Verde Esmeralda

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Todo era descalabro en La Madriguera. Los mortífagos se habían encargado de destruir a diestra y siniestra el pulcramente organizado matrimonio Weasley-Granger, en donde Molly había puesto su tesón y talento.

Todos estaban preocupados pues nadie imaginaba qué podría haber ocurrido con Hermione, en dónde se encontraba, si estaba bien o quién la tenía.

Por lo mismo, Ronald y Harry, luego de que los mortífagos desaparecieran y que tanto Molly como Arthur se calmaran un poco por lo sucedido, habían ido al Ministerio con la idea de reunir al resto de los aurores para organizar de inmediato la búsqueda de Hermione en todos los lugares posibles.

Pero a pesar de que Harry y los Weasley se habían encargado de calmar a Molly, ella se encontraba absolutamente destruida. Jamás imaginó que su anhelado sueño se viese truncado de esa manera. Su hijo, sin novia y ella, sin ver a Hermione casada con Ronald. En ese momento descansaba su cabeza en el hombro de Ginny quien estaba inquieta y con ganas de ir en busca de su amiga, pensando en la mejor forma de poder salir de allí y hacer algo útil. En ese momento ingresaron a la sala sus hermanos Charlie y Percy, cada uno con bandejas con algo de comida que se había logrado salvar del desastre ocurrido.

Molly se puso de pie para acomodarlas sobre un mueble, instante que Ginny aprovechó para poder salir de la sala y dirigirse al lugar en donde había quedado de reunirse con su otro hermano, George, en las afueras de La Madriguera, quien ya se encontraba junto a Bill y Fleur, pues todos habían decidido que era hora llevar a cabo una reunión con los miembros de La Orden. Por lo mismo, habían determinado no dar aviso a sus padres ya que ambos estaban preocupados por despedir a algunos familiares que aún estaban en casa, ordenando y salvando lo que se podía salvar. En tanto todo estuviera más tranquilo, Percy o Charlie les informarían que estaban en Grimauld Place, lugar a dónde estos últimos también debían dirigirse.


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Mientras tanto en el Ministerio de Magia, Harry y Ron salían de la oficina del Jefe de Aurores, con cara de decepción y ofuscados, pues su propia jefatura no les había entregado ninguna solución a corto plazo en relación a lo ocurrido con Hermione, señalando que la mayoría de los aurores se encontraba revisando algunos ataques masivos a muggles en diversos poblados cercanos a Londres y, sabiendo que Hermione Granger era una experta en hechizos y también una de las que luchó contra Voldemort, dudaba mucho de que ella estuviese en peligro, por lo que confiaba en que podría defenderse sola. Así que tanto Harry como Ron, pidieron hacerse cargo ellos mismos del caso, el cual les fue conferido de inmediato. Claro que tendrían que arreglárselas solos, pues con refuerzos no contarían.

No iban realizarían ninguna acotación porque temían que alguien los escuchara. Caminaron sigilosos por uno de los fríos corredores del Ministerio, tratando de llegar rápidamente al sector de las chimeneas para poder salir pronto rumbo a casa de Harry.

Pero algo les llamó la atención. Un gemido, un llanto casi imperceptible que venía de una de las oficinas.

Harry miró a Ron y este no supo qué hacer. Luego, nuevamente el llanto. Ron hizo un movimiento de cabeza a su amigo para que vigilara mientras él ingresaba.

No quiso golpear la puerta, solamente giró la perilla suponiendo que ese movimiento podría estar de más, pues perfectamente ésta podría estar cerrada con magia, pero la puerta se abrió sin mayor complicación.

—Ve, yo vigilo —dijo Harry, sentándose en una de las sillas del pasillo que habitualmente utilizaban las visitas que esperaban a ser atendidos por algún burocrático funcionario del Ministerio. Intentó mostrarse relajado, la idea era que nadie sospechara de ver al auror Potter en ese lugar. Aunque a esa hora era poca la gente que transitaba por aquel sector.

Los Cristales del SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora