Perdón, Expiación y Redención

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Me acostumbre a tus besos y a tu piel color de miel.

A la espiga de tu cuerpo, a tu risa y a tu ser.

Mi voz se quiebra cuando te llamo y tu nombre se vuelve hiedra

Que me abraza y entre sus ramas ella esconde mi tristeza.

Algo de mí, algo de mí, algo de mí se va muriendo

Quiero vivir, quiero vivir, saber por qué te vas amor

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Hermione estaba en la sala de la hermosa casa que, según le habían dicho, era de los Malfoy... y de ella... Los Mackenzie, un padre viudo y su hijo, habían sido los cuidadores de aquel lugar hasta que recibieron la carta de Narcisa informándoles que llegaría la esposa de Draco a vivir allí. Hermione no creyó cuando le dijeron que aquello le pertenecía, que ella estaba casada con Draco y que él vendría a buscarla apenas pudiera.

Albert era militar y científico de la marina inglesa, por lo que ahora Hermione entendía de dónde Draco había conseguido aquella vez el TTX, eran muggles que acogieron a Draco cuando huían de Malfoy. Luego, cuando lograron tranquilidad, Narcisa hizo los trámites para ponerlos de albacea de la mansión hasta que la persecución terminara o que Lucius fuese puesto en prisión.

En fin, era una gran tema que solo concernía a los Malfoy. A ella no. Además, se sentía inútil sin saber qué estaba pasando en el mundo mágico. Por Dylan se había enterado de que algunos aurores de otras nacionalidades se hallaban prestando apoyo a los miembros de La Orden. Realmente quería estar allí, ¿hasta cuándo tendría que esperar? ¿Qué habría pasado con Cassidy? ¿Con Narcisa? ¿Lucius se habría enterado de todo?

¡Qué rabia estar tan lejos y no poder aportar en algo! Pero tal vez había sido mejor así, ¿qué habría pasado si Lucius hubiera consumado sus planes? ¿Cómo estaría ella en ese momento? ¿Destruida, así como cuando encontraron a Pansy? De solo imaginar el suplicio al que esa chica había sido sometida, le daban ganas de tomar la varita y hacer justicia por su cuenta.

Esperaba que pronto acabara todo, aun así, no estaba dispuesta a quedarse de brazos cruzados. Si Draco no aparecía en las próximas veinticuatro horas o no daba luces de que estaba bien, regresaría. Iría a Grimmauld Place, no podía quedarse así como damisela esperando a que llegase su caballero andante. Primero, porque no creía en los cuentos de hadas y segundo, ella no estaba hecha para esperar.

Miró por la ventana hacia la entrada de la casa y todo estaba en paz, nadie podría imaginar que existía un mundo alterno, vedado para la gente común en donde la magia, seres diferentes a los humanos y peligros no imaginados, eran el común denominador de todos los días. Ese mundo era de ella. Tantas veces que renegó de él, que lo culpó por la muerte de gente querida y que le arrebató a su familia, pero ese mismo mundo había sido quien le había dado los momentos más felices: Hogwarts, sus amigos y a Draco. Aquel chico que en la última noche de colegio estuvo con ella en la Torre de Astronomía, con el que habló y con quien supo que su camino en busca del amor, había acabado. Él era el principio y el final de todo. No sabía por qué no abría sus sentimientos, eso era algo que le costaba tanto. En cambio él, siempre fue transparente, presto a decir lo que sentía, a cuidarla, a dar todo por ella, a exponerse con su padre. Ella sabía que también habría hecho lo mismo por él, el problema era que él no lo sabía. Ni siquiera le había dicho que lo amaba y que no sabría a vivir lejos de él. Aun así, el hecho de que él no le hablara con la verdad, acerca de su matrimonio con ella misma, la hacían dudar. Sí, dudar una vez más, ¿hasta cuándo? Tal vez ellos no estaban hechos el uno para el otro. Quizá si cada uno tomara caminos separados, la vida les sería magnánima...

Los Cristales del SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora