No me dejó alternativa Cap. 7

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Candy no era lo que se llama asustadiza, pero todas las experiencias que había tenido desde la niñez la llevaron a ser más precavida. Sin embargo, se sentía tan molesta con ella misma. ¿Qué le diría a Albert, que se fue detrás de Terry? Se imaginaba que él pensaría lo peor. Ya llevaba más de media hora caminando sin rumbo, por veredas oscuras, y de pronto escuchó un ruido que la hizo detenerse. Mirando hacia atrás, sin embargo, no vio las raíces sobresalientes de un árbol y tropezó. De pronto, su mente se fue en un viaje al momento en que Dongo, el león, se abalanzó sobre ella, y a falta de Albert, agarró sus amuletos, que siempre estaban con ella: la cadena con la cruz del Hogar y el broche de su príncipe. Un movimiento de plantas, como un animal que la velaba, y se puso a temblar y sollozar.

Cerró los ojos por un momento, cuando de pronto sintió una naricita fría sobre su cuello, al abrirlos, la vio: era Pouppét. Y detrás de Pouppét salió el hombre que ella amaba-ahora estaba segura-y se levantó enseguida y se lanzó a sus brazos, como aquella vez, cuando tenía 14 años y se lo encontró en Londres. La diferencia es que ella, esta vez, se agarró de su cuello como si su vida dependiera de ello y él, que no podía soltarse, sencillamente la cargó en su pecho hasta llevarla a un lugar donde la luna emitiera algún rayo más claro de luz. No la soltó; sencillamente permitió que ella se agarrara a él como salvavidas. Ella estaba totalmente desesperada, asustada. Comenzó a balbucear cosas que él pareció a entender medianamente.

"Albert, yo te...yo te amo. Por favor, no me dejes", recordando ese momento en que pensó que él quería irse lejos de ella.

Pero él, aunque le parecía que había escuchado lo que ella dijo, no quería que se sintiera incómoda diciendo después las palabras que él esperaba desde hacía tiempo, y que ahora se las achacaba al pánico que tenía. Cuando por fin pudo soltarse del abrazo de ella, quiso preguntarle cómo estaba, pero ella, que no podía más con todo el miedo, se le acercó mientras estaban sentados sobre la yerba y, mirando sus ojos que no dejaban de sorprenderle, selló lentamente sus labios con los de él. Al principio, él no le respondió al beso, pero al ver que ella se sentía mal con su duda, entonces le levantó el rostro, que ella bajó a fuerza de vergüenza, y decidió acercarse entonces él a ella, luego de separarse momentáneamente. Ella sonrió al ver que él le respondía, pero ese beso parecía como algo que ella necesitaba más que para transmitir sus sentimientos, como para sentirse protegida.

Al final se separaron, y él pudo ver, en su cuello, los dos objetos que señaló y preguntó qué eran.

"Son mis amuletos", dijo ella tímida. "Aunque...aunque..."

"Aunque qué, Candy", preguntó él con un hilo de esperanza en su voz.

"Tú eres mi verdadero amuleto. No necesito otro".

Albert se emocionó con esto, y Pouppét, que había observado el intercambio, se le pegó al cuello a William como demarcando territorio.

"Pouppét, quédate quieta", le pidió infructuosamente el amo.

"Albert, tengo mucho sueño. ¿No te molestaría que acampáramos aquí?"

"Sí, me parece bien", dijo hasta que por fin pudo aquietar a su mascota. "En ese caso, vengo ahora".

"No, voy contigo".

"No voy lejos..."

"Voy contigo", Candy estaba llena de miedo.

"Entonces ven", le dijo resignado.

Cuando llegaron al lugar donde estaba destrozado el vehículo, Candy se echó a reír y luego Albert también. Por suerte, sin embargo, él siempre tenía una manta disponible por lo que surgiera y dos bolsas de provisiones que ambos llevaron al vallecillo donde pasarían la noche. Candy, aguzada por la declaración de la tarde, le pidió que compartieran la frisa y así durmieron.

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