicas de IrindellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora