Ayudadme

2.2K 175 29
                                    

Un matrimonio de magos, ocultos en medio de la multitud y camuflados como cualquier muggle, se hacía paso por la atestada sala del aeropuerto internacional de Londres rumbo a la calle en busca de un taxi que los llevara al hotel. Heinz y Verena Widmer habían llegado al país en donde su hija debía estar, alertados por los aurores del ministerio de su país, todo en secreto, pues en Orismung, existía el firme rumor de que en Inglaterra posiblemente hubiese magos oscuros infiltrados en el Ministerio de Magia. Y eso, ellos mismos se lo darían a conocer al Ministro de Magia, quien era el único enterado de su visita.

—Mañana nos espera Shacklebolt. Nos aseguró que todo será tratado con la mayor reserva —comentó Heinz.

—Yo no sé por qué has confiado en él, si tenemos la firme certeza de que hay mortífagos en este ministerio. Es posible que hasta él mismo sea uno de ellos.

—Confío en él porque sabemos que peleó en la guerra contra El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado. Es de fiar, Verena. Ya verás.

—Yo solo espero que sigan creyendo que ella fue obligada y que no actuó por decisión propia.

—Mantendremos nuestra versión. Ambos sabemos que está confundida y que jamás actuó por ella misma. Es nuestra hija, Verena. La maldita Bellatrix no ha logrado contaminarla completamente, siento que en ella aún existe humanidad. Le enseñamos lo mejor, no puede haber olvidado todo.

—Yo sé que está confundida y que la sangre Lestrange es más fuerte que la Black... Que tiene más de su padre que de esa malnacida en sus venas. Estoy muy preocupada, quiero salvar a mi hija.

—Calma, amor. Confiemos en que todo saldrá bien. Sé que el Ministro es de fiar y me ha asegurado discreción.

La mujer asintió acomodándose el abrigo, mientras el taxi se había detenido frente a ellos para llevarlos al siguiente destino.

**************

Melina se movió en la cama, creyó que había dormido un par de horas, pero solo habían sido unos minutos. A su lado y cobijándola estaba Isaac con los ojos cerrados, pero no dormía. Al advertir que ella había despertado, abrió los ojos y la miró sonriente. Para Melina era la primera que alguien la miraba de esa forma. Se sintió niña nuevamente, protegida y amada, pero esa sensación duró menos que un suspiro. A su mente viajó a millones de kilómetros por segundo, la horrible escena que había dejado atrás cuando decidió caminar tras la huella de su madre.

—¿Qué ocurre, nena?

—No me llames así... —quiso discutir, pero se rindió, al fin y al cabo que la llamara como quisiera, pues ella sabía quién era, lo que quería y lo que buscaba. De eso estaba segura. Y por lo demás, lo reconociera o no, la hacía sentir bien—. No ocurre nada, solo quería saber qué hora es, es todo.

—Han de ser como las once, ¿quieres que me vaya?

Ella lo miró sin entender, ¿irse? ¿Dejándola sola esa noche después de lo que había ocurrido entre ellos? ¡Ni en sueños! Ya había saboreado la calidad de esa miel y le había gustado, no lo iba a dejar ir así como así. Además Isaac, mortífago y pobretón, o como fuera, eso no le importaba. Al fin alguien se interesaba en ella, sabiendo quién y cómo era.

—No. Te puedes quedar.

—¿Me ordenas quedarme o me lo pides? —preguntó apoyando su cabeza en un brazo quedando él de costado. Melina se giró, posicionándose frente a él. Dio un respiro y lo miró a los ojos, entonces se animó a preguntar:

—¿Te puedes quedar conmigo esta noche, Isaac?

—Pues no, señorita Lestrange. Si su tío se entera de que yo estoy en su cuarto...

Los Cristales del SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora