4. El Encuentro

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—¡De pie! Están más cerca de lo que pensaba —dijo el ermitaño mientras bajaba las escaleras que conectaban la sala principal donde estaban durmiendo las muchachas, con la azotea en la que el anciano pasaba gran parte de la noche estudiando el firmamento.

—¿Qué? ¿Pero cómo saben dónde nos encontramos? El bosque es demasiado grande. No deberían tener idea de que estamos precisamente aquí —dijo Ladyola todavía con los ojos entornados.

—Ellos tienen sus métodos... al igual que yo tengo los míos... De prisa, les prepararé unas provisiones para el camino y les dibujaré un croquis que les ayudará en su escape. —Bastante rápido para su aspecto físico, el dedicado anfitrión hacía los preparativos para la partida de sus efímeras huéspedes.

La cocina de la morada estaba justo detrás de la cabaña. Si bien toda la estancia era muy modesta, el lugar de la comida estaba bien surtido. En el centro de la habitación se mantenía un estofado perpetuo que el anciano iba modificando cada día dependiendo de lo obtenido en la caza, lo que recolectara en el bosque y lo que agregaba de su pequeña huerta. Del techo colgaban jamones de jabalí y embutidos curados, y en el fondo un horno en el que cocinaba pan. También se encontraba el tonel que contenía la cerveza de arce que habían degustado la noche anterior. En el suelo había sacos con especias de diferentes colores y las paredes estaban cargadas con ristras de bulbos. Un cambalache de sabrosos olores llenaba toda la pieza.

Las dos muchachas permanecían paradas, todavía somnolientas, en la puerta de la cocina, mientras el viejo llenaba un zurrón con comida.

—Aquí tienen. —Le entregó las provisiones a Crystala, y momento seguido se apresuró a tomar una bota de cuero.

—También tengo algo especial para tí... —le dijo a la dracónica. —Síganme.

Una vez que hubieron llenado la bota con el agua que sacaron del pozo del patio, siguieron al anciano al interior de la morada. El viejo sacó un cofre de hierro de debajo de su cama y luego de accionar un complejo mecanismo, la cerradura abrió de golpe. Dentro había un frasco. Una botella esférica con la boquilla fina y un tapón de corcho, en cuyo interior había un líquido violáceo. El ermitaño lo tomó con cuidado y se lo ofreció a la dragona.

—Esto es luz astral. Jamás será lo mismo que una veta de energía, pero te será de ayuda en un momento de dificultad. Su efecto no es fuerte ni duradero, así que no te servirá para llegar a tu hogar, pero confío en que sabrás hacer uso de su minúscula ayuda con sensatez... Vengan, les dibujaré un mapa.

»Sigan este camino hacia el noroeste. Llegarán al puente que une La Costa de los Espejos con Marca Verdenia. Deberán bordear este último pueblo y continuar al norte hacia los Montes de las Dagas. Si se detienen en este punto verán claramente a lo lejos un horcajo entre las dos cimas más altas. Es hacia allá que deberán dirigirse. Traten de no llamar la atención cuando pasen cerca de Marca Verdenia o de las escasas poblaciones de las montañas.

»Al llegar al punto de unión de los dos cerros encontrarán una cabaña mucho más grande que esta. Sólo tienen que decir que las mandó Odräsyl. Quién sea que esté allí sabrá que hacer para ayudarlas.

—¿Odräsyl? —inquirió Crystala. —Es un nombre de hada... ¿No?

—Es un nombre como cualquier otro —respondió el ermitaño. —Deben darse prisa, ya deben estar a punto de llegar y ellos cuentan con caballos. Los detendré y les ganaré algo de tiempo para que ustedes puedan avanzar.

La dracónica observaba detenidamente el brebaje que le había dado el anciano, mientras este las apuraba para que escapasen de la propiedad.

—Odräsyl... —dijo para sí misma la dracónica. —¿De dónde sacó esto? —preguntó en voz alta.

Crónicas de IrindellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora