Primer recuerdo

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A los cuatro años conocí a Pauline, una niña de pelo castaño y revoltoso que no paraba de hablar en clase. Esa niña siempre tenía algo nuevo que compartir al grupo, sobre sus vacaciones en Francia, sobre el cachorro que le regaló su padre en la Navidad pasada y lo mucho que quiere ser como las modelos de una revista que estaba ojeando con la novia de su papá.

Yo no sabía que hacer, si levantarme y decirle "Pauline, a nadie nunca ni remotamente lo importa" o simplemente quedarme en el banco de atrás del salón a escucharla con ilusión. Extrañamente, a mi me importaba lo que esa niña tenía que decir.

Sinceramente, yo prefería no hablar si no era completamente necesario, entonces cuando Pauline fue enviada como castigo a la butaca a mi lado y empezó a parlotear sin parar sobre el hijo de la novia de su papá quien era un completo cretino -su palabra, no la mía, yo a esa edad no sabía que significaba eso- nos hicimos, casi por instinto, mejores amigas.

Ella me dijo -¿Eres un poco callada, cierto? Me agrada, seamos mejores amigas.

Ese día me invitó a jugar con su mundo de Barbies y a comer en su casa, y al día siguiente, y al día siguiente a ese.

Marc, su padre, de vez en cuando iba a visitarnos al jardín, hacía su mejor intento para ser incluido en el juego de las Barbies y cuando se daba cuenta de que Pauline no aceptaba hombres en su club, finalmente regresaba a su despacho a hacer las cosas que los mayores hacen.

Marc fue el primero en preguntar por un moretón que me había hecho en el brazo al intentar alcanzar la caja de cereales de la alacena y caerme en el intento, o al menos eso fue lo que mamá me indicó que dijera a los que preguntaran.

Cicatrices |Timothée Chalamet|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora