Memorias de Timothée

405 44 1
                                    



Se cumplían tres meses del funeral de Marc y algo molesto y doloroso seguía apretándome el pecho a tal grado de querer salir corriendo a donde carajos fuese. No me sentía merecedor de ese dolor, no podía llorar el luto de su muerte. Marc fue más padre para mi que el verdadero ser que me dió la vida, a ese miserable ni siquiera lo conocía, pero pese a todos los recuerdos con el, la boda de mi madre donde la vi ser plenamente feliz, los consejos, incluso los regaños, la primera vez que me llamó hijo y yo me sentí tan ridículamente completo, a pesar de todo eso, no era mi verdadero padre, era el padre de la niña parlanchina de cabello castaño que no había dicho ni una sola palabra desde aquel día, era el esposo de la mujer más perfecta de toda mi existencia que se había pasado estos dos meses metida en la cocina limpiándose las lágrimas a escondidas nuestra, pero ¿Mi padre? No, yo merecía una escoria de padre, no a ese hombre que gastó sus últimos años de vida dándonos una oportunidad a mi madre y a mi, haciéndonos una familia.

Escuché la voz de mi madre llamándonos a cenar, yo me limpié la última herida del ojo por la iniciación en South de la noche anterior, no había bajado en todo el día para asegurarme de que no me vieran tan golpeado, pero ya no tenía más opción que bajar, mi madre tiene una sola regla y esa es "o cenamos juntos o nadie cena". Ariel estaba en casa, tiene una extraña forma de caminar haciendo resonar el piso de madera del pasillo que ya lo he memorizado y ese molesto sonido me había tenido alerta durante toda la tarde. No quería verla y al mismo tiempo, sabía que con solo tenerla enfrente, podría ser capaz de respirar por un segundo, porque joder, hasta respirar me costaba últimamente.

Me puse una camisa de manga larga en un intento estupido de cubrir únicamente los moretes del brazo y bajé hasta el comedor donde tres pares de ojos, unos más intensos que los otros, me observaron como puta rata de laboratorio hasta que me senté. No dije ni una sola palabra y empecé a servirme con desinterés, Nicole, demasiado triste para discutir, carraspeó y se sirvió, Pauline, demasiado enajenada en su propio dolor solo bebió agua y Ariel, Ariel estaba roja de furia.

-Pauline, hoy me llamó el consejero de la escuela, dijo que te has estado saltando clases. -Dijo mi madre, en un intento inútil de mostrarse imperturbable, como si él más grande amor de ambas no estuviese enterrado.

-¿Esa es tu forma de hacerla hablar? -Solté una risa amarga. -Intenta con algo mejor, como, las cosas irrelevantes que le importan, si está bien peinada, si va a irse de compras mañana o de su amiga, siempre puede hablar de Ariel.

Su amiga dejó caer los cubiertos en la mesa, Pauline ni siquiera levantó la vista del plato.

-Guarda silencio, contigo hablaré más tarde. -Ordenó mi madre, con voz cansada, lejos de ser autoritaria.

-¿Por qué no ahora? ¿Por qué con Pauline si insistes en ser una madre ejemplar y a mi no me puedes ni mirar? -Sabía que estaba siendo un imbecil, y ni siquiera sabía exactamente porque tenía tanto coraje dentro.

-Bien, si eso quieres -Suspiró y creí ver que le temblaba un párpado. -Se puede saber por qué tienes la cara tan golpeada? ¿Volviste a salir?

Gruñí y volví a concentrar mi vista en el plato.

-¿Vas a decirle a tu madre los lugares que comenzaste a frecuentar, o se va a enterar cuando estés muerto en una zanja de South? -Las palabras de Ariel salieron en el momento en que yo estaba decidido a comenzar a cenar lo que sea que mi madre hubiese preparado para olvidarse de su dolor, mientras más elaborado y tardado fuese, mucho mejor. La escuché ahogar un grito de mortificación, pero mis ojos estaban clavados en la pelirroja frente a mi.

-Perdón ¿A ti quién te invitó? -Ariel me sorprendió rodando los ojos, cansada -creo- de la actitud que había tomado con ella desde el funeral.

-Bueno, precisamente nadie me invitó, Pauline apenas me habla y tú mamá es lo suficientemente cortes para invitarme a cenar, pero estoy aquí y ustedes tres, afortunadamente, siguen aquí y son una familia, así que empieza a comportarte como el hombrecito que te crees que eres y deja de andar haciendo estupideces en nombre de tu luto.

Me levanté de la mesa de un salto, mi madre de un salto en su lugar por el ruido de la silla cayendo al piso y Pauline, mi hermana, apenas y levantó la vista.

-Si van a discutir, discutan afuera por favor. -Eso lo dijo mi madre, resignada a morder el trozo de carne que ya tenía rato clavado en su tenedor. Ariel no esperó, salió de la casa conmigo detrás. Ya en el patio delantero, no le tomó ni un segundo mirarme con furia y estallar, como si yo no estuviera igual o más molesto con ella.

-¿Quién carajos te crees que eres? ¡Ni tu madre ni tu hermana se merecen verte así!

-¡No te metas en mi vida! ¿Yo cuando te he reclamado por ser tan idiota como para que dejes que tu padre te golpee? -Me respondió con una cachetada que me dejó el ardor en la mejilla, hasta que yo lo asimilé y ella también, que abrió sus ojos y se tocó la mano. Me reí con amargura y volteé la cara, en la mejilla intacta. -Vamos, te faltó esta, a lo mejor así te empiezas a defender solita.

-¡Te odio, te lo juro que te odio! -Afortunadamente, sus palabras fueron aminoradas por sus ojos, que me decían que no me odiaba en realidad, porque eso me hubiese dolido más de lo que me gustaría aceptar. -Por un momento creí que, yo que sé, madurarías, pero la muerte de Marc no es justificación para que seas una mierda.

-En ningún momento te he pedido que soportes mi mierda.

Asintió, quitándose con molestia una lágrima que le había resbalado. -Tienes razón, a partir de este momento tú y yo ya no somos amigos, no hablamos, no voy a volver a preocuparme por ti, y si un día ya te quedaste completamente solo, puedes llamarme únicamente cuando estés casi muerto por un mal golpe de esos idiotas a los que llamas "amigos".

Y así fue. Ella fue quien lo decidió, lo de dejar de ser amigos, o lo que sea que hubiéramos sido antes, pero sabía muy bien que ella lo había intentado, arreglar mi mierda, pero yo la había apartado y esa era la culpa que yo cargué el resto del tiempo, por eso no podía mirarla, ni sonreírle, ni pedirle perdón.

Recuerdo que ese día no regresé a casa, Ariel tampoco, la vi alejarse por la acera hasta que se perdió entre la calle y las lámparas de luz opaca y yo, me fui en dirección contraria en mi motocicleta a una fiesta de South y bebí muchísimo, porque no había otra manera para evitar que fuese hasta ella para decirle lo que realmente sentía.

Cicatrices |Timothée Chalamet|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora