Negociar

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Draco se apresuró en acercarse a los captores mientras que Hermione no hizo ningún movimiento, tratando de evitar, en lo posible, de que la examinara demasiado, sobre todo que advirtiera su atuendo. Aunque si lo pensaba bien, ¿qué le tenía que importar a él si ella estuvo a punto de casarse o no? Por otra parte, ahora entendía todo: Draco y su padre seguían en las mismas andanzas, tan retorcidos y viles como el mismo Voldemort. Mortífagos al fin y al cabo. Nada había cambiado en ellos.

Miró al frente, fijando su vista en un punto no definido, resignada a esperar lo que fuera: si la habían capturado era porque nada bueno le tenían preparado. Esperaba que sus amigos intuyeran quiénes estaban detrás de todo y fueran por ella. Pero ¿dónde demonios se encontraba? De acuerdo al tiempo transcurrido desde que la habían sacado de su «tan anhelado matrimonio» hasta ese lugar, no habrían sido ni diez segundos en el traslado. Eso quería decir que estaba cerca de La Madriguera en una de las colinas aledañas, pero también era posible que todo fuera un hechizo para confundirla y podría estar en la selva de África sin saberlo.

—¿Quién dio orden de capturarla? —preguntó Draco acercándose en forma intimidante hacia el hombre que tenía aprisionado el brazo de Hermione.

—Su padre, joven Malfoy —respondió el mortífago casi temblando—. Él nos encomendó esta misión y la hemos cumplido —el hombre sabía que a una palabra del hijo del jefe indicando algún error, estaba perdido. Por eso la presencia tan cercana de Draco, simplemente lo ponía nervioso.

—¡Lárgate! Desde ahora yo me haré cargo —intentó tomar el brazo de Hermione pero la mujer con nariz ganchuda y con cara de gallina, según apreciación de muchos, que estaba detrás, se adelantó, colocándose en medio e impidiendo que Draco lo hiciera.

—Debemos cumplir órdenes, señor Malfoy. Y la nuestra es entregar a esta mujer a su padre. No a usted, joven.

—¿Acaso estás poniendo en duda mi autoridad, bruja? —Draco se acercó a la mujer y le habló muy cerca del rostro. La mortífaga intentó soportar la mirada, pero no pudo. Bajó su vista tratando de mantener sus dichos.

—Es que debemos cumplir con las...

—Tanto mi padre como yo damos las órdenes aquí, ¿entendido? ¿O quieres que le hable a Lucius respecto de tus andanzas a medianoche hacia las mazmorras a ver a cierto rehén?

La mujer lo miró sin entender. Sabía que eso no era cierto, pero ¿a quién le iban a creer más, a ella que era una mortífaga que había huido durante la batalla o al hijo de quien comandaba todo?

—Veo que entiendes, mujer —finalizó Draco.

La bruja inclinó la cabeza y efectuó una señal a su acompañante para que soltara el brazo de Hermione. Al hacerlo, sintió un enorme alivio, de seguro que debía tenerlo amoratado, pero no pensaba dar muestras de dolor. No delante de Malfoy. ¡Maldito! El muy cínico seguía siendo el mismo mortífago de siempre. ¿En dónde habían quedado esos planes que le contó la noche que se graduaron de Hogwarts? De seguro todo debió haber sido mentira. Cada día se odiaba más por lo ingenua que había sido al haber caído en las redes de él.

Los mortífagos se miraron entre ellos y salieron por un pasillo lateral de la vieja mansión. Draco esperó a que estuvieran lo suficientemente lejos y tomó a Hermione de ambos brazos. Ella sintió la diferencia, entre lo bruto y brusco que había sido aquel horrible hombre, versus la suavidad del toque de Draco; con manos más delgadas y un aroma suave, de extraña combinación entre pomelo, mentol y salvia. Tal como lo recordaba desde aquella noche. (Su chal, ese que usó para combinar con su vestido, aún guardaba ese aroma, producto de un hechizo de permanencia que ella misma le había aplicado. ¡Otra vez, tonta!).

Los Cristales del SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora