Piel de Ángel

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Un amor como el mío no se puede acabar, ni estando lejos te olvido,

y no se puede quemar porque está hecho de fuego.

Ni perder ni ganar, porque este amor no es un juego.

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Sintió el malestar común que experimentaba cada vez que utilizaba la aparición. Misma hora y mismo lugar acordado el día anterior. El olor a tierra mojada hacía que aquel sitio fuese especial. Se trataba de unas caballerizas apartadas de la mansión Malfoy las que, dada la situación en que la familia estuvo sumergida, los animales habían sido llevados a otros establos, vendidos o entregados para uso de los mortífagos en el cuartel escondido.

Ron sabía que allí no había vigilancia y que Draco había realizado un hechizo especial en cierto punto para que él pudiera aparecerse y ver a Astoria. El riesgo era enorme y debía decírselo a ella, no podía seguir poniendo en peligro a todos, pero ¿sería capaz? Era un tremendo sacrificio que no sabía si estaba dispuesto a llevar a cabo. Nunca se había enamorado y amado a alguien, así como a Astoria. Dolía... de verdad dolía amar... dolía lo imposible que era todo... y lo peor era que ella no estaba libre, tenía esposo y él se había convertido en amante... El amante real, el que ama sin pensar en nada más y sin pedir nada a cambio.

Sabía que no era un juego lo que estaban viviendo y que estaba dispuesto a dar todo por ella, pero también había mucho que perder...

—Amor, llegaste. Pensé que ya no vendrías.

Astoria estaba en un costado del galpón apoyada en un madero que tenía el soporte de la ventana. Se acercó a él y le tomó el rostro. Ron la miró y le sonrió tristemente, cerró sus ojos al sentir el suave tacto. Acarició sus manos y las besó.

—Te extrañé —le dijo.

—Y yo a ti. Te tardaste, ¿ocurrió algo?

—No, nada. Tranquila. Estaba en casa y mi madre se empeñó en que debíamos comer algo, es todo.

—Pero te noto diferente.

—Estoy bien, no te preocupes, ven déjame abrazarte —ella sonrió y lo rodeó con sus brazos, reposando su rostro en el pecho de él. Ron, le tomó la barbilla e hizo que lo mirara. Esos ojos verdes lo tenían embrujado desde el primer día en que los vio. Era hermosa, una muchacha bella, que él amaba con todo su corazón—. Te amo, Astoria.

—Y yo a ti, Ron.

La besó. Tenía que hacerlo. Ansiaba sentirla cerca una vez más. Jamás pensó que el amor llegaría de esa forma, tan doloroso y tan difícil. Sus manos le acariciaban la espalda mientras las de ellas se perdían en el crecido cabello pelirrojo de él. Sentían que el mundo giraba alrededor de ellos y que solo ellos vivían en él.

—Amor, debemos hablar.

—Lo sé, Ronald. Sé qué me quieres decir, pero la respuesta es no. No puedo vivir sin verte, sin estar contigo.

—Astoria, estás casada... y yo... yo te amo, pero...

—Sabes que con Draco no hay nada. Él es un gran hombre, me respeta y él también sufre porque ama a Granger.

—Entiendo, pero no se trata de él, se trata de que somos amantes... ¿Te das cuenta de eso? ¿Quieres serlo? ¿Quieres eso?

—Y tú Ronald, ¿Quieres ser mi amante? —la miró a los ojos y sonrió con tristeza—. Tomo lo que hay, amor. Y si ser amantes es lo que nos corresponde, lo tomo. No lo pensaré dos veces.

Los Cristales del SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora