♤56♤LA BESTIA DE LAS TINIEBLAS

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Año 9
10Ka, 50Ma.
Balgüim.

El dolor la mayoría del tiempo podía ser tan insoportable que los desmayos en el príncipe eran frecuentes. Estaba además el fétido olor que desprendía cuando volaba con esas alas espantosas que le habían arrancado la piel interna a los omóplatos. Las nuevas plumas negras y ásperas que se empeñaban en crecer por otras partes de su cuerpo no eran menos desagradables y las garras de las extremidades inferiores le producían un escozor desesperante al punto que perdía la paciencia y se frotaba vez tras vez contra lo que encontrara hasta aliviar la sensación, hasta hacerse sangrar.

Pero el peor efecto colateral de la metamorfosis a la que lo había sometido su padre eran las escalofriantes pesadillas. Nunca lograba recordarlas, pero se despertaba sudando, con una agitación mortal en el pecho y los pulmones comprimidos.

Tenía que salir de ese pellejo de bestia porque no llegaría vivo al próximo año.

Por tanto esa noche decidió arriesgarse por el este y tomar el desvío que lo trasladaría de mundo. Se arriesgaba muchísimo pero, ¿qué castigo podía ser peor que su actual situación? Por lo que no le importó burlar la defensa, usar la oscuridad de Balgüim a su favor para que las sombras lo cubrieran hasta llegar al portal donde una leve e intermitente señal se había activado. Supo que era su oportunidad más rápida para brincar a Jadre, estaba más que desesperado. Ciertamente para pasar por alto la prohibición de viajar al mundo enemigo por un agujero negro entre las cordilleras del este y escurrirse como un vulgar espía a las montañas que se alzaban ante el mar Ciónico en dicha condición deplorable, el Príncipe de las Tinieblas tenía que estar en los límites de lo que sus nervios podían soportar. Solo le quedaba la esperanza que Khristenyara Daynon accediera a su propuesta de matrimonio y así terminara con su tortura a la vez que le ponía fin a la guerra.

Jasper aterrizó cerca del criadero de cóndores, ya que era la entrada al alcázar más infrecuente, solo los sirvientes encargados de alimentar a las aves acudían al lugar una vez al día para dejarles carne podrida y restos de los que habían agonizado en el Séptimo Abismo. Los bicharracos ponzoñosos levantaron vuelo para no estar cerca de él cuando aterrizó y seguir en su espacio de soledad que tan cómodo les era. Cualquier otro ser hubiera preferido arrancarse un miembro del cuerpo antes que pasar por allí, era sabido lo impredecibles que eran los cóndores gigantes. Pero no con Jasper, no con su príncipe.

El convertido en bestia siguió arrastrándose hasta entrar a los pasillos de hielo del alcázar, maldiciendo que el camino hacia sus aposentos fuera tan largo y tan frío. El cuerpo le temblaba, las alas le pesaban, y en general la sensación de enfermedad eterna le secaba los huesos. Siempre había considerado las bajas temperaturas agradables, ahora lo ponían segundo a segundo peligrosamente cerca de la muerte. Y ahí la tortura: su muerte, su descanso, su salida..., nunca llegaba. Estaba experimentando lo que sufrían los prisioneros del Séptimo Abismo.

En circunstancias tan enloquecedoras la muerte es más que una solución clemente, se vuelve una necesidad.

El heredero mantuvo un esfuerzo en cada uno de sus pasos mientras algunas plumas negras se desprendían en el proceso. También era consciente que según avanzaba, esa viscosidad asquerosa y negra iba manchando el suelo pulido.

—El rey se molestará cuando sepa que tiene que encargar que limpien por enésima vez los vestíbulos. —Oyó decir a una voz en la lejanía.

LEGENDARIOS2️⃣MIENTRAS TE LLEVO CONMIGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora