En el Hogar, en un día muy hermoso...
"Candy, no te vayas muy lejos. El día está claro, y los niños quieren jugar afuera. Así nos ayudas cuando ya hayan hecho la digestión".
"No se preocupe, Srta. Pony, regreso en 20 minutos. Sólo quiero ir a la colina a pensar en lo que hablamos".
"Claro, hija, ve, pero no te olvides de la tarea pendiente, por favor".
Candy quería inspirarse para escribir la carta para Albert. Aunque todavía tenía algo de miedo, la realidad es que la Srta. Pony había logrado que se sintiera más segura de lo que debía hacer y hasta un poco más ligera. Tenía que admitir que lo extrañaba demasiado. ¿Y si él la extrañaba también? Esperaba que así fuera. Y así mismo sintió deseos de tomar una siesta. Sí, llevaba algunas semanas madrugando, lo que era difícil siempre para ella, y de pronto sintió un poco de sueño. Se quedó dormida exactamente en el mismo lugar en que el príncipe, ese ser que nunca olvidó, dormitaba el día que la conoció a ella.
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"Buenas tardes", la saludó el rubio joven a la hermana que estaba acomodando la ropa que acababa de lavar en el tendedero.
"Buenas tardes, joven. En qué le puedo ayudar", le contestó la hermana, que de pronto lo miró algo raro. Es que por un momento se le hizo familiar.
"Yo me llamo William Albert Ardlay y estoy buscando a la Srta. Candice White".
"Ay, Dios mío, usted es el Sr. Ardlay. Perdone que no lo reconociera. Es que han pasado años".
"Gracias, hermana Lane. Sí, han pasado muchos años. Yo era apenas un niño cuando mi hermana me traía a la colina, así que entiendo que no me haya reconocido".
"No, si usted no ha cambiado nada... Srta. Pony, venga por acá", comenzó a llamar casi a gritos.
"Qué pasa, hermana", preguntó ella presa de un susto increíble por pensar que le había ocurrido algo a Candy o a alguno de los niños.
"Srta. Pony, este es el Sr. Ardlay, el tutor de Candy".
"Sr. Ardlay, cuánto tiempo. Hola, pero si es usted la misma cara de su difunto padre. No, si tampoco ha cambiado nada de cuando era niño y su hermana nos hacía el honor de su presencia por aquí".
"Sí, eso entiendo. Espero que no les moleste mi presencia después de tanto tiempo de no verme".
"Caramba, Sr. Ardlay, no diga eso. Para nosotras es un placer verlo de nuevo".
"¿Podrían, por favor, llamarme Albert? Para los buenos amigos soy sólo Albert".
"Claro, Sr. Ard...Albert. ¿Quiere pasar? Siempre tenemos té y galletas, que es nuestra especialidad", preguntó la Srta. Pony.
"Gracias, suena delicioso, pero me gustaría primero hablar con Candy. ¿Puedo?"
"Sí, claro, por supuesto. Ella está en la colina, allá...", le señalaron, aunque ya Albert conocía el camino.
"Gracias. Regreso pronto".
Albert estaba emocionado. Encontrarse precisamente con ella en el lugar donde se conocieron, era más de lo que podía pedir. Pero ¿cómo reaccionaría ella al verlo?
Por el lado del Hogar, las dos damas se miraban asombradas. Por fin entendieron por qué Candy estaba trancada con él. El hombre era guapísimo y joven. Lucía más joven de sus años. La Srta. Pony, que comenzó a atar cabos con una escena del pasado, mencionó:
"Hermana ¿recuerda cuando el Sr. Villers nos dijo hace años que la razón por la que el Sr. Ardlay no podía adoptar a Candy era porque no había sido presentado en sociedad?"
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No me dejó alternativa...
FanfictionCuando William, un hombre de la alta sociedad escocesa, conoce un día en la colina a una chiquilla llorona de tan solo 6 años, su mundo cambia en un momento. Es ella, Candy, la que le da sentido a una vida vacía, de pérdidas y tragedias. Pero no tod...