𝐋𝐄𝐘 𝐍°𝟕 | ❝ Tras el cumpleaños número dieciséis del primogénito legítimo y futuro heredero del Reino del Dominio, este deberá ser marcado con el escudo familiar en su brazo dominante. Todo heredero que incumpla con esta ley deberá ceder el tron...
UNA ROSA DORADA EN UN CAMPO VERDE RODEADO DE ROSAS ROJAS
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Tras la muerte de Renly, mi hermano pasó varios días encerrado en su habitación. Los primeros días fueron infernales, ya que Loras no quería comer, beber, participar de los asuntos reales o conversar con alguien que no fuese yo.
En contraposición, mi hermana Margaery, la viuda del Rey Renly ya se encontraba preparando su próximo matrimonio con ayuda de mi padre y Lord Baelish, con quien mantenía un objetivo en común: el Trono de Hierro. Margaery estaba tan sedienta de poder que sería capaz de casarse con un mercenario, siempre y cuando este posea una corona y un trono. El objetivo de mi padre y Lord Baelish había sido ofrecer nuestros soldados a los Lannister, ya que la guerra contra Stannis se aproximaba y estos les superaban en número.
Mi abuela, Lady Olenna, se había manifestado en contra de semejante atrocidad, pues sólo habían llegado malas opiniones acerca del heredero al trono: Joffrey Baratheon.
Lord Baelish fue el encargado de llevarnos hasta el Desembarco del Rey, donde el Rey Joffrey le retribuiría por sus logros. El Rey Joffrey tenía un aspecto extraño: era una mezcla entre un niño y un tírano. Su cabello era dorado como el oro, su voz algo aniñada y la forma en la que se sentaba en el trono inspiraba arrogancia. Se me dificultaba comprender como mi hermana podía sacrificar su felicidad y libertad a cambio de una corona porque, si bien ya había sido previamente prometida a Renly sabiendo que no lo amaría, aún podía conservar su libertad y ser feliz.
—Lord Baelish, un paso adelante —ordena el Rey, sacándome de mis pensamientos—. Por su buen servicio e ingenio al unificar las Casas de Lannister y Tyrell, declaro que se le conceda el Castillo de Harrenhal con todo su séquito y ganancias para sus hijos y nietos desde hoy y hasta el final de los días.
—Me honra más de lo que puedo expresar, su Alteza —contestó Lord Baelish—. Me temo que deberé adquirir hijos y nietos.
—Señor Loras Tyrell —le llamó—. Su casa nos ha socorrido y todo el reino está en deuda con usted, pero nadie más que yo. Si su familia desea pedirme cualquier cosa, pídanlo y lo tendrán.
—Su Alteza, mi hermana Margaery... —hizo una pausa—. Nos arrebataron a su esposo y ella sigue siendo inocente. Le pido que tenga el honor de unir nuestras casas.
—¿Es eso lo que desea, Lady Margaery? —le preguntó el Rey.
—Con todo mi corazón, su Alteza. He viajado desde lejos para amarlo —respondió mi hermana—. Siempre he escuchado historias sobre su coraje y sabiduría, y esas historias se me han quedado grabadas en el corazón.