No me dejó alternativa Cap. 2

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Candy salió de la Clínica Feliz algo más calmada. La verdad es que, cuando se trataba de Albert, todo lo demás se le olvidaba. Esa escena de Terry en la escalera, abrazándola de la cintura, y ese emotivo adiós, de pronto perdió significado cuando vio a Albert sobre una cama, inconsciente y al doctor jugando con un rompecabezas chino. ¿Por qué no lo llevaron al Santa Juana, y lo trajeron donde un mercachifle como éste, por Dios?

Le había dicho "doctor de rebajas" y se sonrojaba delante de Albert al recordarlo. Albert, luego de la escena y el dolor de cabeza que tenía, sin embargo, se acordaba y comenzaba a reírse. Pero de pronto, algo le dio aún más duro que el golpe que recibió en la cabeza por la caída. En ese instante, tuvo unos pocos momentos de lucidez y algunas imágenes en su mente. Entonces pensó, ¿podría vivir con Candy si recuperaba la memoria por completo, como parecía que iba a suceder pronto? Ya Dr. Leonard y Dr. Martin le habían advertido que sucedería muy pronto. La verdad era que él quería vivir mil años sin memoria sólo por estar con ella. Sí, ella era la luz de sus ojos. Aparte, pronto su corazón sería libre y quizás podría convertir en realidad, una bella realidad, la promesa que le había hecho a Stear. Nada era más importante para él que eso.

Dos cuadras más, sin embargo, y llegarían al Magnolia. De pronto, Albert dijo con su dulce vozarrón, y girándose hacia ella, mientras la detenía:

"Espera, Candy".

Candy se giró y vio sus hermosos ojos azules, ojos llenos de paz. De pronto, Albert se quitó el abrigo y se lo puso a ella. Le quedaba como un pijama de grande.

"No, Albert, te dará frío".

"Candy, por si no te has dado cuenta, estás en pijama. Además, no queremos por nada del mundo que te regrese la fiebre".

Candy se miró de arriba abajo, y comenzó a reír de pronto.

"Sí, ya Dr. Martin me lo había comentado. No me di cuenta. La sola idea de perderte es insostenible para mí. Así fuera sin ropa y 0 grados, iba a llegar a ti. No supe qué hacer cuando la Sra. Gloria me avisó. Simplemente salí corriendo. Apenas me puse las pantuflas".

Albert, por cierto, se sonrojó profundamente con ese comentario, y se dio la vuelta, para que ella no viera lo que le había causado. ¿Qué no se había dado cuenta de lo que le había dicho? Era que él, siendo el hombre de la casa, había visto a Candy pasar por una o dos cuentas mensuales, los accidentes que había tenido y las veces que la ayudó a limpiar el baño. Aunque él mantenía su posición neutral, nunca olvidó tampoco lo difícil que fue quitarles las ropas mojadas ese día que la rescató de las aguas. Era de las pocas cosas que recordaba, y era porque ella se lo contaba con tanto detalle, que esa imagen la tenía hasta retratada en la córnea. Por más que había tratado de taparse los ojos o de cambiar la vista, la realidad era que cosas así de cotidianas se le hacían más complejas por lo que sentía por ella. Sin embargo, para no delatar la incomodidad, siempre disimulaba, y la ayudaba sin siquiera comentar. Candy, por otro lado, cuando, durante su convivencia, tenía algún incómodo accidente, trataba en lo posible de no ocupar a su amigo. Pero no siempre resultaba. De hecho, habían tenido accidentes de alguno de ellos saliendo desnudo del baño pensando que el otro no estaba, y se habían llevado la de "sustos", así que Albert decidió entonces hacerse de unas batas, para no salir descubiertos del baño. No, no podía evitar sonrojarse recordando las veces que les había pasado en esos primeros días de la convivencia por la falta de costumbre.

De hecho, no era a Candy a la que le preocupaba como la viera su amigo, sino al revés. Candy bien sabía que Albert le había quitado las ropas cuando pasó lo que pasó, y más de una vez salió ante la mirada pasmada de Albert y una sonrisita un poco burlona de parte de ella. Mientras tanto, del lado contrario, aunque a Candy no le asombraba para nada que él saliera accidentalmente desnudo frente a ella, como ocurrió varias veces, simplemente en alguna ocasión se sorprendió de lo bien dotado que estaba su amigo. Pero no desviaba la mirada. Mientras tanto, Albert se tapaba con pudor. No quería incomodar a su amiga, aunque nunca en realidad lo hacía. Ella no tenía esa malicia, sino más bien, una sana curiosidad. Y él era un hombre, no un muchacho, pero se sentía como tal frente a ella. Por cierto, ella era enfermera, algo que él olvidaba a veces, aunque la relación de ver a un paciente desnudo al hombre con el que compartía techo, no, no había comparación.

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