De Cazadora a Presa

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Caminaba por un pasillo de la vieja mansión rumbo a su habitación, mientras que con disimulo, abotonaba su blusa. Era la tercera vez en los últimos dos días que se lograba escapar de las garras de Lucius. El hombre la besaba, la tocaba al punto de excitarla, pero ella no era capaz de ir más allá. Sin embargo, ahora había terminado mal. Lo había empujado y este caído al piso...

¡¿Qué pretendes mocosa atrevida?! Vienes y te apareces en mi casa, provocándome y seduciéndome... y ahora te portas como una joven a punto de entrar al convento —le había dicho mientras la sostenía fuertemente de un brazo. Ella había sonreído con fingida inocencia y con eso había suavizado la cólera de Malfoy.

No se trata de eso, Lucius. Soy mujer y deberías saber que hay días en los que no podemos... Me entiendes, ¿no? —mintió pero fue lo primero que se le ocurrió.

Toma una poción. La mayoría lo hace —respondió calmando su mirada y zafando el agarre.

Debo prepararla... lo siento, no lo he hecho.

Lucius se había arreglado el cabello y cerrado la cremallera del pantalón en donde se veía un bulto bastante pronunciado. No pudo evitar mirarlo y tal vez desearlo, pero algo en su interior, y no sabía qué, le impedía tener sexo con ese hombre, aunque bien sabía (no era tonta) que todo el castillo daba por hecho que ella era la amante de Malfoy. Quizá más adelante, pero por ahora no se sentía capaz.

¡Inepta! —se había dicho. Sabía que no debía mostrar debilidad y que cualquier detalle podría tirar por la borda todos sus planes. Debía ser como Bellatrix, eso era lo que quería. Su madre había sido la amante de Voldemort y ella debía serlo de Malfoy, ¿qué la detenía?

—Tan cabizbaja que va, ama Lestrange —frente a ella se encontraba el mortífago llamado Isaac White, aquel que la había ayudado a dar con Malfoy. Verlo aseado, rasurado y con un sugerente perfume varonil hizo que sus pensamientos desaparecieran.

Lo miró a los ojos, casi ingenua, como si fuera una niña y hasta se sonrojó, detalle que Isaac no pasó por alto.

—¿Estabas con Malfoy? —preguntó osadamente el hombre, dejando de lado la formalidad con que la trataba.

—¿Y eso a ti qué te importa? —dijo volviendo a su habitual tono déspota. ¿Qué se metía él en sus asuntos? ¿Acaso ella le preguntaba con quién pasaba sus noches? Sí, debía reconocerlo, más de una vez fantaseó siendo estrechada entre esos músculos.

Isaac sonrió negado con la cabeza. Le encantaba esa fierecilla que se había jurado domar.

—Estás con el maquillaje corrido, tu blusa fuera del pantalón, te sorprendí abotonándola... o te diste un buen revolcón con el viejo o te lograste escabullir —conjeturó mirándola de frente.

—¡No te metas en mis asuntos!

Le dio un empujón y avanzó hasta su cuarto, pero Isaac llegó casi al mismo tiempo ingresando con ella al dormitorio, el que era digno de una princesa, (considerando el estado en decadencia que estaba ese lugar), contar con una cama de kingsize con doseles y con un cobertor blanco de seda, era de verdad un lujo que pocos tenían. Bastante muggle para el gusto de Isaac quien cerró la puerta tras de sí utilizando su varita.

—¿Qué haces? —preguntó Melina cruzándose de brazos.

—Tratando que nadie nos interrumpa... ni nos oiga... —un insinuante movimiento en sus ojos, un leve mordisco en su labio inferior, daban entender a Melina que esa noche sería larga... Meneó la cabeza y se acercó al hombre, pero este le tomó las manos y las pegó a la pared más cercana, juntando su pelvis con la de ella. Olió su cuello y luego subió hasta su boca.

Los Cristales del SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora