XLIII

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Lucía miro aterrada a Amelia, buscando que la ayudara. No podía contestar esa pregunta. Debería, debería ya decir la verdad, pero simplemente se le era muy difícil.

No estaba lista. Habían pasado años, pero todavía no estaba lista.

Amelia trato de pensar una buena excusa mientras Eda esperaba una respuesta.

—Es huérfana—dijo Amelia y la morena asintió con la cabeza a la excusa que acaba de darle.

—Uh, lo siento por la pregunta—se disculpo Eda, aunque en el fondo, no estaba segura de la respuesta de la chica.

—No hay problema—dijo Lucía con una sonrisa nerviosa.

Las tres se quedaron en silencio, bastante incómodo para decir verdad.

—Enseguida que lleguemos, le dirás—susurró la peliverde al oído de su novia.

—No puedo—contestó también en susurros.

—No puedes correr por siempre, creeme.

—¿Cómo mierda querés que lo haga? ¿Le digo: o si, soy tu hermana? Lo siento por saber de tu existencia hace años y no haber hecho nada. Si, tienes razón, soy una cobarde. ¿Y papá? Oh, no volverás a verlo jamás.

—¿Ustedes creen que estoy sorda?

Eda frenó el carro de un momento a otro y giró la cabeza, mirando a las dos jóvenes, una más aterrada que otra.

—¿Con que eres la hermana de Luz, cierto?

Lucía negó con la cabeza. Amelia se moría de vergüenza por su actitud, aún así, la amaba.

Ser tonta era una de sus mejores cualidades.

—Eso es un si—asumió la mayor—. Tienes mucho que explicar, niña. ¿Pero sabes? Me gustaría que lo hagas cara a cara con Luz, para que no le guardes nada.

Sin más que decir, Edalyn arrancó el coche de nuevo. No faltaba demasiado por llegar.

Amelia esperaba que nadie las estuviera siguendo, por lo que miraba de a ratos por la ventana por si se le cruzaba algún coche conocido de la empresa de su padre o el mismo coche de su familia, pero hasta el momento no había visto ninguno, y esperaba no ver ninguno en lo que quedaba de viaje.

—Cuando todo esto termine, te daré clases de como mentir. Se nota que la necesitas.

—Es probable que haya mentido más veces en mi vida que tú—dijo Amelia

—Y no lo dudo—rió Eda—. Me refería a la otra. Su actitud no ayudo en nada a respaldar tu mentira. Habrá que trabajar mucho, ¿no?









—¿Necesitan algo?—preguntó Dell.

Era más de las una de la madrugada y se notaba en la cara del anciano que necesitaba ir a dormir.

Willow asintió con vergüenza. Ahora que estaban seguros, o eso esperaba, debía llamarlos.

—¿Pueden prestarme un teléfono? Debo hablar con mis padres.

Dell dejó el teléfono, pidió disculpas por tener que ir a dormir y les deseo buenas noches. Gwen dejo unos sobres de dormir que pertenecían a sus hijas años atrás y se fue con él. No les importaban en lo más mínimo.

Willow tomó el teléfono y se fue a la cocina a hablar. Su padre contestó enseguida.

—¿Hola? ¿Quién habla?

—Soy Willow, papá—dijo con un suspiro.

—¿Hija? ¿Dónde estás? ¿Estás bien? ¿Te hicieron daño?—preguntó escandalizado el hombre.

Nuevas mamás Donde viven las historias. Descúbrelo ahora