La temperatura de la habitación era agradable a pesar de que afuera la nieve no cesaba de caer. Stirling se había convertido en un manto blanco en donde el frío amenazaba la jornada. Era como si los dioses se regocijaran en su ambrosía gélida convirtiendo la verde foresta en un cúmulo níveo que lo hacía fulgurar cual gigante presea. El vetusto castillo lucía sus torres cubiertas, haciendo de él una hermosa postal que auguraba una cruenta estación.
Pero ahí, en la habitación de los Cristales del Silencio, todo era sosiego. Y, como cada mañana, Narcisa Black se acercó a verificar que se mantuvieran intactos, pero más que una vigilancia, el estar allí la calmaba y la dejaba pensar tranquilamente; orar para pedir apoyo de quien fuera que estuviera allá arriba, escuchándola. Sí, el castillo necesitaba mucha ayuda económica, mano de obra... y toda aquella que llegara, era bienvenida. Esperaba que a Harry le fuera bien con los duendes de Gringotts. Draco había asegurado que el documento firmado por Hermione pasaría la prueba ante los custodios de la pequeña fortuna Granger. Con ese dinero podría comprar materia prima para pociones y medicamentos muggles, pues con ambas medicinas funcionaba el hospital. Pero todo era oneroso, todo se traducía, al final de cuentas, a dinero... y este, se acababa. Harry había hecho su aporte, con lo cual se adquirió alimentos y semillas para el huerto. Imploraba que el molino pronto entrara en funcionamiento, pues Severus había dicho que con un par de ajustes y algo de magia, lo echaría a andar. Eso sería de gran ayuda para obtener harina, considerando que Wilwa había plantado trigo en un gran sitio adecuado con magia élfica y protegido con un domo especial que impedía que las inclemencias del tiempo afectaran al sembradío.
Mientras sus ojos claros se perdían en la brillantez del cristal transparente (el de la quietud), un par de golpecitos en la puerta la alertaron de que ya no estaba sola.
—Adelante —respondió cortando el hilo invisible que la hacía perderse en la calidez de los cristales y divagar en sus pensamientos.
En ese momento Severus Snape, con su andar erguido y elegante, entró en la sala. Volvía a vestir su acostumbrada ropa oscura con larga capa a ras de piso. Peinado engominado y afeitado. Un hombre que, tras su cetrino y adusto rostro, era en quien más confiaba, aparte de su hijo.
—Supuse que estarías en este lugar —indicó en señal de saludo, volteando su mirada, irremediablemente, hacia los cristales. Narcisa conocía el tono escueto y poco sociable de él, pero ya se había habituado y no le molestaba.
—Por lo general, vengo en las mañanas.
—Estos cristales son lo único que nos separa del mundo. Si no fuera por ellos... —dijo lo último casi en un susurro.
—Estaríamos todos muertos, Severus... Lucius no descansaría hasta vernos a todos bajo tierra —añadió con una mueca. Sabía de qué era capaz el hombre que alguna vez fue su esposo y por eso agradecía la existencia de los cristales que protegían el castillo y al pequeño grupo de rebeldes.
—Sí, así es. Pero dime, ¿él se ha creído el cuento de la muerte de la señorita Granger?
—Draco asegura que sí, pero duda de la forma en que ella murió. Apuesta porque fue mi hijo quien le dio el «veneno».
—Suspicaz el hombre... como todo mortífago —indicó mirando directamente al cristal rosa, en tanto Narcisa guardó silencio un par de segundos, se cruzó de brazos y luego respondió, tratando de sonar molesta.
—¡No me digas! ¡Eres un apóstata, Severus! No veo por qué aún le guardas respeto —reprochó acercándose a él.
—Al enemigo se le debe conocer, pero por sobre todo, respetar. Jamás hay que mirarlo como algo insignificante pues eso disminuye tus defensas —respondió quitando la mirada a los cristales para fijarse en la mujer que tenía frente a él. Esos cristales eran perfectos para calmar sus nervios porque en presencia de ella, siempre se sentía como un niño amedrentado—. Nunca he tomado este tema como insignificante. Y lamento si te incomodé con mi comentario. Realmente esos hombres han hecho mucho daño... Lucius, el Ministro...
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Los Cristales del Silencio
AcakSiete son los cristales que guardan el secreto de la libertad y una nueva profecía ha sido descubierta que vendrá a poner en jaque la seguridad del mundo mágico y muggle. Solo una persona es la clave para mantener el equilibrio. Un Dram...