28. Asuntos Familiares

98 13 7
                                    


—Ya no podemos esperar más. Mañana regresaré con Lore a Marca Verdenia. —El sol surgía dorando el horizonte y abriéndose paso hasta penetrar por el ventanal de la habitación de Lyra donde la hija del Provecto y Leonte Abicornio yacían en el lecho de la muchacha. —Me temo que las cosas allá se hayan salido de control —dijo el regente reflejando preocupación.

—Iré contigo.

—No. Tu padre no lo permitirá.

—Ya no soy una niña. Soy responsable de mis actos. En Puerto Payán eso se respeta mucho. Sé que no estará muy contento, pero no hará nada para impedírmelo.

—¿Y tú estás segura que quieres abandonar la protección de tu ciudad fortaleza para encarar conmigo lo que sea que nos espera allá afuera?

—Claro. Además mi mayor motivación es conocer a la famosa dragona.

—Ya veo...

—Pues sí, puedes ir viéndolo, me llama bastante la atención. Así que me iré con ustedes.

***

—Debo ir. —Crystala hablaba en tono apesadumbrado, pero decidido.

—Nada bueno nos espera en la Gran Bastián. Somos prófugas de la corona. Tú escapaste del calabozo del castillo y mataste a muchos soldados. El rey no te tendrá piedad —Contestó Ladyola notablemente preocupada.

—Es tu familia, Ladyola... Estoy segura que ha secuestrado a tu familia para obligarme a cumplir su voluntad. No puedo permitir que ellos sufran por mi culpa... Nunca debí haber salido de Irindell.

—No digas eso...

—Es la verdad. Si nunca hubiese salido de la isla, nada de esto estaría pasando.

—Y nunca te hubiese conocido.

—Para lo que te ha servido conocerme...

—Ya deja de decir esas cosas. Si realmente es a mi familia que tiene como prisioneros, debo ser yo la que vaya.

—Tú no le interesas. Sólo está usando mis sentimientos hacia ti para controlarme.

—No quiero pensar en lo que puedan estar pasando ellos... Pero tampoco puedo perderte a ti.

—No me perderás.

—No hagas promesas que no puedes cumplir. No soy tan ingenua. Esto no está bien. Nada bien.

***

Cuando los guardias reales llegaron a Mirandul con la orden de apresar al hermano y a los padres de Ladyola, Igmur se encontraba atendiendo el puesto del mercado.

No atinó a hacer nada, porque no tenía ni idea de que toda la batahola que se había formado a su alrededor era justamente por su causa.

Cuando los soldados supieron cual era su tienda, arremetieron contra esta, agarraron al muchacho, se repartieron algo de mercancía y destruyeron todo lo demás. Los presentes observaban atónitos aquel triste espectáculo.

Obligaron a Igmur a llevarlos donde se encontraban sus padres y cuando llegaron al campo en el que estaban trabajando repitieron las mismas acciones que en el mercado.

La madre de Ladyola se puso muy nerviosa y trató de zafarse, pero uno de los soldados le dió una bofetada con el dorso de la mano que la mandó al suelo.

Le prendieron fuego a la casa familiar y sacaron a los tres del pueblo.

Habían pasado unas cuantas noches presos en el calabozo del Pedernal Negro, el mismo del que habían escapado Crystala y Alura no hacía mucho tiempo, cuando el guardia que les llevaba la comida se acerco a hablarles.

Crónicas de IrindellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora