Capítulo 22

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Timothée Chalamet

Ariel se había quitado la ropa en la madrugada cuando el calor de nuestros cuerpos se intensificó por el puñetero aire acondicionado del cuarto que dejó de funcionar. Vi el tatuaje, por eso en primer lugar no quise quitarle la ropa mientras se lo hacía, sabía que tenia que estar en alguna parte de su cuerpo.

La conocía tan perfectamente bien que en cuanto nos adentramos en el camino de regreso a la cabaña con Jay, le pedí a Miles que rastreara su celular y que sorpresa de mierda cuando me dijo que ya ni siquiera se encontraba en el club. Después, sin necesidad de pedirlo, Miles interceptó los mensajes del puto acosador. Un tatuaje, un maldito tatuaje en la espalda, encima de esas cicatrices.

Se acomodó en el hueco que había hecho con mi cuerpo para que estuviera más cómoda. El cabello rojo le cubría casi toda la cara, pero podía ver perfectamente una que otra peca esparcida en ella y él moretón cerca del ojo también. A pesar de todas las marcas que dejaban en evidencia no solo la semana, sino la vida tan inmerecida que había tenido, seguía siendo perfecta, tan perfecta que dolía pensar en ello. Y no solo en cuestiones de físico, sino también en alma, tan pura, sin ningún rastro de maldad en su ser.

No se parecía en nada a mí y yo no tenia justificación alguna, no había vivido ni de cerca la mierda que ella ha soportado por años. No comprendía cómo podía estar tan plenamente dormida a mi lado, pegada a mi cuerpo, con una de sus manos entrelazada a la mía.

Me las arreglé para estirarme y tomar mi celular sin mover a Ariel. La verdad es que esto de dormir en la alfombra era una mierda, pero a ella no pareció importarle cuando se lo propuse, yo me arrepentí casi de inmediato.

Oli y Miles, mis aliados y amigos habían ido al lugar de tatuador a interrogarlo -de una forma más sana- a comparación de lo que yo hubiera hecho para sacarle las palabras, por eso me excluyeron de sus planes. De todas formas ellos no eran del todo santos, fácilmente con esas pintas podían hacer que él pendejo se cagara encima con solo verlos.

No dijo mucho, pero es que no sabe nada. Aunque no lo creas, fuimos considerablemente intimidantes. Quien lo llamó era un conocido de un conocido al que en alguna ocasión llegó a tatuar y ni siquiera sabe su nombre. Nos contó que hace un par de años vivió en South y que ahí lo conoció, pero eran muy jóvenes como para reconocerlo ahora si llega a verlo.

Leí el mensaje de Oli frunciendo el ceño. A los segundos me llegaron dos notificaciones más.

Y antes de que se te ocurra preguntar, ya te dije que fuimos demasiado persuasivos. Eso es todo lo que sabe el puto gordo.

Duerme príncipe encantador, DUERME DE VERDAD. No tenemos la pinche necesidad de escuchar sus intimidades.

A Ariel le iba a encantar saber que no era tan disimulada como pensaba. Dejé el celular al lado y cerré los ojos en el momento en que ella se giró para quedar frente a mí y despertó.

-¿Por qué finges que estas dormido? -Preguntó, con voz adormilada y risueña.

-Para que no me fastidies. -Me mordió el hombro y yo me eché para atrás con una queja. -Ves, eres un fastidio.

-¿Crees que estoy podrida? -Su pregunta me tomó por sorpresa y abrí los ojos para encontrarme con los suyos, que me miraban con tristeza. Me hirvió la sangre solo de imaginarme lo insegura que se sentía con eso para que sintiera la necesidad de siquiera preguntar.

-No, de ninguna manera. -Tragué, viéndola cerrar los ojos para reprimir las lagrimas.

-Yo lo he pensado ¿Sabes? La primera vez que lo pensé fue cuando mi padre...bueno, el me hizo una contusión al estamparme la cabeza con la esquina de la mesa del comedor a los ocho años. -Dejé que continuara. -Mi madre me llevó al hospital porque estaba asustada y le dijo a todos los que le preguntaron que yo sola me había resbalado al jugar, dijo que era muy inquieta. Nadie la cuestionó y un doctor se acercó a mí solo para decirme que había tenido buena suerte de que no hubiera sido nada grave. Yo pensé que tenia todo menos suerte. -Soltó una risa baja.

-Lamento que hayas pasado por todo eso, no sabes cuánto. -Aunque quería decirle más, aunque tenía las palabras en la punta de la lengua, solo pude decirle esa mierda.

-Duré una semana en reposo y Marc fue el primero que notó mi ausencia. Fue a discutir con mis padres, yo lo escuché todo desde mi habitación y aunque era muy pequeña para comprenderlo, escuché cuando le dijo a mi padre que estaba podrido, que no era una buena persona y que aunque llegara a arrepentirse de todo lo que nos había hecho a mi y a mi madre, eso no lo absolvería de ser una basura de ser humano. -Hizo una pausa para limpiarse una lagrima. Yo quise hacerlo por ella, pero no podía moverme. -Entonces yo pensé, si mi padre está podrido, yo también porque soy su hija, yo también estoy tan podrida como el, porque aunque yo me arrepienta ahora de haber permitido tantos abusos por su parte, mi corazón ya no puede componerse. -Se me estrujó el puto corazón de imaginármela, era una niña, una niña igual que mi hermana y nadie, a excepción de Marc hizo nada por sacarla de esa casa. Odié a su madre, odié a sus profesores, a los doctores, a sus vecinos de mierda y a cualquiera que la hubiera visto pasar por esa situación y que no hizo nada para ayudarla, quizás, si alguien hubiese hecho algo significativo en esos años formativos, ahora no sentiría tanto dolor.

-Ariel, yo...-Empecé, pero ella me puso una mano suavemente en la boca y me sonrió, pese a todo lo que me había dicho, sonrió.

-No me tienes que decir nada, sé que lo sientes, yo también lo hago.

No derramó más lagrimas después de eso y volvió a quedarse dormida con un fantasma de sonrisa en su cara. Yo ya no pude descansar después de eso, me quedé mirándola hasta que se puso el sol descubriendo que en realidad ella no era una princesa, aunque se pareciera demasiado a una, sino que ella era la heroína de su propia existencia. En toda su vida, luchó únicamente para subsistir, para resistir, pero no para ser feliz.

Mi familia tuvo una perdida irremplazable, perdimos a Marc y Ariel también lo hizo. Pero nosotros nunca sabríamos lo que era perderse a sí mismo y Ariel si lo hizo. 

Cicatrices |Timothée Chalamet|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora