III

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Eran alrededor de la cinco de la madrugada cuando Edalyn se despertó por un fuerte sonido proveniente de la habitación de su hijo. Raine, a diferencia de Eda, no se dió cuenta de nada, y siguió con su rutina de sueño.

Pronto se dió cuenta de que el sonido que escuchaba parecía a un débil llanto, y un par de ruidos se escucharon en la habitación. Rápidamente, preocupada que les haya pasado algo a sus hijos, se levantó de la cama sin llamar a su espose, y enseguida entro en la habitación de Hunter.

Luz estaba acostada en el sobre de dormir destapada, mientras agarraba con fuerza el peluche que le pertenecía a Hunter. Su brazo enyesado parecía estar bien, así que Eda supuso que se trataba de una pesadilla.

Hunter estaba sentando en su cama, observando lo que su madre hacía. El también fue despertado por el llanto de Luz, pero no supo cómo reaccionar ante a esto. Eda se acercó un poco a la niña, sin tocarla para que no se asustara más de lo que ya estaba. Todo eso lo había aprendido con Hunter.

—Luz, cariño—dijo en voz baja, casi como un susurró—. Todo está bien.

La pequeña se sobresalto en su lugar, a un con el tono de voz de la mayor. Retrocedió un poco, moviendo de más su brazo herido, pero aunque sintió dolor, lo ignoro.

Sus pesadillas eran comunes, demasiados. Siempre creaba más miedo, y por ese miedo obedecía a su madre, pensando que si era buena, ya no tendría más miedo. Sus pesadillas eran comunes, es verdad, pero está incluía nuevos personajes, personas que conoció ese mismo día, que la habían protegido.

Ellos no la lastimarian ¿Verdad? Habían demostrado todo el día ser buenas personas, se preocuparon con ella, la alimentaron, le dieron una cama... Hicieron cosas que nunca habían echo por ella. E igualmente, aunque intentaba pensar lo contrario, tenía miedo.

Eda se quedó en su lugar, formulando alguna frase tranquilizadora para decir. Sin perder más tiempo, dijo lo que se le pasó por la mente en ese momento.

—Luz, no te haré daño. No te haremos daño, ninguno—dijo, mirando de costado a Hunter, quien observaba atentamente la situación.

—E-eda—dijo Luz, todavía sin el valor para acercarse.

—Dime—contesto tranquila.

—T-tengo miedo—murmuro, de manera casi inaudible, pero que Eda pudo escuchar claramente.

—¿Quieres hablarme de eso?—pregunto, acomodándose en el colchón donde antes estaba Luz acostada.

—Me... me lastimabas, v-vos y los d-demás—dijo. Luz sintió como sus ojos se aguaban cada vez más, pero ella no quería llorar. Se lo aguanto, aunque cada su vista se volvía mas borrosa por el agua acumulado.

Eda sintió mucha tristeza ante esto, y tenía muchas ganas de correr y abrazar a esa pobre criatura, que era completamente tierna. Pero no podía, lo sabía, si lo hacía, iba a hacerla sentirla mal, incomoda, y es lo que menos quería que sucediera.

—Luz, puedes llorar—dijo—. Está bien llorar, es necesario. No está mal.

Luz no estaba tan de acuerdo. Desde pequeña le enseñaron que llorar estaba mal, que te haría ver débil, que serías débil. No solo su madre se lo dijo, si no todo su entorno contaminado de gente mala, gente lo opuesto a Eda.

Pero al ver la mirada de esa mujer, una que la miraba sin juzgarla, y con empatía, más bien, con compresión, todo lo que le dijieron se fue por la verdad. Dejo que cada maldita lágrima cayera, creando cascadas de agua cayendo por sus ojos. Se abrazo a si misma sin darse cuenta, abrazando con fuerza su brazo roto. Y lloro, sin parar; quien sabe cuánto rato estuvo.

Nuevas mamás Donde viven las historias. Descúbrelo ahora