A la Orilla del Camino

3.4K 285 33
                                    

Draco estaba fuera de sí. Se tomaba la cabeza una y otra vez y daba patadas a los muebles que tenía cerca. Hacía unos de días que había salido junto a unos mortífagos por encargo de su padre, a buscar a un par de aliados que estaban escondidos en la península de Los Apeninos, especialmente agazapados en tres de los montes más altos itálicos: Greco, Gorzano y Teminillo. Al final de cuentas la avanzada había sido un éxito. Los mortífagos ocultos allí habían accedido unirse a la lucha del Ministro de Magia y Malfoy.

Pero eso no era problema para Draco... el asunto era el que se había encontrado esa mañana cuando llegó a la mansión. Su padre estaba radiante, sonriente... y, al preguntar qué había ocurrido, lo llevó hasta el calabozo, un espacio que se había habilitado en uno de los sótanos, alejado de las habitaciones en donde estaban las personas de la servidumbre. Pudo de inmediato reconocer los cuerpos inertes de los señores Parkinson.

Con orgullo Lucius informó que hacía un par de días el Ministerio les había otorgado la libertad por haber prestado ayuda entregando el nombre de algunos mortífagos para que fueran apresados y condenados.

—Fue una excelente artimaña de Shacklebolt... dio la orden de liberación y los atrapamos. Ya era hora que estos traidores pagaran por lo que nos han hecho.

Los cuerpos estaban uno sobre el otro. Al parecer habían muerto abrazados con un hechizo imperdonable.

Draco dio el último puntapié a un armario dentro de su habitación para luego tomar la varita y desaparecer. No le importó lo cansado que estaba, ni si Lucius se daba cuenta de que no se hallaba en casa. Además sabía que su padre no lo seguiría, porque a pesar de todo, continuaba creyendo que él era un mortífago más... uno con pocas ganas de participar. Prefería que pensara que era un perezoso y un bueno para nada, incluso un cobarde, a que se enterara de que hacía tiempo tenía doble rol.

Como Harry lo había autorizado a aparecerse en Grimmauld Place, lo hizo en plena sala, en donde se encontraba Ronald conversando animadamente con Astoria Greengrass, quien luego de recuperarse había presentado su renuncia en el Ministerio y optado por alejarse por un tiempo de su padre y de su exnovio. Harry le había dado un espacio dentro de la casa y se notaba la presencia femenina en esas dos semanas, pues la casa parecía otra. Iluminada y limpia, fiel reflejo de la oficina que ella detentaba en el Ministerio.

—Malfoy, ¿qué ocurre? —Ronald se puso de pie y se sorprendió al ver en esa facha al pulcro Malfoy, vestido con ropa de días y descuidado.

—¿Dónde está Potter y el resto? —preguntó de inmediato. Tenían que estar todos o al menos la mayoría para explicarles lo que estaba ocurriendo.

—Aquí estoy —Harry bajaba las escaleras, mientras que Theo y Blaise salían de la sala de reuniones junto a George y Ginny Weasley.

—Bien, están casi todos. Tenemos que hablar —indicó Draco—. Ha ocurrido algo grave.

—Vayamos al salón —invitó Harry caminando hasta la puerta de entrada al salón.

—Bien, yo los dejo —Astoria se dispuso a subir las escaleras, pero Harry la detuvo.

—No, Astoria. Debes participar de la reunión. Mientras más seamos, más fuerte nos haremos —ella sonrió y lo siguió. Ronald se acercó a la chica, tomándole la mano.

—¿Contenta? —preguntó al oído.

—Espero no defraudar —respondió con voz baja, mientras el resto ingresaba.

—No lo harás —aseveró Ronald, satisfecho.

Cuando todos estaban en sus lugares, fue Draco quien tomó la palabra.

Los Cristales del SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora