Capítulo 10

3K 312 14
                                    

CUALQUIERA PUEDE
AMAR A UNA ROSA,
PERO SE REQUIERE
DE MUCHO AMOR
PARA AMAR SUS ESPINAS

. . . .

A pesar de que mi mundo parecía haberse terminado, la noche aún no lo hacía

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

A pesar de que mi mundo parecía haberse terminado, la noche aún no lo hacía.

Al parecer, Jon se había ausentado durante todo el día –y gran parte de la noche– para acostarse con Ygritte. Y, aunque no podía culparlo de lo ocurrido, era consciente de que si el hubiese estado conmigo nadie habría abusado de mi.

Tormund se había comportado de maravilla conmigo y, con solo pensar en la idea de traicionarle, se me estrujaba un poco el corazón. Sabía que ya no estaba en el Dominio y que las personas aquí –o en la muralla– no eran como las de mi pueblo. Eran crueles y estaban sedientos de poder y guerra.

De pronto, oí unos pasos acercándose hasta mi, por lo que apreté aún con más fuerza el cuchillo que tenía en mi mano. Cuando los pasos estuvieron lo suficientemente cerca de mi, me volteé dispuesta a defenderme, pero bajé el arma al encontrarme con Jon Snow alzando sus manos.

—Lo lamento, no debí ser tan grotesco al caminar —se disculpó—. Venía a ver cómo estabas.

—Me duele cada parte de mi cuerpo, ¿cómo crees que estoy? —pregunté retóricamente.

—¿Te duele...?

—Sí, al igual que mi vientre —le interrumpí—. Sí alguien llegase a enterarse de esto en el Sur sería deshonrada.

—Nadie se enterará —me aseguró—. Además, cuestionar la inocencia de una reina sería un acto de traición.

—No puedes asegurarme nada —le dije

—Debí haber estado ahí para ti —se lamentó.

No respondí. Jon acercó su mano hasta la mía, con intenciones de tomarla, pero la saqué justo a tiempo.

—¿Sabes, Jon? Solíamos tener algo en común hasta esta mañana —le dije.

Soy un bastardo y tú la heredera de la Casa Tyrell, ¿que podríamos tener en común?

—Nuestra inocencia, pero a los nos la arrebató un salvaje  —respondí.

—Ella no me la arrebató.

—Me alegra oír que al menos uno de nosotros lo disfrutó —me mordí el labio—. Mátame.

—¿Q-qué? —tartamudeó.

—Que me mates.

—No lo haré.

—Soy una mujer que tendrá a un bastardo salvaje —lo miré a los ojos—. En este momento soy las tres cosas que la corona odia.

No respondió.

—Si no me matas, lo haré yo misma —agregué.

Jon se puso de pie y, luego de lanzarme una última mirada, se marchó; dejándome sola. Llevé mis brazos hasta mis rodillas y, en posición fetal, me largue a llorar desconsoladamente.

La marca de los Tyrell | Jon Snow GOTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora